José Antonio Montano: «Lo fundamental es el Estado de Derecho, da igual quién mande»
El escritor conversa con David Mejía sobre su trayectoria en los oficios de las letras, las obras que le conmueven y la realidad política que le desespera
José Antonio Montano es escritor y uno de los lectores más finos de España. Actualmente es columnista en THE OBJECTIVE y mantiene un dietario en el Diario Sur. El año pasado publicó Inspiración para leer (JotDown), una colección de artículos sobre literatura, cultura y vida. Ahora, muchos esperamos ansiosos que vean la luz los diarios en los que trabaja desde hace tanto tiempo.
PREGUNTA. Disfruto mucho de todo lo que escribes, pero sé poco sobre ti, así que empiezo preguntándote lo más básico: ¿dónde y cuándo naciste?
RESPUESTA. Nací en Málaga, en 1966, este mes cumplo 56 años.
P. ¿Guardas buen recuerdo de tu infancia?
R. Sí, fue una infancia salvaje, de las que se estilaban entonces. Toda mi familia es de Almogía, un pueblo del interior de Málaga. Pero mis padres, cuando se casaron, se fueron a la capital, y yo soy de Málaga. Vivíamos en un barrio llamado Las Flores, que estaba en el límite de la ciudad, cruzábamos una carretera y ya estábamos en el campo, una combinación de lo urbano con lo salvaje.
P. ¿Y qué disfrutaste en la niñez que no está al alcance de un niño del siglo XXI?
R. Yo mismo me asusto de lo libres que estábamos. Lo bueno de la mentalidad de la infancia es que uno no es consciente; el buen salvaje es el que no es consciente de sí mismo. Estábamos todo el día en la calle, haciendo lo que queríamos. Además en Málaga el tiempo era bastante bueno. Recuerdo que las madres nos ponían los pantalones cortos el Domingo de Ramos para ir a ver la procesión, y ya no nos lo quitábamos hasta que empezaba la escuela a finales de septiembre.
P. En uno de los artículos recogidos en Inspiración para leer hablas de La infancia recuperada de Fernando Savater (una celebración del placer de las primeras lecturas), pero dices que leíste ese libro con cierto sufrimiento, porque a diferencia de Savater, no fuiste un niño lector.
R. Efectivamente, yo era buen estudiante, pero no era el niño que luego se ponía a leer por su cuenta. De hecho, a los diez u once años, tenía compañeros que se leían Un mundo feliz de Aldous Huxley, otros que eran apasionados de los celtas, de los griegos, otro quería descifrar la piedra Rosetta… Y yo nada de eso, porque en mi casa no había tradición cultural, en el sentido libresco. Lo que sí había era la educación de la tele: los de mi generación, a los diez años vimos todos los clásicos del cine. Y también estaban los tebeos, que con ellos empecé a leer de verdad, porque mi hermana y yo teníamos un montón de tebeos desde siempre, pero los veíamos sin leer las viñetas. Y recuerdo que una tarde, yo tendría nueve años y estaba esperando que estuviese la cena, me dio por leer las viñetas del tebeo de Mortadelo y Filemón que había visto tantísimas veces, y descubrí que seguía como en una película. Ahí fue cuando pisé el mundo de la lectura. Después de los tebeos, con trece años, empecé leer a Agatha Christie y me dediqué a leer libros.
P. ¿Tiene algo que ver la sensibilidad adolescente con que te aficionaras a determinadas lecturas?
R. Sí, puede ser. Yo siempre he sido más bien introvertido, y además soy un permanente adolescente. Por eso siempre me ha interesado la literatura introspectiva, un poco como la de Pessoa, por ejemplo. Una literatura que, más que interesarse por el mundo, se interesa por la psicología, por una relación problemática con el mundo. Un gran momento de sorpresa para mí llegó cuando se publicó en España El libro del desasosiego; me quedé fascinado, porque ahí descubrí una manera de escribir que yo no conocía; no sabía que se podía escribir así.
«Tengo dos facetas paralelas: el humor y la introspección»
P. ¿Siempre has sido una persona con talento para el humor?
R. Siempre he sido chistoso. Las gamberradas que hago en Twitter, las bromas verbales, las hago desde niño. Pero tengo dos facetas paralelas: por ejemplo, en los diarios que escribo desde hace tiempo, no hay humor. Fíjate, se lo mandé a Iñaki Uriarte y este se sorprendió porque no había humor, cuando para él yo era un tipo divertido.
P. El humor es también un caparazón: ¿hay un Montano público, el del humor, y un Montano privado?
R. El humor, en realidad, es una liberación de uno mismo. De hecho, no siempre estoy de acuerdo con las cosas que suelto. Me gusta que sean como granadas de mano. Y eso que digo, pero con lo que no me identifico, es un ejercicio casi budista de salirse del propio yo.
P. ¿Tus gustos cinematográficos se parecen a tus gustos literarios?
R. Bueno, mis dos directores favoritos son Billy Wilder y Eric Rohmer. Y por Wilder me gusta también mucho su maestro, Lubitsch.
P. Es interesante, porque de Wilder también se puede decir que tiene dos caras: películas oscuras, como Perdición o Días sin huella, y películas más luminosas.
R. Sí, con Billy Wilder me pasó que me gustaban muchas de sus películas sin saber que eran de él. Y me encantan desde las comedias hasta El gran carnaval. Wilder me gusta mucho por la precisión, la escritura, el humor.
P. Es uno de los mejores dialoguistas.
R. Sí, él y sus compañeros de turno. He leído varios de sus guiones, que editó Trueba en su colección, y sus acotaciones son muy buenas. Le pasa como a Valle-Inclán, que las acotaciones en sí mismas son literatura.
P. Woody Allen considera que Con faldas y a lo loco es una película sobrevalorada.
R. No es mi favorita, pero no creo que esté sobrevalorada. Mira, una de mis películas favoritas es El hombre tranquilo, de John Ford. Y una de mis mayores diversiones en reuniones de cinéfilos es decir que está sobrevalorada. Quizá Woody Allen también está siendo un gamberro.
P. Ya que estamos hablando de guiones, ¿cómo pasas de vivir en Málaga a estar en Madrid trabajando como guionista?
R. Un amigo trabajaba de guionista con Pepe Navarro, hubo una vacante y me llamó para el puesto. Siempre he sabido hacer los encargos de guionista una vez que tenía el trabajo, lo que no sabía era buscar el trabajo. Estaba a expensas de amigos que me llamaran.
P. ¿Pero te llamaban porque ya escribías guiones?
R. No, yo despreciaba todo eso, yo era un poeta puro (ríe), despreciaba todo tipo de escritura en la que hubiera intermediación de dinero. Yo me matriculé en Periodismo porque una de las posibilidades de venirse a Madrid desde Málaga era estudiar una carrera que no hubiese en Málaga, pero yo despreciaba el periodismo. En mi carnet de estudiante escribí la frase famosa de Valle-Inclán: «La prensa avillana el estilo y empequeñece todo ideal estético». Y el mundo del guionista, igual. Luego me ha gustado y además me ha venido muy bien porque me ha sacado de mi burbuja, pero mi inercia era una cosa más introspectiva. Y curiosamente he estado prácticamente toda la vida viviendo de la escritura, sin hacer el gran libro que estoy esperando hacer. Pero al final he trabajado de columnista, haciendo guiones, traduciendo, corrigiendo libros; he estado siempre merodeando por los oficios de las letras.
P. ¿Cómo empezaste a escribir en prensa?
R. Había colaborado en el Factual de Arcadi Espada, en Frontera D, de Alfonso Armada, y cuando terminó mi etapa de guionista en 2007, empecé a escribir en JotDown. Pero yo me hice columnista en 2012, por Rafa Latorre. Era subdirector de Zoom News, no nos conocíamos en persona pero me había leído en JotDown y en Twitter, y me ofreció escribir dos columnas a la semana. Le respondí que sí, pero que serían textos cortos, porque yo estaba convencido de que no tenía nada que decir.
P. ¿Y eras lector de columnas?
R. Sí, aunque lo que en realidad me gustaba leer eran las tribunas. A mí como columnista me gustaba Umbral, evidentemente, pero mi referente ha sido siempre Savater. Siempre me han gustado las tribunas de Savater y Azúa, porque me gustan mucho los artículos de prensa con ideas de filosofía, de literatura. Pero cuando realmente empecé a meterme en el mundo periodístico fue cuando empecé a participar en el blog de Arcadi Espada, en el año 2004. Arcadi como columnista es mi favorito. Y también me gustan mucho las columnas de Rosa Belmonte, es una genia.
P. Savater, precisamente, me ha mandado una pregunta para ti sobre estas cuestiones: él considera que es preferible que a un columnista le limiten el número de palabras: ¿estás de acuerdo?
R. Estoy completamente de acuerdo. Me encanta cuando ya está hecha la columna y hay que cuadrar el número de palabras, el número de caracteres incluso. Se ajusta mejor la columna.
P. Ayuda a afinar el estilo.
R. Sí, como decía la famosa frase de Camba: «Perdóneme que le haya entregado ese artículo tan largo, pero no he tenido tiempo de hacerlo más corto». Y también había otro autor que hablaba de cómo iba puliendo el texto hasta que al final no quedaba ninguna palabra, y ese era el texto perfecto.
«Yo estoy hasta los huevos de la actualidad española. Pero escribir estando hasta los huevos también está bien, uno no se puede abandonar a sus apetencias»
P. ¿Cómo concilias tu presencia en la actualidad con tu introspección?
R. Hombre, no hay un solo Montano, hay varios, ¡contengo multitudes!, como decía aquel (ríe). Yo estoy hasta los huevos de la actualidad española. Pero escribir estando hasta los huevos también está bien, uno no se puede abandonar a sus apetencias. Y a mí me gusta el roce con la actualidad. Lo que pasa es que me gusta siempre intentar decir algo, entonces, claro, hay un montón de temas de los que no puedes hablar porque no tienes nada que decir, por falta de conocimiento o incluso por falta de interés. No deja de ser un ejercicio de humildad.
P. ¿Qué es lo que más te harta de la realidad?
R. El sectarismo es insoportable. El otro día, una científica social publicó un artículo elogiando el carisma de Pedro Sánchez, ¡el carisma! Y si hubiera sido del PP, habría hablado del carisma de Rajoy. El famoso principio de la acción comunicativa de Habermas está en el cubo de la basura, porque de todo se hace un uso absolutamente estratégico.
P. ¿Y qué opinión te merece Pedro Sánchez como personaje? Ya veo que consideras que no tiene carisma, ¿pero crees que representa una novedad como personaje político?
R. Es una novedad en nuestra política, en el sentido del calibre de su desfachatez.
P. Y esto coincide con el hecho de que muchas personas hayan cerrado filas en torno a él.
R. Ese es el problema, que tenga una corte de aduladores. Pero esto es habitual: lo mismo que le gritaban a Zapatero, luego se lo elogiaban a Rajoy. Evidentemente, yo cuando escribo tengo mis sesgos, pero este nivel de sectarismo no lo soporto. En una columna dije que los seguidores de Pedro Sánchez son como esa atracción de feria que se llama «el látigo»: se mueven con Pedro Sánchez; un día defienden algo y el siguiente defienden lo contrario con el mismo ardor.
P. ¿Votaste a Zapatero?
R. No, yo en esa época era abstencionista. Yo soy constitucionalista, y para mí lo fundamental en democracia es el estado de derecho, da un poco igual quién mande.
P. Mientras se respeten unos límites.
R. Los límites, la ley, los contrapesos del poder. Además, tampoco me identificaba con las opciones políticas que había y siempre fui un poco esteta: tenía los mismos motivos para votar a uno que para no votarlo. Yo empecé a votar cuando aparecieron Ciudadanos, UPyD… porque eran partidos que defendían el marco constitucional, no eran partidos de poder.
P. Y siempre te has definido como socialdemócrata, a veces como el único socialdemócrata en España.
R. Sí, así es, con un poco de exageración y con un poco de humor.
P. Con un poco de humor, pero no temes defender esa postura, y haces el esfuerzo por desligar la socialdemocracia del PSOE.
R. Efectivamente, es en parte lo que busco, que por lo menos haya un ejemplo de otras posibilidades. Y también me gusta decirlo para irritar, porque nuestros colegas conservadores también están muy irritados. Era un juego que tenía con Arcadi, otro gran socialdemócrata.
Sobre el feminismo: «Sí a todo que sea prolongación de la Ilustración. No a todo lo que sean desviaciones oscurantistas»
P. Y qué relación intelectual, e incluso sentimental, tienes con la cuarta ola de feminismo que estamos viviendo.
R. Tiene de bueno lo que supone un avance de la Ilustración. Porque siempre la Ilustración tiene oscurantismos solapados que hay que señalar. Las críticas del feminismo son críticas que se basan en presiones reales, en micromachismos reales, en los que no solo incurren los hombres, sino el ser humano. Pero también hay una derivación teológica y anti-ilustrada que me molesta. Hay una solidificación ideológica, que se hace fuerte teológicamente y es difícil de combatir, como era difícil combatir los dogmas religiosos. Entonces, la respuesta es muy sencilla: todo lo que sea prolongación y profundización de la Ilustración, sí; y todo lo que sea desviaciones oscurantistas, no.
P. ¿Y temes que haya cosas que ya no se puede decir? ¿te has sentido en algún momento menos libre?
R. Bueno, yo que tengo tendencia a soltar burradas, me gusta seguir soltándolas, pero reconozco que las suelto con menos alegría que antes, por una razón muy sencilla: porque mis burradas son para divertirme. Hay una cierta pesadez que se ha impuesto, lo reconozco. Entonces a veces me retraigo, justamente por no meterme en follones que me van a aburrir y me van a hacer perder mucho tiempo. Pero sí me gusta un poco rozar los límites.
P. ¿Te gusta el Stand Up Comedy, el humor de escenario?
R. No mucho. Es como la tuna: el humor por obligación, empaquetado. Lo que me gusta es un buen chiste dentro de una obra seria, y me gusta mucho la conversación ingeniosa.
P. Te lo preguntaba por los límites del humor. En mi opinión, es bueno que seamos más sensibles a determinados chistes: machistas, homófobos, racistas.
R. Evidentemente, sí. El problema es cuando somos conscientes de ello. En realidad, hemos perdido un poquito de inocencia, porque antes había chistes homófobos, de negros, de gangosos… que evidentemente, cuando se trataba de reírse de esa gente, estaba feo. Pero tenía una cosa positiva, la disociación. Es decir, el juego puramente verbal. Una persona podía ser capaz de hacer un chiste muy bruto, y luego en la práctica ser una persona bondadosa que protege al débil, que es lo que importa en la vida real. Y eso está también en la base de la Ilustración, la conciencia de que el lenguaje es un invento convencional.
P. No quiero dejar de hablar de libros. Cuéntame que te pasa con García Márquez.
R. Yo leí mucho a García Márquez. Con dieciséis años leí varias veces Cien años de soledad, y me encantaba. Pero con el tiempo, su prosa me parece muy pesada, demasiado hecha. Un amigo mío definió ese estilo como «sobreabundancia de palabras adecuadas», y es muy acertado. Es una prosa asfixiante, no hay disonancias, un poco como Antonio Gala.
«El buen novelista tiene que ser un poco tonto»
P. ¿Y qué otros escritores te parece que están sobrevalorados?
R. Saramago, por ejemplo. Aunque su novela El año de la muerte de Ricardo Reis es una de mis novelas favoritas. Y me gusta porque Saramago era un poco tonto, y el buen novelista tiene que ser un poco tonto. Por ejemplo, Félix de Azúa, que es ultra inteligente, no ha escrito nunca buenas novelas porque tiene un exceso de inteligencia. Sus novelas están bien, son buenos libros, pero por su prosa. Pero el buen escritor tiene que ser un poco tonto, es decir, su instinto tiene que imponerse de algún modo.
P. ¿Te refieres a que lo intuitivo tiene que primar sobre lo analítico?
R. Sí, a mí me gusta también la escritura cerebral, pero siempre tiene que haber un punto vital, como en Borges. El truco de Borges es que habla sólo de libros, pero vitalmente, porque los vive.
P. Pero Borges es un escritor muy frío.
R. Borges escribía con mucha intensidad. Me gustan mucho tanto los cuentos como los ensayos, y la poesía. Es curioso, porque tanto Jünger, que es otro de mis escritores favoritos, como Borges, tienen fama de fríos y a mí me parecen cálidos. Yo veo en ellos algo así como hielo incandescente. Pero, volviendo a Saramago, mira, la frase inicial de El año de la muerte de Ricardo Reis, es un verso de Ricardo Reis, el heterónimo de Pessoa: «Sabio es el que se contenta con el espectáculo del mundo». Es una defensa de la pasividad. Ricardo Reis aparece en Lisboa en el año 1936, porque vivía en Rio de Janeiro, durante la dictadura de Salazar. Pasea por Lisboa, en una actitud pasiva, no se compromete. Y al final la policía lo ve como un tipo sospechoso y lo mete en la cárcel. Y entonces yo, como lector adolescente, también de tendencias contemplativas, pensaba «mira qué bien, resulta que al final el contemplativo también es un subversivo». En la novela de Saramago está eso, que es lo que yo leí, aunque Saramago, lo que quería probar es cómo no se puede ser contemplativo.
P. La novela es buena a pesar de Saramago.
R. Claro, esa es su grandeza como novelista, que su costra ideológica no ahogó la novela, sino que la novela tenía su propia vida y admitía esa interpretación que yo le di.
P. ¿De dónde te viene la lusofilia?
R. Esto me viene por Pessoa. Ahí también tengo una historieta que contar. El Libro del Desasosiego salió cuando yo tenía dieciséis años; yo me apasioné por Pessoa y por el portugués. Y también por Lisboa. En aquella época se incendió el Chiado, se había publicado la novela de Muñoz Molina, El invierno en Lisboa y la ciudad se puso un poco de moda. Y eso encajaba con mi veta melancólica. Pero al mismo tiempo tenía una veta vitalista representada por Italia, por el Renacimiento, por Florencia. Y una de mis agonías, en aquel momento estaba desgarrado, era si tirar por Portugal o tirar por Italia. Fue una agonía que me duró varios meses y al final opté por Portugal, me resigné a la tristeza. Ahí dejé Italia, el colorido italiano, los cuerpos, el hedonismo.. y me fui a Pessoa. Lo bueno es que de pronto apareció Brasil, que era como una súper Florencia. Y ahora de Portugal me gustan Pessoa, Lisboa y el idioma, pero mi gran pasión es Brasil.
P. Y cuándo te vamos a leer ese libro que quieres escribir, aparte de los diarios.
R. Sí, a ver… Necesito inspiración para escribir, pero sobre todo necesito disciplina.
P. Pero tienes mucha disciplina para los diarios, para las columnas, para la lectura.
R. El asunto es ese, que siempre he necesitado un jefe externo. Cuando he tenido encargos, he cumplido, a veces agónicamente, pero he cumplido. Pero cuando me tengo que marcar yo el plazo, siempre lo estoy estirando y siempre hay excusas para reescribirlo.
P. Y para terminar, ¿a quién te gustaría que invitáramos a Vidas Cruzadas?
R. Me gustaría que invitarais a Lucía Carballal, un autora teatral muy interesante, que descubrí el año pasado. La editorial La Uña Rota ha editado sus últimas obras y son fascinantes.