Un grupo de diplomáticos denuncian que el 'dos' de Díaz pide «demoler el régimen del 78»
Denuncian que Santos Maraver ataca instituciones que ha colaborado a construir durante toda su carrera
La elección de Agustín Santos Maraver, embajador de España ante las Naciones Unidas y ex jefe de gabinete de Miguel Ángel Moratinos en Exteriores, como número dos de Yolanda Díaz no termina de contentar a los diplomáticos. Su salida de la carrera para dar el salto a la política a solo dos años de tener que jubilarse forzosamente ha sido vista como una forma de mantenerse activo cobrando del erario público y de paso defender sus opiniones personales que, afirman, nunca ha demostrado en su carrera diplomática.
En una carta abierta en el periódico El Mundo, 68 diplomáticos han denunciado que Santos Maraver ha desarrollado toda su carrera internacional afirmando unas posturas en voz alta y defendiendo las contrarias bajo seudónimo, Gustavo Buster, en diferentes medios de comunicación. «Siempre hubo diplomáticos que saltaron a la política. Y políticos que mutaron del Parlamento a la embajada. Lo que nunca había existido son ambas cosas a la vez, como en el caso de Agustín Santos», afirman.
Mientras que en 1988 trabajó en favor de la negociación sobre la presencia militar norteamericana en España y el esquema de participación de España en la OTAN –por lo que fue condecorado en 1991 como Oficial de Isabel la Católica– y en años posteriores a sustentar el conocido como «régimen del 78» a través de eventos como la Expo de Sevilla, los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Cumbre Iberoamericana, por detrás reprochaba la adhesión española a la Unión Europea tildándola del «consenso de Bruselas», pedía demoler la monarquía y el sistema parlamentario de lo que calificaba «un régimen de agobiantes límites» y pedía propiciar el «desahucio moral» de los partidarios del «régimen del 78».
Los diplomáticos, entre los que se encuentran figuras históricas como Inocencio Arias o Ignacio Camuñas, sostienen que Santos Maraver cabalgó esta y otras contradicciones sin renunciar a puestos que le obligaban a defender posturas en las que no creían, todos ellos con jugosos salarios.
«Debió de resultar duro para el joven diplomático ocuparse de unos objetivos tan opuestos a sus convicciones. Lo que ya no se comprende es por qué no renunció a esos selectos puestos, que le frustraban a diario desde principio hasta fin de mes. ¿Hasta fin de mes? Pero lo sobrellevó. Y en esa misma línea, siendo ya oficialmente trotskista, tampoco hizo ascos a recibir la Gran Cruz del Mérito Militar, por ‘fijar la posición de España en el conflicto con Rusia’, nada menos que con los demás países de la OTAN. Y es que Santos debe de saber aguantar. Puro character building. Hoy día resulta evidente que Santos no creía en nada de aquello. Porque esta vez, como embajador en la ONU, se ha empeñado en demostrar con la práctica cotidiana que ese doble lenguaje, el lenguaje de aquello en lo que no cree y de aquello en lo que realmente cree, pueden convivir», reprochan sus compañeros de carrera.
Estos consideran sorprendente el doble lenguaje que demostraba el embajador, la dicotomía de «Agustín Santos en Nueva York y en las embajadas, donde dice defender los intereses del país al que representa, y el de Gustavo Buster tratando de demoler en las revistas todo lo que ese país significa».
Por último, cierran su escrito defendiendo que, quizás, todo este camino de contradicciones no fuera otra cosa que una acción premeditada a la espera de una oportunidad en la política: «Como no creemos que nuestro compañero sea estúpido, la única alternativa es considerar otras motivaciones. ¿Y si todo hubiera sido interés personal bien calculado? Agustín Santos ya ha dado su carrera diplomática por amortizada. Le quedan dos años para jubilarse y con ese calendario sabe que se le han terminado las embajadas. Ahora le toca jugar a Gustavo Buster, y si hay suerte, hacerlo en el Parlamento».