THE OBJECTIVE
Conversaciones con Cebrián

Soledad Puértolas: «Hoy los poderes políticos prefieren que estemos todos deprimidos»

Juan Luis Cebrián charla con la escritora y periodista en la sede de THE OBJECTIVE

Esta semana, en Conversaciones con Cebrián, la protagonista es Soledad Puértolas. La escritora nació en Zaragoza, en 1947. Puértolas obtuvo un máster en Lengua y Literatura Española y Portuguesa por la Universidad de California, donde vivió junto a su familia. Regresaron a España en plena Transición. Una época en la que ha profundizado en sus novelas, pero también en la Guerra civil. Ha sido y es una gran defensora de lo que supuso la democracia y la libertad para España. Lamenta que hoy día se desprecie el espíritu de la Transición y cree que vivimos inmersos en una época pesimista, que le viene muy bien a los poderes políticos. La demagogia es, a su juicio, otro de los males que impregnan la sociedad. Su obra literaria, su trayectoria intelectual y personal en el ámbito de la cultura ha sido reconocida con numerosos premios. Con una literatura intimista, logra contar la historia de nuestro país a través de sus libros.

Juan Luis Cebrián.- Soledad. Bienvenida a estas conversaciones. Queremos recordar la etapa de la transición, la llamada transición política a la democracia. Pero en mi opinión y en la opinión de muchos, la transición no fue sólo un movimiento político. Fue un movimiento social. Y cultural. La literatura y el arte tuvieron una participación importante en el cambio que hubo en España. ¿Cómo describirías tu ese cambio desde tu faceta intelectual, literaria, como escritora y como lectora también?

Soledad Puértolas.- Pues sí. Gracias por invitarme a estas conversaciones. Efectivamente, cuando hablamos de la transición siempre vamos al fenómeno, que es bastante espectacular, con gran repercusión del cambio político en España. Pero más que cambio político fue fundamentalmente un cambio social, un cambio de mentalidad, un cambio de actitud, un cambio de una sociedad cerrada, gris y muy controlada, en la cual solamente había que ser de una manera y lo demás estaba prohibido. De repente se nos abrieron las ventanas. Eso en literatura fue muy, muy alentador, porque la literatura que se leía entonces era la extranjera, los clásicos —Somerset Maugham y todos cuyos libros tenían nuestros padres, Knut Hamsun…

JLC.- William Faulkner.

SP.- ¡Sí! Que estaban en la biblioteca de nuestros padres. O ya lo que lo que se leía era literatura española de actualidad, ¿no? Pero era una literatura pues muy cerrada. No estaba abierta al mundo, y para todos los escritores yo creo que aquello supuso como que podíamos ser internacionales, en cierto modo. No teníamos por qué hacernos herederos de nuestra tradición cultural. O sea, se abrieron las ventanas y había más  escritores que tenían más tradición anglosajona, otros más a lo francés… O sea, se abrió un abanico enorme de posibilidades. También pasaba con lo del realismo social, ¿no? Que era lo que imperaba entonces. Y siguió imperando, pero ya empezaba a sentirse que había unos escritores que tenían otras necesidades de eh, de escribir de otra manera, con otros puntos de vista. O sea que se amplificó muchísimo el abanico. 

«Queremos dejar una huella nuestra, no una huella colectiva»

JLC.- Empezamos hablando de libros y yo me acuerdo haber leído en uno de los tuyos, no sé si era el ensayo por el que recibiste el premio Anagrama que se llamaba ‘La vida oculta’, una anécdota que me dejó muy impactado sobre creo quien era el duque de Urbino, que rechazó un invento tan importante como la imprenta y no quería tener libros, sino solo incunables. Me ha recordado esa anécdota, lo que está sucediendo ahora, el gran desorden generado por Internet. La gente escribe para internet, lee en internet, y las bibliotecas en Kindle. No están en… el mundo real, sino el virtual. La resistencia a esa nueva civilización digital se parece a la resistencia contra la civilización del libro que el duque de Urbino presentaba.

Cuando se inventa la imprenta, se inventan los libros, y se empieza también a quemarlos por el poder político. Se inventa la censura también, porque se quería controlar todo, ¿no? Ahora estamos tratando de quemar también internet. La imprenta generó un gran desorden: Las guerras de religión. Se tardaron casi dos siglos y medio en implantar el orden. Sí, el desorden de Internet es formidable. No vamos a tardar dos siglos, pero yo quisiera saber… desde el punto de vista de la cultura, de la influencia de las élites literarias y culturales, ¿cómo ves tú la sociedad digital?

SP.- Pues con mucha perplejidad. Efectivamente, creo que tienes razón con con respecto a la revolución de lo que supuso la imprenta, y que fue una revolución, pero vamos, descomunal. Y ahora estamos en esa etapa. Es una etapa nueva. Es la era digital. Bueno, pues yo con perplejidad. Bueno, como ya no estoy en los comienzos de mi vida, sino en la última curva del camino, como dirían Pío Baroja y muchos otros, pues bueno, pues digo «yo ya he vivido el libro». Pero efectivamente esto tendrá que asentarse. Pero es un hecho innegable que está Internet, que tiene unos beneficios enormes y sobre todo que ha cambiado la sociedad. Y eso lo tenemos que saber.

¿Cómo afrontamos esto los escritores? Bueno, yo es que soy de las que siempre me he sentido un poco ajena a todo. Entonces eso me ha ayudado en la vida a ver con mucha distancia, en cierto modo, los cambios. Yo creo mucho en la voluntad individual de del artista  —por llamarnos artistas también a los escritores—, y yo creo que eso es una característica del ser humano muy potente, el afirmar su individualidad, afirmar su huella. Y a ver, habrá que encajarlo en el fenómeno de Internet. Pero no puede desaparecer, porque es parte de nuestra identidad el dejar nuestra huella. Queremos dejar una huella nuestra, no una huella colectiva. Queremos [que sea] nuestra. Y eso es la literatura y eso es el arte, en suma. 

«No es esta la democracia y la libertad que hubiéramos querido y que soñábamos en los tiempos del franquismo»

JLC.- Eso es también la política democrática. Son los derechos individuales de cada individuo, de cada persona, no de los grupos sociales. Sin embargo, la transición al ser social y cultural, ha generado fenómenos de los que algunos se quieren apoderar y que, sin embargo, no son tan nuevos. Hablemos, por ejemplo, del feminismo. Yo te recuerdo siempre como una feminista, pero como una feminista de los años 60 y de los años 70. Y parece ahora que el feminismo lo ha inventado un partido político y un gobierno concreto, y no que ha sido una evolución muy importante del papel de la mujer en la sociedad, que comienza efectivamente con las primeras sufragistas. ¿Cómo era el mundo de las mujeres y el mundo del feminismo en los años previos a la Transición y cómo la Transición hizo que cambiara ese mundo? 

SP.- Esta es una pregunta que exigiría un ensayo largo. 

JLC.- ¡Bueno, hablemos diez minutos!

SP.- Efectivamente el feminismo tiene toda una historia de los derechos de la mujer, el sufragismo y todo esto. Entonces en ese momento cuando en España empieza el cambio político, entre las mujeres sí que hay unos movimientos de decir «bueno, que nosotras también tenemos nuestros nuestras reivindicaciones específicas», ¿no? No hay igualdad, no había igualdad. En todas las reuniones eran todo hombres. Los políticos, la mayoría de ellos, los líderes, eran hombres. Entonces, entre las mujeres hubo como una conciencia de que había unos problemas específicos de ellas, además lo veíamos en nuestras familias. Los padres eran los que trabajaban siempre, las madres eran las que estaban en casa. Hablo de una clase media muy homologada, la clase media del franquismo. Eso no lo queríamos así. Queríamos esa libertad para nosotras, las mujeres: del mismo modo que los hombres podían salir de casa, pues nosotras también. No había esa equidad. Yo creo que sí, que hubo una conciencia muy fuerte y que impregnó un poco los movimientos pero no llegó a impregnar nunca los grandes movimientos ideológicos, porque la ideología siempre tiende a simplificar las cosas y a ser totalitaria. Pues bueno estaba el tema de la mujer. Salió a flote y estábamos con la conciencia de que yo soy yo como persona y como mujer, también quiero tener mi individualidad, no como mujer, no como grupo de mujeres, sino como persona. Eso es fundamental, y quizá ahora vemos un mundo muy demagógico, enormemente demagógico. En ese momento, como nos teníamos que quitar de encima muchas opresiones, no importaba simplificar, pero ahora es muy peligroso hacerlo porque ya no vamos a quitarnos de encima unas opresiones como aquellas, Es más sutil todo, y mucho más extendido; el momento de la demagogia lo tenemos que superar, me parece una de los graves problemas de nuestro tiempo.

JLC.- ¿Tú dirías que el feminismo actual no es una lucha por los derechos y por la igualdad, sino por el poder? 

SP.- Es que se ha instrumentalizado, como toda reivindicación puede llegar a ser, efectivamente, una excusa para mantener el poder. Y estamos en esa tendencia. No creo que siempre, y no creo que el feminismo lo podamos generalizar de esa manera, pero el lenguaje político no es el lenguaje social de la calle, ahí hay una separación, y efectivamente todo hoy día se utiliza para el poder. Ese es el peligro de esta sociedad, o digamos el riesgo, y lo que nos preocupa; es una sociedad que tiene que matizar mucho más las cosas, tiene que explicarlas. Nos estamos encerrando en categorías muy rígidas, poco flexibles. No es esta la democracia y la libertad que hubiéramos querido y que soñábamos en los tiempos del franquismo. Nos hemos quitado el caparazón de la dictadura, pero ojo, ahora hay otras clases de dictadura. Es la demagogia, dictaduras encubiertas.. La lucha antes, en medio de todo, estaba clara. Todos fuimos, digamos de izquierdas en ese momento de nuestra juventud y ahora las cosas han cambiado. Hay que profundizar para saber qué es lo que queremos, se han derribado muchas barreras que antes obstaculizaban la visión. Ahora esta es demasiado amplia, y tenemos que pensar en qué situación estamos. No es tanto aquello de izquierdas y derechas como ver qué sociedad estamos planteando.

«Si nos cancelamos a nosotros mismos, les estamos facilitando la tarea hacia la nada»

JLC.- Hay una preocupación, en general, en Europa, en los países llamados occidentales, por la crisis de la democracia. El aumento de los partidos de extrema derecha, lo sucedido en Estados Unidos, donde parece que elegir entre demócratas y republicanos es casi como elegir entre la peste y el cólera, la sensación de que no hay liderazgo político. No hay proyectos, hay simplemente ambiciones o repartos de poder, y eso está influyendo a la juventud. La juventud actual, que yo conozco por mis nietos, está mucho mejor preparada, habla idiomas, ha viajado mucho más universal. 

SP.- ¡Son estupendos, los nietos! 

JLC.- Y sin embargo tienen dificultades de empleo que nuestra generación no tuvo. Tienen dificultades para encontrar vivienda que nuestra generación no tuvo. Tienen unas dificultades formidables para desarrollarse individualmente en la vida, y parece que como han vivido en libertad desde que nacieron, no aprecian tanto la libertad, y están pensando más bien en la seguridad o en las oportunidades. ¿Cómo ves tú esto? ¿Qué deberíamos hacer para recuperar la libertad como fundamento de la igualdad? 

SP.- Tendríamos que explicárselo, pero ¿nos escucharían? ¿Dónde? ¿Cómo? Hay que buscar un método de que permita la conexión entre nuestras vidas y las suyas. Cuando a veces les cuento a mis nietos cosas de mi vida me dicen: «pero abuela, ¿has vivido esas cosas?, ¡qué horror!» A mí no me parece tan horrible, porque es mi vida y he sobrevivido, aquí estoy, ¿no? Pero no hay esa conversación que estamos teniendo tú y yo ahora, quizá es lo que ha fallado :la conversación. No tenemos conversación. Hay una simplificación de todo. El mundo se ha hecho muy habitable y ha promocionado a estos jóvenes estupendos con tantas habilidades. Pero la sociedad tampoco es muy atractiva, y no te ofrece algo positivo en lo que desarrollarse. Entonces pues no sé, es que hemos fallado en muchas cosas… estamos todos un poco sin saber muy bien qué hacer. Quizá tengamos que hablarlo. La verdad no tengo la solución, como comprenderás, pero no podemos ceder al pesimismo porque si nos cancelamos a nosotros mismos —¡cómo dicen la palabra cancelación, que ahora desapareces del mundo!—, les estamos facilitando la tarea hacia la nada, hacia una sociedad muy basada en unos tecnicismos y en luchas de poder. Pero no podemos darnos por vencidos. El ser humano no puede darse por vencido. Tenemos que buscar vías, quizás no sean, pero habrá que buscarlas. 

JLC.- Yo desde luego no me voy a cancelar porque ya hay suficiente gente que nos quiere cancelar a los demás ¿no? Pessoa es uno de tus autores, y tú estudiaste portugués y literatura portuguesa. Hay una frase de Pessoa que a mí siempre me ha impresionado:: «solo hay un placer mejor que el de odiar, y es el de ser odiado».

SP.- …de ser odiado, sí.

JLC.- Este es un placer que ahora disfrutan muchísimos intelectuales, escritores, líderes, políticos, sociales, etcétera, en nuestro país. Pero nosotros pertenecemos a mayo del 68. A ti te dieron un premio, el Premio Sésamo en el 69 o por ahí.

SP.- No, más tarde. Más tarde. 

JLC.- O 70, pero vamos… El eslogan de mayo del 68 era «prohibido prohibir». Ahora parece que el eslogan, de la nueva izquierda también incluso, es «prohibido permitir». Aquí te prohíben no ya sólo fumar, o sea, te prohíben incluso hasta ver porno, dicen que vas a tenerque sacarte un carné para ver porno en la red. Es tamos completamente identificados por las redes sociales. La sensación es que efectivamente estamos dejando sectores de nuestra libertad personal, de nuestras ambiciones personales, etcétera, en nombre de la regulación, del establecimiento de normas muchas veces ideológicas, de los gobiernos. ¿Tú sientes eso? Yo siento que ya ahora tenemos menos libertad que cuando la deseábamos.

SP.- No hay chistes, por ejemplo. Hay muy pocos chistes en esta etapa. 

JLC.- No, no hay chistes, no. 

SP.- No, no hay sentido del humor a la hora de… No podemos permitirnos el distanciamiento que permite el humor, que siempre ha sido un elemento, una salida esencial. 

«Habría que reivindicar los matices de la literatura y los matices de una sociedad más creativa y que valore más al individuo»

JLC.- Es verdad que no se permite disentir. Los políticos lo que hacen es insultarse en vez de disentir.

SP.- Insultar y clasificarte. Hemos abocado a una sociedad [en la que] que resulta que no hay matices, porque el chiste es el matiz, el chiste o la gracia. Es relativizar las cosas. Estamos abocados a un pensamiento muy único, que eso es un poco lo que decían de Estados Unidos, o una cosa u otra. Eso es el único. Si hay uno y dos es que hay uno, o sea, es que el dos sale del uno. Entonces no puede ser, tenemos que reivindicar el relativismo, que no es el de no hacer nada, sino de decir «vamos a ver de que estamos hablando. ¿Qué quiere decir prohibir?» Es evidente que tenemos que tener unos sitios para aparcar el coche o si no te ponen una multa. Pero vamos a ver hasta dónde podemos regular nuestra vida para no molestar a los demás

JLC.- Estamos ilegalizando el tabaco y legalizando la marihuana. Lo cual es verdaderamente notable. 

SP.- Es por eso es que no hay coherencia. Ninguna. ¿Por qué? Porque todo es igual. Todo es igual: o cero o el infinito. Hemos sido nosotros también un poco simplistas Aunque yo como literata, por así decirlo, no me considero simplista, la literatura es todo menos eso. Es la afirmación de los matices de uno mismo. Pero quizá hemos sido poco literatos. Había que reivindicar los matices de la literatura y los matices de una sociedad más creativa y que valore más al individuo. Aquí no se valora el individuo. Esa es mi sensación. No a mí, sino al individuo en general. Creemos que todos son iguales. Creemos que todos se manipulan de la misma manera, que todos van a hacer y que no piensan. Pero la gente piensa, y tiene todo el derecho a hacerlo y a equivocarse. Hemos abocado en esto. Es una contradicción porque a la vez todo el mundo se puede expresar en Internet. Porque tienes miedo que digan «bueno, tú ya estás en la fachosfera» o « estás defendiendo cosas que son indefendibles». No, no, vamos a pensar un poco. Concedámonos mayor libertad de expresar, y sobre todo de relacionarnos con los otros. Neguémonos a los dictámenes tajantes. No sé cómo se hace, pero en fin, en la medida de lo posible y de lo individual creo que hay que hacerlo.

JLC.- Pues efectivamente es así y la realidad es que uno de los problemas que ha generado la sociedad digital, pero Internet ha generado también muchísimas bondades. Yo soy absolutamente partidario de Internet. Es un instrumento democrático porque ha dado más igualdad y más oportunidades para la gente, pero ha hecho que las élites desaparezcan. Quizás salvo las élites deportivas o las élites musicales. Pero las élites del pensamiento han desaparecido.

SP.- Han desaparecido, sí. 

JLC.- O por lo menos no son tan reconocibles. Y efectivamente, está prohibido pensar, como tú dices, porque pensar es disentir, y disentir del poder, cualquiera que sea el poder, y fundamentalmente del poder económico, es disentir. Hay un poder económico muy importante que es el de las editoriales y que lo conocemos bien los escritores. En España hay ahora un fantástico renacimiento de editoriales pequeñas que está generando una democratización frente al poder excesivo de la industria cultural que hace que al final en los medios de comunicación y en los círculos, entre comillas, «oficiales» de la cultura, todos los periódicos hablen de los mismos libros, de las mismas películas, de las mismas exposiciones, cuando en realidad…

SP.- Hay más…

JLC.- …la literatura es un ejercicio de soledad.

SP.- De soledad, de soledad.

JLC.- No sólo de Soledad Puértolas, ¿no? 

SP.- No, no. También. 

JLC.- Una cosa que existía, todavía en los años del franquismo, por así decirlo, eran las tertulias literarias. Las famosas del Café Pombo, las del Café Gijón o las de las Cuevas de Sésamo, precisamente en nuestra generación, que eran muy admiradas y muy deseadas, por ejemplo, cuando éramos estudiantes en la universidad. Sí éramos capaces de…

SP.- ¡De asistir!

JLC.- De asistir, o de ver, de estar en una mesa. Sí, eso parece que se ha diluido, o que se ha multiplicado, pero en el sentido peyorativo. Peyorativo en el sentido de que no se sabe de verdad cuáles son las corrientes fundamentales del pensamiento crítico, ¿no? Y este problema de la democracia ya lo advirtió Tocqueville: la ley de la mayoría es fundamental en la democracia, sobre todo por la ley de la igualdad. Pero el respeto a las minorías y a las minorías disidentes es tan importante como la decisión de las mayorías.

SP.- Totalmente. Ahora, claro, ¿quién les da voz a estas minorías disidentes? ¿Quién les da voz? Entonces, esas tertulias de las cuales yo también, como tú, decía «esto debe ser maravilloso ir a una tertulia de esas». Luego al final fui y la verdad, bueno, en el café Lyon con Ferlosio, venía Ferlosio y todos nos quedamos enmudecidos. Y hablaba muy bien, la verdad. Contaba unas anécdotas sobre el desierto… Era un tema que a Ferlosio le interesaba muchísimo. Y bueno, pues eran remansos. A la vez te daban un poco de miedo de decir torpezas, pero lo ibas venciendo… el primer día no hablas, luego vuelves a hablar, hay que hablar, hay que hablar, tienes que expresarte y al final tu opinión es a lo mejor equivocada, pero está ahí, existe, y debe ser sopesada. ¿Por qué no? Tampoco tú dedicas un tiempo a esto, al pensamiento. No, no tienes por qué no valorar tu propia opinión Esa función que tenían las tertulias, yo no sé si sigue existiendo, pero existirá porque me parece que no puede desaparecer. Estoy pensando un poco en la Real Academia, que en cierto modo es una tertulia también, donde también se consigue ese ambiente. Entonces, deberíamos de revalorizar nuestras propias opiniones a través no sé de qué, de unos foros de algo, una red de algo. Pero desde luego no podemos pensar —sería muy poco realista hacerlo— que esta sociedad esté condenada No es realista porque el individuo está ahí, y necesita hablar. Es como cuando los cuentos infantiles, los niños… ¡Cómo les gustan los cuentos! ¿Qué pasa que cuando crecen luego no les gustan? ¿Por qué hay este corte? El ser humano quiere cuentos. El ser humano no solamente quiere quiere reflexionar y pensar, sino imaginar otros mundos. ¿Qué pasa con eso, con esas potencialidades si están ahí? Vamos a tratar de encajarlas, ¿no?

JLC.- Lo que pasa es que los cuentos han sido devorados por los relatos políticos. Ahora, en política ya no hay ideas, no hay programas, no hay propósitos, hay relatos. E incluso hemos visto que el Fiscal General habla del relato en vez de la ley. 

SP.- Nos han quitado el relato.

JLC.- Los cuentistas son ahora los políticos en vez de los escritores. Pero yo sobre este punto te quería preguntar. Primero, porque eres autora de una literatura fundamentalmente intimista, llegas a lo social desde la individualidad intimista. Para los que estén viendo esto y no te hayan leído, yo les recomiendo que te lean fundamentalmente por una cosa: porque todas tus novelas son novelas de amor. 

SP.- No lo sé, no lo sé…

JLC.- Todas las novelas del mundo son novelas de amor. 

SP.- Puede ser, puede ser.

«El pesimismo es como un virus; es peor que el coronavirus, mucho peor»

JLC.- Es decir, si no son novelas de amor, son novelas, sobre otra historia, ¿no? Pero te quería preguntar, tanto que hablas del individuo y que lo habrás sentido muchas veces. ¿Cuál es el sentimiento individual respecto a la soledad? ¿Qué sentimientos tiene un escritor? Yo siempre he pensado que era la soledad y la diferencia, ¿no? Pero la soledad ante la página en blanco. Ante no saber qué decir de un cuento que vas a escribir.

SP.- Pues fíjate, fíjate, y te voy a decir que yo no tengo el pánico de la página en blanco. Digo «ya escribiré yo». La soledad me parece tremenda, y es que es un precio que pagas, es un precio. No tienes otro remedio que pagarlo, porque claro, es que estás solo escribiendo, o sea, si escribes estás solo. A la vez es la manera de vincularte verdaderamente con los demás. Pero a mí ya se me ocurrirá algo. O sea, no, no tengo ese pánico. Fíjate que es curioso porque me lo han preguntado más de una vez lo de la página en blanco. No bueno, pues mejor que esté en blanco y que no esté emborronada para que yo pueda escribir. O sea, que a mí me parece una oportunidad , y si no es hoy, será mañana. A mí lo que me importaría, lo que la verdad que me preocuparía es —si ya no quiero escribir, pues ya dejaré de escribir. Lo que me preocuparía es no ser capaz de expresar las inquietudes que me causa esta sociedad, a mí como individuo. Ese es un reto que es al que me enfrento todos los días en cada novela que me propongo hacer, ¿qué hace una persona como yo en un momento como este? Eso está sin resolver. La página en blanco no me importa porque sé que esta pregunta me la voy a hacer siempre, me parece a mí. El día que me la deje de hacer moriré.

JLC.- Y esa soledad ante una sociedad que está cambiando, y que no está cambiando para mejor, como decías. ¿Cómo te influye? 

SP.- Pues tremendo, tremendo. Tienes que luchar también contra un pesimismo que nos cerca. Uno de los grandes peligros en este momento es el pesimismo. Es como una enfermedad. La depresión es uno de los síntomas, o una de las causas de suicidios de adolescentes. Eso es tremendo. Creo que el pesimismo puede ser muy interesante para algunos, porque hoy los poderes políticos es posible que prefieran que estemos todos deprimidos y así hacen todo lo que les da la gana, ¿no? No podemos permitir que nos depriman. Tenemos que luchar contra el pesimismo. Pero es como un virus; peor que el coronavirus, mucho peor. El coronavirus se solucionó, al parecer quedándonos todos en casa, cosa que, en fin, también fue bastante fuerte. Pero claro, ¿cómo se soluciona el pesimismo? ¿Acallando el pensamiento? No, no.

JLC.- Tengo la sensación de que —hablo de este momento—, en España no se ha vencido al pesimismo. Estamos viviendo una etapa muy parecida a la previa a la transición, y por lo tanto va a haber aquí otra transición cultural, económica, política, etcétera, porque hay una nueva civilización….

SP.- Tiene que haberla. 

JLC.- …que es la generación digital. Pero tengo la sensación de volver a vivir aquello que decíamos en el tardofranquismo: la España oficial y la España real. Que era como pensar: «bueno, ya que Franco se va a morir, pues que ellos hagan lo que quieran, que nosotros haremos lo que nos dé la gana». Y yo tengo esa misma sensación ahora, por un lado está un gobierno que pretende ser el más progresista del mundo y se alía con nacionalistas xenófobos e irredentos. Hay que recordar que el Partido Nacionalista Vasco negoció con Hitler durante la Guerra Mundial, a ver si Hitler les ayudaba a separarse de España. Es decir, ¿cómo se puede decir que eres progresista con un partido como Junts per Catalunya? Es un partido xenófobo, directamente, y supremacista. Pero los escritores jóvenes, los deportistas, la gente, los empresarios, los trabajadores, los inmigrantes —tan importantes; este país, crece y se fortalece gracias a los inmigrantes, y sin embargo, no tienen prácticamente ningún reconocimiento y sí muchísimas dificultades para progresar— son los que están manteniendo España. O sea que en ese sentido creo en la sociedad civil.

SP.- Yo también. ¡Quiero creer, quiero creer!

JLC.- No, yo creo en ella, y nos sorprende cada día. Y creo en los escritores. Pero el ánimo de la lectura no está protegido ni impulsado por los sectores culturales. 

SP.- ¿Y cómo se haría? ¿Cómo se haría eso? 

JLC.- Ya no sabemos ni lo que leen los políticos. Antes nos decían lo que leían. 

SP.- Sí, antes nos decían «Aznar está leyendo a no sé quién, o Felipe está leyendo…»

JLC.- No sabemos lo que leen porque no leen. Es importante promover ese ánimo de la cultura, ese ánimo de la creación. 

SP.- ¿Pero cómo lo harías? A ver, tú que conversas y sabes… tienes muchos contactos. 

JLC.- La gente está ávida de eso. Lo digo por la gente que accede a mí y que trata de plantearme estas cuestiones. O sea, yo creo que el problema que hay es que la política está pensando en el poder antes que… 

SP.- Que en la sociedad.

JLC.- …que en la sociedad. Y esto es un problema no sólo de España, es un tema que desgraciadamente está creciendo. Pero para mí el tema de la libertad… Has hablado mucho del individualismo.

SP.- Del individuo. 

JLC.- No, y del individualismo. Y sin embargo, cada vez estamos viendo sociedades más obedientes. 

SP.- Total, total.

JLC.- Obedientes, incluso frente a situaciones terribles como las de las guerras, además sin ningún tipo de reacción. Parece que una vez que nos dejan votar, ya está resuelto todo.

SP.- Sí, es el único momento que intervenimos.

JLC.- Y ahí es donde yo creo que los que los escritores tenéis, tenemos, una obligación. 

SP.- Yo creo que sí. 

JLC.- Una obligación que es la de disentir. 

SP.- Pero no se nos ocurre. Pensar, como lo has dicho antes, es disentir. Tenemos que pensar, matizar y afirmar que somos todos distintos, porque eso es importantísimo, porque nos tratan como si fuéramos todos iguales de mentalidad. Y esa es la manipulación. El peligro de la manipulación es considerar que la igualdad que debe ser un bien, es un mal. Pues mira, no puede ser. Era un bien. ¿Por qué se ha convertido en un mal? Ahora, lo que no sabemos, y veo que tú tampoco lo sabes, es cómo organizar eso. Yo no soy política.

JLC.- Yo tampoco soy político en activo. 

SP.- Sí, pero tú eres… 

JLC.- Me he dedicado a la política desde el periodismo, pero yo sí creo que hay que darles a las nuevas generaciones algún impulso que les permita huir del pesimismo. Y tienen razones para él, todas las dificultades que encuentran… Tienen razones para el desasosiego, ¿no? Es decir, antes nos casábamos al principio, cuando teníamos 21 o 22 años…

SP.- ¡A los 21 años! Yo también.

JLC.- Y eso además me ha dado tiempo para casarme varias veces. 

SP.- Yo sigo igual, ¿eh? Sigo igualmente casada.

JLC.- Pero cuando ves las dificultades que tienen los jóvenes… me produce estragos, porque son dificultades que se han generado en el desarrollo y en la libertad. 

SP.- Exactamente. De lo que estamos haciendo, de nuestra lucha o nuestra vida. Lo hemos visto. ¿Y qué pasa con estos jóvenes, que encima, para colmo, están desinteresados? Desinteresados en el futuro. Aunque están preocupados, ¿eh? Porque el cambio climático les preocupa mucho. Les preocupa la ecología, que esto es una novedad. Entonces hay una preocupación que no saben cómo encauzar. Yo, desde luego, desde mis novelas y desde mi posición, la que tenga en la sociedad, pues haré lo que pueda. Pero los políticos, quizá los políticos, deberíamos de ponerlos contra las cuerdas, ¿no? Algo tendríamos que hacer con ellos.

JLC.- Nos están poniendo contra las cuerdas ellos a nosotros. 

SP.- Eso es verdad. 

JLC.- Lo que sí quisiera para terminar esta conversación es hacer alguna referencia a un movimiento literario, que en mi caso transformó mi vida, y yo creo que transformó la vida de muchísimos lectores. Hablo, como lector, del boom, latinoamericano. García Márquez, Carlos Fuentes, Cortázar, tuvieron en nuestra generación una influencia formidable. De creatividad, de solidaridad, de lucha por la libertad y por la democracia.

SP.- Sí, sí, sí…

JLC.- Realmente son escritores españoles, no argentinos, ni mexicanos ni colombianos, ¿no? 

SP.- Desde luego. 

JLC.- Y eso noto yo que que se ha perdido. Tú que te has dedicado a Iberoamérica y a la cultura iberoamericana. ¿Cómo ves lo que está sucediendo? 

SP.- Pues veo que ha pasado como con todo, como con todo. Todo se ha diluido. Pero ese momento fue como una inyección de vida en la literatura española. Estábamos en la España de Franco, muy cerrados a corrientes nuevas, incluso a Latinoamérica. Estaba allí, pero no había venido. Entonces irrumpió. Cuando me casé, en el 68, a todos mis viajes me fui con una novela, iba de la mano de García Márquez: en nuestra lengua se estaban escribiendo mundos completamente distintos. ¿Qué ha pasado ahora? Pues primero, que no se lee tanto, que no se lee, hemos perdido esto de la lectura, por muchas razones que también nos llevarían a otro tipo de coloquio. Todo se ha diluido. No ha interesado y hay que reivindicarlo, reivindicar todas las aportaciones de cada uno de los escritores. ¿Se lee hoy día a Baroja? Pues no. ¿A quién se lee hoy? Tendríamos que hacer una encuesta sobre las lecturas, sobre el programa de la enseñanza en literatura, lo que es, cómo se da. Una materia de reflexión en la que todos los escritores deberíamos también ponernos en activo para que la literatura estuviera presente de una manera viva. Y lo que es la literatura, no, como sabemos, disuasoria.

JLC.- Finalmente la literatura… 

SP.- Nos salvará, nos salvará.

«El optimismo nace del desasosiego, de la voluntad de no sucumbir a eso»

JLC.- La literatura, es vida. 

SP.- La literatura es vida. 

JLC.- La literatura, es vida, está siempre viva. Y una de las cosas que yo echo a faltar es una complicidad mayor por parte de nuestros líderes políticos, a la izquierda y a la derecha, con la literatura y con la cultura. La cultura la utilizan…

SP.- …pero no lo valoran. No conocen, quizá.

JLC.- No la conocen, además no participan de ella salvo que les dé votos…

SP.- Les vendría muy bien. 

JLC.- O salvo que les sirva como un apéndice de su actividad. Soledad, muchas gracias.

SP.- Muchas gracias a ti. 

JLC.- Me encanta tu optimismo. Para terminar, solo quisiera decir ¿cómo, siendo tan optimista, eres tan admiradora de Pessoa, al que citas constantemente? Él acabó su vida, y su vida literaria también, con una obra que se llama El libro del desasosiego.

SP.- Claro, porque es que el optimismo… nace del desasosiego, la voluntad de no sucumbir a eso. Si no conoces el desasosiego, si no conoces el pesimismo, no puedes tener la voluntad de superarlo.

JLC.- Pues gracias por esa lucha que llevas a cabo y que es ejemplo para escritores y para lectores. 

SP.- ¡Bueno, bueno, no te pongas tan estupendo!

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