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Política

Todos los secretos de la impostura de Errejón: ¿construcción mediática o identidad oculta?

TO publica un adelanto del libro ‘El personaje. Íñigo Errejón: historia política de un impostura’ (Esfera de los libros)

Todos los secretos de la impostura de Errejón: ¿construcción mediática o identidad oculta?

Portada del libro 'El personaje. Íñigo Errejón: historia política de una impostura. | Esfera de los libros

¿Quién es realmente Íñigo Errejón? ¿Un ideólogo brillante que supo interpretar el pasaje de la vieja a la nueva política, un estratega refinado o un oportunista que aprovechó un golpe de suerte para buscar una fama que acabaría devorándole? Y, sobre todo, ¿existe un Errejón anterior a la carrera de la política, una «persona» contrapuesta al «personaje», según él esboza en su carta de despido como una degeneración causada por la actividad pública? El libro El personaje. Íñigo Errejón, la historia política de una impostura (Esfera de los libros), que sale a la venta esta semana, aborda la trayectoria de uno de los políticos que han influido en la historia reciente de España. E intenta responder a las preguntas sobre su repentina caída, sus contradicciones y el legado que ha dejado en la política de hoy, desde Yolanda Díaz hasta Pedro Sánchez. THE OBJECTIVE publica un fragmento del volumen.

A Errejón se le considera el demiurgo de la receta populista de Podemos (término que el dirigente nunca rechazó). Su nombre se dio a conocer después del pelotazo electoral de Podemos en 2014, cuando ejercía de jefe de campaña electoral. Pero en lugar de desempeñar un cargo a la sombra de Pablo Iglesias, aprovechó los focos mediáticos para ganar fama y gloria. Empezó luchando contra la «casta», pero después moldeó el nuevo feminismo de Podemos, que influyó en el rumbo de toda la política española. Pablo Iglesias, y después Yolanda Díaz bebieron de sus fórmulas y mensajes electorales para su éxito político. Hasta lo hizo Pedro Sánchez, emulando la estrategia de la polarización que Errejón trajo a España de América Latina y convirtió en brújula de la política actual.

Errejón, sin embargo, no escribía ese guion en solitario. Compartía su trabajo con un grupo de selectos asesores, tal y como desvela el nuevo libro de Luca Costantini, del que THE OBJECTIVE ofrece este miércoles un adelanto editorial. El volumen aborda también el choque con Pablo Iglesias; la conjura de 2019 cocinada en la residencia privada de Manuela Carmena alrededor de una mesa con empanadillas; la creación de Más País y Más Madrid, su caída y resurrección de la mano de Yolanda Díaz, hasta su salida abrupta en octubre de 2024, tras una avalancha de denuncias por presunto acoso sexual.

El personaje quiere arrojar luz sobre todos esos aspectos, ofreciendo un análisis que desvela momentos desconocidos de la vida de uno de los principales intérpretes de la política contemporánea: sus aciertos, así como sus dudas, las dificultades, las contradicciones, pero también su teoría (la «hipótesis», como diría él) que se extendió a toda la política española. En este adelanto editorial, el autor explica las tres tesis sobre la presunta disociación entre «persona» y «personaje» que Errejón usó para justificarse de unos excesos que le llevarán a su caída, y que revelan su «impostura». Siempre y cuando se pueda de verdad considerar acabada su carrera…

Adelanto de ‘El personaje’:

«¿Existía de verdad ese personaje? ¿O era en realidad el reflejo de una misma persona, que se elevaba y hundía hasta niveles inesperados tras haber formado parte del fenómeno Podemos? Podríamos decir que, a este respecto, hay tres tesis que dialogan entre sí. La primera tiene que ver con la idea de que hubo una persona anterior al personaje. Es el Íñigo investigador universitario, estudioso, lector y activista comprometido con la igualdad, dispuesto a emprender una carrera universitaria, hasta que el éxito de Podemos le desvía creando la figura del Errejón político, un hombre afectado por las luchas intestinas, tan cruentas y cínicas que le harán perder la ilusión, el autocontrol y la compasión. Allí es donde el personaje aniquilaría a la persona. 

Esta es la tesis que defiende Errejón en su carta de despedida, que escribe tras una avalancha de testimonios anónimos que señalan presuntos casos de malos tratos y acoso sexual, acusaciones que él tarda en negar. En ningún momento el dirigente piensa dimitir por su fracaso político, sino porque se ha convertido en víctima de unos agentes externos, culpables de haberle desviado de la recta vía, en la que siempre creyó y por la que siempre luchó, con mayor o menor acierto. Esos agentes habían sido los ataques de sus excompañeros, la «corte del caudillo» Iglesias, responsables de las campañas sucias, las humillaciones y los golpes bajos que le habían empujado hacia esa espiral de lucha por la supervivencia. Y por supuesto el «neoliberalismo», que le había obligado a «correr un maratón a la velocidad de 100 metros lisos», dándolo todo para perderlo todo más tarde.

(…) La segunda lectura plantea que el personaje, en realidad, es una construcción mediática, nacida al hilo del triunfo del «nacional-populismo». Cuando surgió Podemos, algunos sectores de la sociedad vieron en ese partido una amenaza para la democracia. Otros optaron por concederle un voto de confianza. Apoyaron, comulgaron o justificaron a esos jóvenes indignados que hablaban de regeneración democrática y de «régimen del 78». Hubo oportunismo, desde luego. Pero también deseo de comprensión, a veces incluso paternalismo hacia unos chavales que, al fin y al cabo, habían crecido con el sueño quebrado del socialismo real y que lo impugnaban todo porque no tenían ningún clavo ardiendo al que agarrarse.

Esos sectores invitaron a los indignados a sus canales de televisión, les dieron la oportunidad de hablar en las emisoras radiofónicas y les concedieron páginas y páginas de periódicos. Eran jóvenes que tenían que aprender, decían, pero que portaban la antorcha igualitaria que había removido los corazones de varias generaciones a lo largo de la historia. Y aunque el socialismo real había acabado en tragedia, una parte de la izquierda insistía en evitar una revisión honesta de su propia historia. 

Podemos se encontró con la benevolencia y comprensión de esos sectores que empezaron a inquietarse solo cuando vieron que Iglesias no era domesticable, y decidieron entonces encumbrar a Errejón. Lo eligieron como el mirlo blanco de la «nueva política» y lo mimaron. Y él se dejó cuidar, claro. Le asignaron la etiqueta de intelectual, de ideólogo, de hombre sin manchas: una imagen melosa que chocaba con la realidad porque bastaba con recordar sus noches en Lavapiés para saber que ese presunto estratega erudito y moderado era, en realidad, un hombre impulsivo, caótico y atormentado, a veces agresivo con los suyos y dispuesto a todo con tal de mantenerse en los vaivenes de la política. Pero el «personaje», en ese caso, ni siquiera sería una deformación de la persona, sino un simple disfraz hecho por los medios de comunicación, que construyeron en torno a él una imagen útil a sus intereses. Y la máscara era demasiado atractiva para que un narciso la rechazara, aunque supiera que eso conllevaba un desenlace trágico.

Finalmente, la tercera tesis apunta directamente a la inexistencia del «personaje» como tal. Según esta versión, que en buena medida es la que defienden aquellos que colaboraron con él, el personaje no es nada más que la traducción práctica de un político que desde el comienzo hizo de la ambición su brújula, y que para tener éxito aprovechó todo aquello que le resultara útil a ese fin. Para los que defienden esa lectura, Errejón es un adicto al poder y a la proyección mediática, alguien que necesita tener delante un auditorio que le escuche, le aplauda y le alabe, y que en nombre de eso estuvo dispuesto a sacrificar cualquier tipo de vínculo o relación humana. Una mezcla de cobardía y ambición desmedida, según personas que le trataron de cerca, quienes argumentan que buscó a líderes carismáticos como Pablo Iglesias, Manuela Carmena y Yolanda Díaz para afianzar su proyección personal. Es una interpretación compartida en sectores de Podemos y en las otras formaciones en las que participó. Aquellos que comulgan con esta idea concluyen que la persona y el personaje son, en realidad, la misma cosa. 

El poder actúa como elemento esclarecedor de la personalidad: no transforma, sino que desvela lo que está latente, dirían algunos de ellos. Y alguien como Errejón, que en condiciones normales ya dejó entrever rasgos de egocentrismo o de superioridad, verá amplificadas su confianza y su ambición una vez alcanzado el poder y la popularidad. Y experimentará más rabia, desolación y rencor si lo pierde. Esa es la conexión que describe el vínculo entre personaje y persona en esa última interpretación, que concluye que todo fue una simple impostura perpetrada por los miembros de su círculo, alentada por los medios de comunicación y alimentada por él mismo.

Errejón, el promotor del acelerón populista en España, fue quien dio con la clave para convertir una sigla desconocida en el tercer partido más votado a nivel nacional. Así que nadie le podrá negar su habilidad para el marketing electoral. Podemos logró en sus primeras elecciones un millón de votos, y en sus primeras generales más de cinco millones. Después, la formación se iría desangrando entre rencillas familiares, rencores y falsas promesas.

Cuando Podemos se hizo establishment, Errejón, que ya vivía entre dos realidades, una diurna y otra nocturna, tuvo la intuición de cambiar la casta por el feminismo. «Hay que feminizar Podemos», gritaba a la vez que denunciaba el «estalinismo cuqui» de sus compañeros. Con la batalla por la igualdad de bandera —pero no ya la económico-social, sino la de género—, primero perdió el control del partido que había ayudado a fundar y después emprendería una aventura nueva de la mano de Manuela Carmena y Yolanda Díaz para ajustar cuentas con sus viejos amigos, evitando el destierro. Dijo que quería impugnarlo todo, «abrir la lata» del sistema, pero tanto él como los demás intérpretes de ese gran cambio acabaron engullidos por él. 

El personaje puede leerse como el reflejo de lo que el poder hace con quienes lo ambicionan, como una construcción mediática o como un subterfugio para sustentar la impostura. Probablemente sea una síntesis de las tres cosas, pero tal vez convenga cambiar el foco: no mirar solo al estafador, sino a los estafados. Al poder mediático que lo encumbró, proyectando en él lo que le convenía; a los compañeros de partido que lo aplaudieron mientras les resultó útil, y lo abandonaron en cuanto dejó de serlo; a los excompañeros con quienes compartió en su día una visión de país, pero cuya relación terminó reduciéndose a una sucesión de agravios personales que acabaron pesando más que cualquier ambición colectiva; y también —sobre todo— a los votantes, que quisieron ver renovación donde solo había marketing, y depositaron sus esperanzas en promesas huecas que se incumplieron sin tardanza ni disimulo. Bastó un instante, como en el caso de Bernie Madoff, para que la frágil torre de naipes se viniera abajo, porque detrás, simplemente, no había nada más que una ilusión». 

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