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Política

La gran falacia rota: la sociedad civil siempre ha sido protagonista política

«Desde la Edad Media, los momentos más trascendentales de nuestro país no brotaron de los escaños políticos»

La gran falacia rota: la sociedad civil siempre ha sido protagonista política

El dos de mayo de 1808 en Madrid. | Museo del Prado

Leo y escucho, con cierto grado de hastío, cómo se pide a la sociedad civil que acepte, de manera irremediable, sumisa y poco decorosa, la pasividad estratégica con la que parte de la clase política decide entregar nuestros derechos, nuestras libertades y nuestros sueños a los caprichos de un tirano que ahora parece tambalearse.

Esto no hace más que retratar un idiotismo que se perpetúa desde que a la clase política le dio por asumir la inexistencia de una sociedad civil y ésta, lejos de defenderla como un estamento de poder necesario en cualquier sociedad, asume su rol como agente opinante y elector durante solo un día. El resto de los 1.459 días de la legislatura debe «disfrutar» de lo votado: no opinar, no proponer alternativas y, menos aún, criticar al partido al que votó porque puede perjudicarlo.

Solo tenemos que abrir un libro de Historia para comprender que los grandes cambios siempre emanan de la sociedad civil y que es la clase política la que debe adaptarse a ellos, manejando con suma cautela sus cálculos sobre cómo respetar la voluntad de sus votantes y no la del propio partido.

La época de los Grandes Descubrimientos fue el triunfo de la iniciativa privada que, junto al ingenio y al afán de crecimiento de la sociedad civil, llevó a nuestra Nación a ser un referente tanto en el Nuevo Mundo como en el Viejo. Cuando la política se aferraba al pasado, la sociedad civil inventó el porvenir en el Renacimiento español, de la mano de Nebrija o de la escuela sevillana de pintores, entre otros.

Las fábricas textiles de Cataluña o la siderurgia del País Vasco en la Industrialización no surgieron por decreto ley, fueron empresarios, ingenieros y obreros quienes transformaron los entornos rurales en zonas de producción. Las Capitulaciones de Santa Fe, el levantamiento del 2 de mayo frente a las tropas napoleónicas, los cambios culturales e industriales… son la llamada constante de la sociedad civil ante cualquier tipo de desastre o catástrofe.

Desde la Baja Edad Media hasta hoy, los momentos más trascendentales de nuestro país no brotaron de los escaños políticos, sino de la voluntad colectiva de la gente.

Cuando la clase política se encogía de hombros, bien por pasividad o por una manifiesta falta de ideas, era la fuerza viva de la sociedad civil la que, con ansia, coraje y determinación, impulsaba revoluciones, fomentaba descubrimientos, instauraba corrientes culturales o lideraba revueltas para derrocar a quienes atentaran contra sus derechos y libertades.

España ha evolucionado a golpe de emprendimiento civil y rebeldía cultural. Son nuestras pequeñas-grandes iniciativas las que sostienen el motor del progreso y de las que emanan nuestros derechos, libertades y obligaciones. Es mucho más fácil unirse en valores que en ideologías, juntarse en acciones y proyectos y no en palabras vacías, aunar esfuerzos frente a un enemigo común cuando los intereses son reales y no electoralistas.

Si alguien le espetara la falacia de que «la sociedad civil no puede meterse en política», responda así: la sociedad civil sí hace política cuando vota y elige a sus representantes. Y cuando esos representantes vulneran sus intereses y principios, sale a la calle: organiza manifestaciones multitudinarias, convoca huelgas, publica artículos críticos, proponiendo mociones de censura… o simplemente va a trabajar, porque —racionales o no— todas las políticas se pagan con el sudor de cada trabajador.

En resumidas cuentas, la sociedad civil debe ser siempre la chispa y el motor del cambio y sólo su mera existencia debe incomodar lo suficiente a la clase política como para que decidan tenerla siempre en cuenta en el tablero del poder.

¡VIVA LA SOCIEDAD CIVIL!

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