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Política

Víctimas en los kibutz tras dos años del 7-O: «Con 50 rehenes no quiero los dos Estados»

THE OBJECTIVE viaja a los lugares de la masacre del 7 de octubre de 2023 que dio pie a dos años de guerra

Víctimas en los kibutz tras dos años del 7-O: «Con 50 rehenes no quiero los dos Estados»

Irit Lahov, en una vivienda del kibutz Nir Oz quemada el 7-O. | Luca Costantini / The Objective

A poco más de una hora de Tel Aviv, en la frontera sur de Israel, se encuentra Nir Oz. Es un pequeño kibutz, es decir, una aldea judía nacida para dar forma al socialismo real, que con el tiempo se ha convertido en algo parecido a un pequeño pueblo. Una lengua de asfalto conecta ese kibutz al resto del país. Allí, durante la mañana del 7 de octubre de 2023, se vivieron horas de auténtico terror. Sobre las 6.30 de la mañana, un comando de Hamás irrumpió en la zona. Entraron para asesinar, salieron y volvieron a entrar para buscar supervivientes. Mujeres, ancianos y niños fueron asesinados o secuestrados. Solo cinco viviendas de las 200 existentes quedaron sin registrar. Y todo fue grabado con mini cámaras personales. Solo en esa aldea los milicianos ejecutaron a sangre fría a 117 de los 400 residentes. Un pogromo del siglo XXI, que a casi dos años de la tragedia sigue dejando un escenario de desolación.

Irit Lahov es una superviviente del ataque del 7-O. Ella se salvó con su hija adolescente casi de milagro. «Cada mañana me gustaba correr por aquí», explica durante un encuentro con periodistas organizados por Europe Israel Press Association (EIPA), al que ha sido invitado THE OBJECTIVE. «Pero ahora me da miedo, pienso si será la última vez». Esta mujer israelí de 58 años señala una pequeña calle aún por asfaltar que rodea el kibutz. Desde allí se ven los campos y un sendero, es el camino que conduce a Gaza. La franja queda a un puñado de kilómetros, se ve nítidamente. Por allí llegaron con sus «Toyotas» y «pick up» los milicianos de Hamás para matar, violar, secuestrar y robar en varios puntos del país.

El balance general fue más de 1.200 víctimas mortales, además de 250 rehenes: es el ataque a la comunidad judía más grave después del Holocausto, o lo que para los políticos y militares israelí se traduce en la fórmula del «cambio de paradigma». Israel en ese momento entendió que las capacidades militares de Hamás habían evolucionado, que ya no se trataba únicamente de protegerse con muros y refugios, sino que había que afrontar la posibilidad real de una «invasión». «Dijeron que aquello era un test», añaden desde el ámbito militar, donde prefieren mantener el anonimato.

Sonido de los disparos

Lahav, como otros supervivientes del kibutz, ha decidido que quiere compartir su historia. Lo hace en el lugar de la masacre, al que viajan comitivas de periodistas, expertos internacionales, ciudadanos israelíes de a pie. Esa superviviente aguanta las lágrimas para relatar lo que vivió. En la mañana del 7 de octubre de 2023, los vecinos de este kibutz, uno de los tres más golpeados durante los atentados, se despertaron con el sonido de los disparos. Algunos residentes decidieron sacar sus armas y enfrentarse a los invasores. Los otros, sobre todo mujeres y niños, se fueron encerrando en sus refugios. «Será un grupo de diez terroristas como mucho», pensaron. No sabían que fuera les esperaba un comando.

Las banderas que señalan las víctimas del 7-O
Las banderas que señalan las víctimas del 7-O (Luca Costantini / The Objective)

La gran mayoría de viviendas en Israel se han construido con un refugio en su interior. Se trata, en realidad, de una habitación acondicionada con cemento armado y ventanas protegidas. Pero esos refugios, pensados para defenderse de los cohetes, suelen tener una puerta sin cerrojo, para facilitar su apertura en el caso de una operación de rescate. Y esa falta de cerrojo convirtió a los refugios de los kibutz en jaulas de la muerte. Los terroristas fueron casa por casa, abrieron las puertas a la fuerza, lanzaron granadas, fue una carnicería. Irit Lahav se salvó porque logró bloquear su puerta con el brazo de hierro de una aspiradora. «Iban y venía, estuvimos mi hija y yo en la oscuridad y en silencio durante horas, mientras fuera había disparos. Lo intentaron hasta cinco veces».

Ella es una de los afortunados que pueden contar su historia, y lo hace delante de las pequeñas banderas amarillas que, casa por casa, llevan los rostros de las víctimas de la masacre. En el comedor social, donde los miembros de esta urbanización compartían tareas juntos, comidas y fiestas, se encuentra una galería fúnebre con los nombres de todas las víctimas. Desde entonces ya nadie entra en ese espacio. «Por aquí os pido no hacer fotos», dice Lahav delante de una vivienda en la que cuelgan las fotos de dos jóvenes, un hombre y una mujer, y tres niños pequeños. Han sido todos matados o secuestrados por Hamás.

Rostros de las víctimas en un kibutz atacado el 7-O
Rostros de las víctimas en un kibutz atacado el 7-O (Luca Costantini / The Objective)

A unos pocos metros, hay viviendas quemadas, como la de Oded Lifshitz, oficialmente secuestrado por la banda terrorista. «Aquí vivía Oded», explica esa superviviente. Este hombre de 82 años de edad era uno de los más ancianos del kibutz. «Era un activista y antes había sido periodista, todos le conocían. Incluso los palestinos, porque era un defensor de la convivencia, iba a menudo a Gaza, así que los terroristas sabían perfectamente quien era cuando hicieron lo que hicieron», reflexiona Lahav.

Convivencia y connivencia

Los terroristas entraron a la fuerza en su casa, la saquearon y quemaron, y se llevaron a Lifshitz de rehén. Las probabilidades de encontrarlo con vida son escasas. Así que en la cabeza de Lahav ronda un pensamiento: «¿Por qué nadie sale y dice, yo sé donde están los rehenes? Aquí hay miles de personas involucradas», lamenta refiriéndose a los palestinos de Gaza. La idea de la connivencia de la sociedad palestina con respecto al proyecto terrorista de Hamás la consume por dentro. «Yo soy una persona de izquierdas, una socialista, siempre he estado en favor de la convivencia, y en el largo plazo quiero que tengan un Estado. Pero ahora, con 50 rehenes, no», zanja.

Todo parece como congelado. Los juegos de los niños aguardan delante de las puertas de las viviendas. En las casas donde hubo asesinados siguen las llaves apoyadas sobre las mesas en el comedor. Hay tabaco, filtros, bolígrafos y papeles. Los vecinos fueron sorprendidos por la furia. Ahora han pasado dos años, e Israel también ha respondido con fuerza. Ha lanzado una ofensiva dentro y fuera de sus fronteras para cazar a los mandos de Hamás. El mismo día en que Lahav relata su historia, un atentado en Jersulén deja seis víctimas mortales (una española) y un misil de Israel golpea en Catar a líderes de la banda terrorista. Fuentes del Ejército dejan entender que seguirán hasta que haber descabezado realmente la organización, porque el 7 de octubre lo cambió todo, afirman.

El interior de una vivienda atacada durante el 7-O
El interior de una vivienda atacada durante el 7-O (Luca Costantini / The Objective)

«Ahora mismo estamos ganando», comentan expertos como Avraham Levine, investigador del Alma Research Center, que habla en la frontera norte del país, mirando a Siria y Líbano, otras dos zonas a las que Israel observa con preocupación. También en ese sector hay pequeños kibutz, que fueron atacados con misiles después del 7 de octubre, aunque no invadidos. «No sabemos por qué no lo hicieron», se pregunta Badi Dumitrescu, un residente de Misgav Am, en el norte de Galilea, pegado a la frontera con Líbano. Después del atentado la aviación israelí destrozó literalmente todos los pequeños pueblos desde donde se lanzaban cohetes. Pero en los últimos días ha vuelto cierto movimiento. «Por allí vimos a unos coches con milicianos con la bandera de Hezbolá, no sabemos qué intenciones tienen, pero algo está pasando», afirma con preocupación.

Guerra fuera de Israel

El ataque del 7-O es una herida abierta. Lo demuestran los miles y miles de carteles con los rostros de los rehenes que llenan las calles, las plazas, las carreteras, las paradas de autobús de todo Israel. Aquello fue un antes y un después, coinciden expertos y ciudadanos de a pie. Y para aquellos que vivieron en primera persona la tragedia, la diferencia entre bien y mal ya no es una frontera simbólica. 

Israel es un país que se siente en guerra, y hasta que Occidente no entienda esto difícilmente podrá ayudar para que se alcance la paz. Nadie, en efecto, habla en esos lugares de «genocidio». Eso que incluso las personas involucradas en las operaciones en Gaza asumen que hay víctimas inocentes, pero el Gobierno israelí ha decidido que el problema se debe resolver fuera de sus fronteras, y no dentro. Y cosecha importantes apoyos populares en ese sentido.

Las autoridades israelíes se sienten portadoras de la democracia en una tierra que consideran suya, pero hostil. Así que su malestar es palpable al ver que otros países del bloque occidental cuestionan sus decisiones. «El problema de Europa son sus liderazgos fallidos», es el sentir de estas autoridades. La referencia es también para el presidente Pedro Sánchez, quien intenta capitanear las críticas europeas a Israel.

A lo largo de estos meses, Sánchez se ha convertido en una vanguardia contra el Gobierno de Tel Aviv. Ha anunciado un embargo militar y mostrado su interés por la creación de un Estado palestino. El gobierno de Netanyahu cree que Sánchez busca el respaldo de la izquierda europea para paliar su debilidad parlamentaria y tapar las investigaciones por corrupción. «Tenemos un problema con el gobierno de España, pero no con los españoles», matizan.

Aunque el malestar es hacia gran parte del bloque occidental: este lunes la Asamblea General de las Naciones Unidas votará un moción en favor de la creación del nuevo Estado de Palestina. «Cuando reconocen el Estado palestino no está claro exactamente qué reconocen», afirman desde las sedes gubernamentales en la capital de Israel.

Bombas y sangre

Los familiares de los casi 50 rehenes que siguen en los túneles de Gaza (se calcula que solo una decena permanecería con vida) son los que más piden al Ejecutivo tratar con los milicianos y frenar la guerra. En ese resquicio de división se encuentra una sociedad que se siente asediada, tal vez más sola que nunca, y dolida porque interpreta que Occidente ha entregado el monopolio del sufrimiento a los gazatíes.

El problema es que después del 7-O la idea de convivencia pacífica no cotiza al alza. Incluso los más proclives al diálogo con los palestinos han renunciado, en algunos caso, a ello. Irit Lahov, por ejemplo, califica a la izquierda europea de «confundida». «Yo soy socialista, de izquierdas, siempre lo he sido. Pero yo entiendo que la izquierda debe defender los derechos de los gays y lesbianas, y ¿de verdad creen que en Gaza se defiende eso?».

Espacio donde se celebró el festival musical Nova
Espacio donde se celebró el festival musical Nova (Luca Costantini / The Objective)

La sensación de traición es presente, y los tonos se encienden cuando se menciona la Global Sumud Flotilla que zarpó el 31 de agosto de Barcelona para llevar ayuda humanitaria a Gaza, donde por cierto entran a diario más de 200 camiones con alimentos. Esta víctima, así como otros preguntados por este periódico, se cuestionan por qué la izquierda europea es tan proclive a condenar a Israel, pero guarda silencio ante los 48 rehenes que Hamás mantiene en sus túneles, a veces en condiciones infrahumanas, como demostró un vídeo de un rehén capturado durante el festival musical Nova, a pocos kilómetros del Kibutz, obligado a excavar su tumba y grabado para generar presiones sobre el Gobierno de Israel.

El solar en el que se celebró el festival Nova se ha convertido en lugar de peregrinación. Se celebró para ser un himno a la paz entre los dos pueblos y ahora es un cementerio. Desde allí se oyen los estruendos de las bombas que caen en Gaza. Es un rumor inolvidable. Así como lo son las manchas de sangre en las paredes de los kibutz. Pero los israelíes consideran que ese sonido es necesario para lograr su paz y salvación. En ese pequeño rincón del mundo no hay hueco para las soluciones fáciles e inmediatas. Y menos para quienes buscan resolver sus problemas de política o proyección interna exportándolos hasta un territorio que ya ha sufrido lo suficiente. 

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