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Política

Analítica a Kaori Matsumoto, mujer del hermanísimo

«¿Cómo se cruzaron en sus caminos estos amantes transcontinentales? Las versiones bailan como hojas en un tifón»

Analítica a Kaori Matsumoto, mujer del hermanísimo

Kaori Matsumoto.

En el enredado tapiz de la familia Sánchez emerge Kaori Matsumoto como una figura tan exótica como enigmática. No es la geisha que acompaña que algunos quisieran creer, ni la espía nipona de novela barata que a otros les gustaría en su imaginación desbordante. Es, simplemente, la cuñada japonesa del presidente, esa sombra discreta que ha bailado al ritmo de los escándalos con la gracia de quien sabe que el silencio es el mejor kimono para las intrigas. Kaori Matsumoto irrumpió en el radar ibérico como una brisa del Pacífico, fresca y desconcertante.

¿Cómo se cruzaron en sus caminos estos amantes transcontinentales? Las versiones bailan como hojas en un tifón. Una crónica dice que fue en Tailandia, durante uno de esos viajes que David, el músico errante con alma de diplomático frustrado, realizaba como si el mundo fuera su partitura privada. Otra apunta a San Petersburgo, donde el hermano menor del presidente, fugazmente vinculado a alguna gira orquestal, topó con la jurista de la ONU en un congreso de derechos humanos. Sea como fuere, el flechazo data de alrededor de 2021, cuando David, bajo su alias artístico de David Azagra, anunció que se había casado y que un bebé estaba en camino. La niña, nacida el 19 de abril de 2022, lleva en su ADN el mestizaje de dos mundos: el bullicio madrileño y la precisión japonesa. Kaori, con visado de reagrupación familiar que detalla la fecha de parto como si fuera un sello imperial, aterrizó en España ese mismo año, instalándose en el corazón del poder: el Palacio de la Moncloa. No como huésped oficial, sino como la consorte invisible que disfruta de las instalaciones con su discreción insuperable.

Si el idilio romántico tiene su encanto novelesco, la llegada de Kaori a la Península Ibérica revela el lado prosaico y pecaminoso de la familia Sánchez. Mientras David simulaba residir en Elvas (Portugal), para eludir el fisco español con la astucia de un evasor de manual, la pareja pernoctaba en una habitación palaciega. Seis meses, al menos, de 2021 a 2022: desayunos con vistas a los jardines de Moncloa, paseos por los pasillos donde se cuecen las decisiones de un país, y un vehículo medicalizado de Presidencia al servicio de la embarazada Matsumoto para sus revisiones ginecológicas. El erario público, ese eterno cornudo, pagó la factura sin rechistar. Y mientras Kaori amamantaba a su hija en las dependencias oficiales, David tejía su coartada fiscal: una habitación alquilada y nunca utilizada, pero suficiente para declarar residencia portuguesa y ahorrarse unos buenos euros en impuestos. Fraude a Hacienda y a la Seguridad Social, dicen los juristas; un «error administrativo», balbucean los portavoces progubernamentales. En este país, donde el presidente predica la austeridad mientras su hermano toca el violín en el paraíso fiscal ajeno, la línea entre delito y descuido es tan fina como perder el hilo en una partitura.

Profesionalmente, Kaori es un enigma envuelto en credenciales impecables. Jurista especializada en la lucha contra la corrupción, ¡otra ironía del destino!, su carrera en la ONU brilla con proyectos como la coordinación de la South East Asia Justice Network desde 2020, un ambicioso entramado para fortalecer la justicia en el Sudeste asiático. En 2024, su estrella pareció ascender aún más: el Gobierno español, vía el Ministerio de Exteriores de José Manuel Albares, inyectó medio millón de euros en la Oficina de las Naciones Unidas contra el Terrorismo (UNOCT) para crear un puesto ad hoc en Madrid. Kaori, experta en prevención del extremismo, lideraría un proyecto en Mauritania. Vox olió el enchufe, y pidió su comparecencia en el Congreso. Ella, prudente como un samurai, renunció al cargo antes de que el escándalo estallara del todo.

Pero el telón de fondo, el que ensombrece toda esta tragicomedia oriental, es el juicio inminente a David Sánchez. El pasado martes la Audiencia Provincial de Badajoz desestimó su recurso y confirmó el procesamiento por prevaricación y tráfico de influencias en el «Expediente Royuela», esa trama de enchufes en la Diputación donde el hermanísimo cobraba por no aparecer, mientras su jefe, Miguel Ángel Gallardo, le cubría las ausencias. Más de diez tomos de pruebas, correos que prueban comidas de fin de semana con el socialista extremeño, y una influencia presidencial que la sentencia resalta como «posible motor» de los favores.

Kaori Matsumoto no es sólo la mujer del hermanísimo, sino un exotismo importado para maquillar su mediocridad: un puesto laboral que no sabe explicar, una residencia ficticia para evadir lo inevitable. Ella encarna la ironía suprema, una experta en anticorrupción casada con un imputado. ¿Huirán a Japón, como tramitó David Sánchez en julio de este año con un visado de reagrupación familiar? ¿O se quedará Kaori en España como testigo muda de un imperio en decadencia? No habrá belleza como que la verdad se imponga convertida en un bosque de cerezos en flor con una cárcel al final del camino.

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