THE OBJECTIVE
Viento nuevo

Zaplana en la sombra y sin cabeza

«La UCO bautizó la investigación como ‘Operación Erial’. Así la ginebra y el güisqui corrían por los copones»

Zaplana en la sombra y sin cabeza

El expresidente de la Generalitat Valenciana, Eduardo Zaplana | Europa Press

El desfile diabólico de la modernidad es el de los testaferros, por los juzgados pálidos, todos vestidos de sport, mientras el ‘guaperas’ llega sonriendo y todavía se dispara un guiño; mientras el dandy llega con las manos en los bolsillos y a paso lento, porque la prisa siempre es hortera. Chascarrillos, bromitas, dejes y pujos de seguir en la fiesta, un humo a habanos que todavía perdura, las burbujas en los ojos, las muñecas prietas por el oro, solo los relojes y pelucos despeinados. Sigue en la pasarela, rumba de sobres y camisas de cuello duro, la raya muy peinada y la sonrisa amplia, como una rodaja de melón, luminosa, todavía algún selfi en pleno cadalso mediático.

De todos los testaferros acusadores, dedos muy duros que lo señalan sin interrogantes y con un poco de asco, el más divertido es el último, el de hoy mismo. Un tal Fernando Belhot, uruguayo como Onetti: «Me dijo que era dueño de la mayoría de los activos pero que no quería vincularse debido a su actividad política». Para partirse el eje, el culo y los limones hechos mandarinas por la batidora imprevista. Sigue Belhot y la foto del fotomatón mide tres metros de largo: «Destruía los extractos de las cuentas para no relacionarse con los activos». Zaplana, sí, acorralado por sus amigotes, que ahora saltan del barco como ratas que saben nadar y quieren ver todo el lujo hundiéndose a media yarda. La UCO, muy llena de gente, todos protegidos por sus identidades, sitúan a Zaplana como la llamada «cabeza en la sombra» de todo el tinglado. Era una sombra luminosa, porque nadie había que no lo identificara, y una sombra que se hacía selfis mientras rompía el papelito del cajero, porque ya iba sobrado él de braguetón. La UCO bautizó la investigación como ‘Operación Erial’. Así la ginebra y el güisqui corrían por los copones, que eran eriales lujosos y orinales. Un suspiro entero de sombra llameante, ardiente, mordiente. Mordían las sombras, sí, pero no los ojos abiertos como platos del sopero del personal que recibía sobres y mucha manteca colorá. Dice el amigo uruguayo Fernando Belhot, quitándose el lápiz carpintero de la oreja: «Creo que, en total, sí, fueron unos dos millones trescientos mil euros lo que me mandó». Un pico. Un casi. Un sorbo.

Mucho antes, semanas atrás, fueron los agentes de la Guardia Civil quienes pintaron la sala valenciana de los ropones –que dirían Julio Valdeón y Raúl del Pozo- con adjudicaciones públicas a dedo, sociedades en Luxemburgo con luces estroboscópicas, mucha pista de baile con mordidas, mucha barra con blanqueo, el desfase, el fiestón, la caraba. La defensa de Zaplana, ya entonces, optó por una vía cercana a Beckett y Arrabal, teatro del absurdo, había que desacreditar los trabajos y los días oídos en sala solo debido a los registros, a la entrada misma en despachos y domicilios, a la incautación de documentos y a las formas, chicos, porque no es plan, mínimo unos buenos gemelos y una corbata de nudo inglés. Los peores amaños, presuntamente, fueron los de las adjudicaciones de las ITV y los parques eólicos en la Comunidad Valenciana, cuando él presidía aquella Generalitat de la risa, los copazos de la Barberá hasta la cirrosis, yo me acuerdo, la tarta para pocos, los muchos hoteles para pensar mucho en horizontal con otra u otro debajo o encima. La fase testifical sigue la pasarela de fuera de la sala: mascaradas, carnavales, cachiporras.

Cantó la rana, al parecer, con el primer pellizco. En el primer registro aparecen ya cinco folios mecanoscritos donde la Unidad Central Operativa sufre el primer desmayo por la mucha risa floja: «Después de doce años de experiencia, dedicándome a la investigación económica y a otros casos de corrupción, una documentación así, para mí, significaba solo posibilidad de blanqueo». Cinco folios como esqueleto a los que luego, con mucho recibo roto, ya se le ponen músculos y órganos principales: malversación, cohecho, blanqueo, espumillón y pino muy duro como el mejor mástil. Qué casa de putas más acogedora fue Valencia para esta golfemia cara, sin bohemios. Seis delitos y la Fiscalía, lúcida y abstemia, no baja de los 19 años de cárcel para el señor Zaplana. Las tres hogueras en la playa donde ya está todo el mundo vestido son: prevaricación (presunta adjudicación amañada en los parques eólicos), cohecho (presunto cobro de mordidas a los hermanos Cotino que coleccionaban concesiones) y blanqueo de capitales (presunta evasión de la pasta gansa de las comisiones ilegales al extranjero para después devolver el monto a España como patrimonio). Zaplana y aquellos que cantaban juntos temas de Loquillo («Cuando fuimos los mejores»): un amigo de la infancia, un asesor fiscal, un jefe de gabinete y una secretaria. Todos susurran ahora como el mar: «Fue Edu, fue Edu».

Zaplana es un caballero: jamás negó la amistad con los acusadores. Anticorrupción los llamó de modo musical: ‘grupo criminal’. Dolió el rejonazo, en la grupa, de su amigo Pachacho Barceló, Joaco, titular de mercantiles, propiedades y cuentas en el extranjero cuya propiedad, dijo ante el juez, pertenecían al exministro. «Cómo voy a vivir yo en ese piso, si no era mío», exclamó entre risas negras por las galeras. Pachano hacía lo que le mandaban sin rechistar. «Me ha utilizado», sentenció antes de darse el piro. Todos tiran de la manta y Zaplana no sabe poner cara de palo. Deformación profesional de guapo sin gravedades. Sonríe el muñeco, sí, ya sin sombra ni cabeza.

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