The Objective
La mirilla

Las lágrimas de Ábalos en el patio del Supremo

«Era la evidencia de que incluso alguien acostumbrado al poder puede sentirse acorralado cuando la justicia lo alcanza»

Las lágrimas de Ábalos en el patio del Supremo

El exministro José Luis Abalos a su llegada al Tribunal Supremo. | Europa Press

A las 9.12 de la mañana entró el exministro José Luis Ábalos —mochila de cuero, semblante tenso— por la puerta del Tribunal Supremo. Parecía un señor con prisas por una reunión cualquiera… no por lo que se le venía encima. Desde ese instante, nada sería rutinario. La Fiscalía Anticorrupción pidió prisión provisional y sin fianza.

Una petición basada en la gravedad de los delitos y el riesgo de fuga, que señalaba directamente su papel en la trama de las mascarillas y la conexión con su asesor Koldo García y el comisionista Víctor de Aldama. No había margen para interpretaciones: la justicia había actuado con contundencia.

Después de la vistilla, Ábalos quedó en el patio del Supremo. Allí encendió un cigarro. Calada tras calada, parecía medir el tiempo que tardaría el juez en dictar la resolución. No fumaba por convicción, sino por espera, por tensión. De vez en cuando levantaba la vista hacia el edificio, calculando cuánto faltaba para que su destino se confirmara.

En un momento de esa espera, se le saltaron las lágrimas. No era un gesto de arrepentimiento, sino la evidencia de que incluso alguien acostumbrado al poder político puede sentirse acorralado cuando la justicia lo alcanza. No hubo gritos, ni gestos teatrales. Solo humo, silencio y un hombre enfrentando las consecuencias de actos graves que hoy tienen respuesta judicial.

Cuando llegó la notificación del juez, la decisión fue firme: prisión provisional. El patio dejó de ser un espacio de espera para convertirse en el último lugar en el que Ábalos estuvo como hombre libre antes de ser trasladado por los agentes. La mochila de cuero, testigo silencioso de la mañana, lo acompañó hasta el vehículo policial. Su escaño sigue intacto, pero su situación política es insostenible y su imagen, ya empañada, tendrá hoy una nueva definición: la del primer diputado en activo, en la historia de España, que ingresa en prisión. En el Tribunal Supremo, la ley habló y Ábalos fue uno más que tuvo que escucharla. El cigarro apagado, las lágrimas en el rostro y el silencio del patio quedan como registro de que, incluso entre quienes ejercen el poder, nadie está por encima de la justicia.

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