«Lo que desde la Unión Europea podemos desear es ser socios y aliados auténticos de nuevo, sin guerra de aranceles, y podamos enfrentar juntos los planes de rusos, chinos –e incordios como los turcos-, que han avanzado mucho sus posiciones»
Curioso que siendo un melómano clásico que sentía una completa indiferencia por la música moderna, Richard Nixon tuviera el privilegio de rozarse con dos gigantes del Rock’n’Roll. Nada más ni nada menos que con Elvis Presley y Johnny Cash. Ambos encuentros se caracterizaron por su punto estrafalario y disonante, como no podía ser de otra manera tratándose de Tricky (el trilero) Dick.
Lo tenía frente a frente y, en una rueda de prensa de envidiable intensidad celebrada justo después de las Midterms Elections, Donald Trump no lo dudó. En esos pocos minutos los dos parecían llevar su papel hasta el límite, sin voluntad de rectificar, al contrario, mostrando en público un pulso dialéctico a través del cual el asedio y la arrogancia eran las fuerzas que se contraponían.
Los republicanos han afianzado su mayoría en el Senado, y con eso Donald Trump y todos sus partidarios dentro y fuera de Estados Unidos están proclamando una gran victoria. Y puede que lo sea, y que la confianza generada por ella sea la que ha movido al presidente a echar a la calle a su ministro de Justicia -fiscal general, en la terminología local- Jeff Sessions y a declarar prácticamente la guerra a la Cámara de Representantes. Pero puede que no lo sea tanto, y que la tendencia general del voto hacia los demócratas y la pérdida de esa Cámara baja hayan sacudido al trumpismo y empiecen a atemorizarlo.
A unos pocos hay que agradecerles que, simplemente, se dejasen ver. Porque esas son para los demás raras ocasiones que ya no se olvidan nunca. Me pasa con Messi, a quien he visto un par de veces en persona. Y me pasa con John McCain, a quien vi cuatro veces. Fue en un mismo verano de hará ahora demasiados años; el verano en el que fui becario en el Senado americano.
En una escena de Rojos, la adaptación al cine que Warren Beatty dirigió y protagonizó en 1981 de la crónica Diez días que sacudieron el mundo, alguien pregunta por qué es a la Rusia zarista y en guerra a donde hay que ir para entender el momento histórico, a lo que John Reed responde…
La verdad sea dicha, no hacía falta que Trump fuese a China para recordarnos que estamos en el ocaso de la supremacía norteamericana. Ya algunos morbosos lo sabíamos. Su retórica populista, prepotente, derrotista, su proveniencia del mundo de la “reality tv” y los tabloides neoyorquinos, su carrera empresarial dudosa y fraudulenta –y sí, hasta su peluca, símbolo de inseguridad, vejez y falsedad, de algo que fue y ya no vuelve sino en maquillaje, avisaba de cierto declive, cierta sobredosis de americanidad. Del ocio que se vuelve vicio, el entretenimiento que se convierte en política, el excepcionalismo que es más bien insularidad. Una decadencia que los que seguimos la prensa washingtoniana parecemos atestiguar en tiempo real, escándalo tras escándalo, día tras día.
Con qué envidiable aplomo se abrazó Narendra Modi a Donald Trump durante su primera rueda de prensa conjunta. Allí mismo, en la Casa Blanca, frente a cámaras y periodistas. Con suavidad de nieve, dejó caer su cabeza de abuelo de cuento sobre el pecho de su homólogo americano.
Kellyanne Conway, consejera de Donald Trump, puso los pies en el sofá del Despacho Oval hace dos días y a más de uno hubo que darle las sales. “Intentad imaginar la reacción si alguno de los ayudantes de Obama se hubiera sentado en el sofá del Despacho Oval así”, dijo un productor del canal de noticias MSNBC. “Quita tus putos pies de los muebles, Kellyanne Conway. Esta no es tu casa”, dijo el periodista Keith Olberman. Louise Mensch, escritora, añadió “No tienes clase, Kellyanne Conway, oveja disfrazada de cordero, los pies encima del sofá, sin mirar a los líderes afroamericanos, tu madre debe de avergonzarse de ti”.