
Quien tiene un enemigo, tiene un tesoro
Confrontar es a veces una vía hacia el triunfo. En política, como en la vida, resulta rentable vender un proyecto, construir un liderazgo o cohesionar un grupo enfatizando tanto lo que no se es como blandiendo un relato en positivo. Marcar distancias y señalar adversarios forja identidad. Y así se llega a extremos como que determinados hinchas celebren más los fracasos del contrincante que los éxitos propios, se desaten enconadas rivalidades entre ciudades próximas y perfectamente intercambiables o que proyectos políticos se cimienten sobre el ‘no’ a algo, relegando la condición propositiva que se les supone. El conglomerado Izquierda Unida nació para articular la oposición a la OTAN; Pedro Sánchez trata de salvar su carrera negándose a pactar con el PP; populismos de todo pelaje crecen en Occidente por contraposición a un establishment que ha causado grandes frustraciones en poco tiempo. Funciona.