Acaba un año, otro empieza… y ahí permanece Mariano Rajoy, constante, entre la España que muere y la España que bosteza. Todos le daban por muerto hace doce meses, iba a ser la primera víctima del terremoto político que fragmentó el Parlamento y a lo máximo que podía aspirar era a facilitar, con su salida, la permanencia en el poder de su partido. Un año después, aparece como el líder nacional menos cuestionado, representa el polo de la estabilidad en la convulsa Europa y ha culminado una metamorfosis personal que le lleva a erigirse en el paladín del “diálogo” y el “acuerdo”, en el promotor resuelto de los pactos de Estado que deben reformar los agrietados pilares del sistema español. Es un Mariano nuevo, muy distinto del que aprobaba leyes orgánicas con el único apoyo del PP y huía obsesivamente del escaparate público.