La nobleza como cualidad humana se ve, se presiente. Se intuye cuando uno, yo mismo, ha pateado ciudades y gabardinas. La insoportable maldad del Ser Humano también se intuye en cualquier parada del bus, en cualquier esquina. Pero la bondad se huele en el rostro ajado y en la mirada limpia de quienes te venden el periódico y te hablan de cómo viene febrero para el terruño. La nobleza se ve en el gesto de los hombros de las gentes buenas y en la posición del abrigo cuando lo dejan en la percha a la hora del clarete. Porque, a pesar de todo, el Hombre como especie, ha evolucionado; ha hecho un proceso divino de ‘amejoramiento’ para dejar de ser mapache y pasar a ser cowboy en ‘Times Square’. Y, sin embargo, Donald Trump, ahí, triunfante con lo suyo que es el mundo, con su gato amarillo acostado en la frente, sus queridas y sus enemigos. Ya nos dijo en célebre contraportada el maestro Manuel Alcántara que, incluso sin votarlo, íbamos a sufrir aquí al que yo llamo ‘coloso en damas y en nadas’: Trump, Donald.
La prensa insiste en el renovado interés por Arendt y Orwell, autores que se ocuparon de la verdad. E insiste en llamar a esta nueva época la era de la posverdad, concepto ligado a dos fenómenos: Trump y el Brexit.
Para saber de Obama lo mejor es leer las columnas de Juan Claudio de Ramón. Hace menos de cien días y ya lo echamos de menos. Su elegancia. Su manera de escupir por el colmillo a Putin. Su ritmo bailando el Rock.
Donald Trump ha provocado un quilombo fenomenal en su país. Ha firmado un decreto con cuatro disposiciones sobre inmigración: 1) Suspende la admisión de nuevos refugiados durante 120 días mientras se estudia cómo abordar la cuestión. 2) Impone una moratoria de 90 días para algunos países, siete en total, influidos por la violencia terrorista islámica. 3) Suspende indefinidamente la admisión de refugiados sirios. Y 4) Limita el número de refugiados anuales a 50.000.
Gobernar sin amor, con desprecio, con cuenta abierta de venganzas. Gobernar como el adolescente frustrado que se resarce, al fin, de aquella chica tan lista que no le quiso besar. Gobernar contra el profesor mortal que le aburrió con saña. Gobernar desde la infelicidad y el miedo, tachando nombres, por el miedo, pasando lista, para dar miedo, añadiendo nombres, criando miedo. Gobernar para ser noticia. Gobernar para aplastar la pobreza del propio corazón destruyendo la última brizna de misericordia en el proceso. Gobernar lanzando veneno y gritando: «¡tenéis cáncer! ¡Tomad mi quimioterapia!». Gobernar convirtiendo la mesa de despacho en parapeto contra la bondad, arma contra la esperanza o un simple trozo de madera. Despreciar símbolos y quemar metáforas. Gobernar a contrapelo, a contra algo, a contra todo, en defensa propia, sin humor, sin amigos, enarbolando banderas de lugares míticos, cimientos reales de injusticia. ¿Qué pueblo es ese que solo odia y agrede y quiere quemar el pasado? Gobernar contra el color de la piel, la forma de una nariz, evocando con cada firma la frase «os vais a enterar». Gobernar dividiendo el mundo en nosotros y los otros, moros y cristianos, yo y los demás. Inventar enemigos para gobernar o gobernar sin mirar, entender, respetar a madres e hijas, abuelas y hermanas. Gobernar porque me lo he ganado. Gobernar como un niño gobierna a las hormigas del jardín, metiendo palitos en el nido y removiendo, echándole agua hirviendo, a ver qué pasa. Gobernar para sentirse amado. Ver las hormigas correr, trepando por las piernas. Sentirse odiado. Echarle la culpa a las hormigas de que te muerdan las piernas. Gobernar sembrando dolor y sentarse a esperar a ver cómo crecen maravillas. Odiar. Ver maravillas donde dejaste un desierto. Qué poco amor se reparte cuando no se ha tenido. Gobernar para darte cuenta de que sigues vivo porque el cuerpo no siente ya nada después de tantos años bajo sábanas de seda. Gobernar pensando que llegaste a lo más alto sin haberte movido del sitio en cien años. Gobernar por un solo motivo: gobernar para no ser gobernado.
Pensé que le estaba plagiando el discurso de investidura a Colau y los podemitas. Por lo de no ser un traspaso de poderes como cualquier otro sino uno que marca un antes y un después. Por lo de estar devolviendo el poder al pueblo y el pueblo al poder. Por lo de que nunca más gente olvidada por su gobierno, nunca más un gobierno sin su gente. Por aquello de las élites que se servían a sí mismas y lo de un gobierno que está, por fin, para servir a su pueblo. Por todo este manual de populismo para dummies, en fin, y valga la redundancia.