Dejar de fumar, perder cinco kilos, salir más, empezar un coleccionable. En los primeros días de septiembre se abre una de esas ventanas siderales en el espacio-tiempo. Una puerta de esas que nos muestran como en un espejismo lo que queremos ser pero no podemos
¿Cómo es posible que en tan poco tiempo hayamos pasado de admirar a la curvilínea de Marilyn, a adorar a palos de escoba con ropa que desfilan por las pasarelas mundiales? Es lo que se llama culto al cuerpo.
Justo delante del todoterreno gris que te antecede aparece un restaurante de comida rápida. Hamburguesas, patatas, refrescos y hasta ese delicioso brownie que tan buenos recuerdos te dejó la última vez. Todo al alcance de tu mano y sin necesidad de bajarse del coche.
Hace unos días, comentaba yo con una amiga, lo arduos que resultan los mandatos de lo sano. Como el conejo de Alicia, no llego a tiempo para tanto remedio.
Más vale un buen cerebro como compañero de viaje que una tabla de abdominales bien definida. Pero eso no quiere decir que nos gusten más los gorditos. Si no soñamos con pasar una velada romántica con John Goodman por algo es.
No saben ustedes lo bien que me viene esta noticia de que todas las dietas tienen resultados iguales y lo que importa es seguir bien cualquiera de ellas. Ahora mismo la imprimo y la sujeto con el imán a la nevera.
Creo fielmente en la cadena alimenticia, por eso la lechuga se la doy al conejo, el conejo lo troceo y se lo echo al cerdo, y ya cogeré los nutrientes vegetales que queden en las morcillas