En ‘Kaputt’, que podría traducirse en alemán como “roto”, Malaparte plasma sus viajes por el frente oriental, no sin antes retratar buena parte de la Europa ocupada por los alemanes.
Hace poco me escribía con un amigo ruso, disidente veterano, mediante correo electrónico Barcelona-Moscú. Hablamos del concepto “democracia de imitación”, acuñado por el historiador Dmitri Furman, para describir la Rusia de las últimas décadas. Un término que enmarca lo que hay entre la democracia liberal y el autoritarismo. Cáscara democrática —elecciones, pluralidad de partidos y medios— y fondo autoritario. “Es útil incluso hoy en día, para explicar la situación en Venezuela”, me decía mi amigo. Yo, arrastrado por mis propias obsesiones, establecía la comparación con China.
Hace unos años, cuando la vida se me puso de repente cuesta arriba, decidí complacer a los míos y busqué un psiquiatra al que pudiera adoptar. Tras algún intento fallido, di finalmente con una persona buena y caótica sin apenas pacientes, que parecía alegrarse de verme. El psicoanálisis tiene todos mis respetos por haber sido una mina de oro para los novelistas. ¿Qué más se le puede pedir? Cuentan que al recibir en su casa al Profesor Schultz, un célebre psiquiatra alemán, Freud le preguntó: “¿Cree usted sinceramente en su capacidad para curar a un paciente?”. “¡De ninguna manera!”, respondió Schultz. “En este caso, nos entenderemos”, le dijo Freud.
La política –liberal, conservadora o progresista – ha tenido siempre como uno de sus atributos más nobles la capacidad de abrir el horizonte de los ciudadanos, llevándolos de lo particular a lo común. Los partidos necesitaban dar con elementos compartidos y llegar a acuerdos para definir objetivos y estrategias compartidas. Fuera por convencimiento o necesidad electoral, los políticos se veían obligados a reflexionar y hablar del “bien común”.
Hoy separan diferencias sociales abismales al campesino de los multimillonarios