Siempre se imagina uno que Paul Auster será más alto, más grande, más fuerte. Con todo, Auster conserva a sus 70 años un aspecto formidable: un hombre elegante que peina unos largos mechones blancos hacia atrás, con los ojos grandes como pomelos, una voz honda y algo rasgada. Paul Auster visita Madrid unas horas después de la muerte de John Ashbery y tiene todos los focos apuntándole: se cuentan con los dedos de una mano los escritores que despiertan esta expectación. Paul Auster está tranquilo, apoya los hombros en la pared, cruza las manos, levanta un poco el pie izquierdo. Su presencia en el Espacio Fundación Telefónica, en un lugar privilegiado de la Gran Vía, es casi digna de un jefe de Estado. Luego se sienta frente a la prensa, que se cuenta por decenas, y se coloca un audífono para la traducción.