Creo que era en el mismo diario El País donde leí hace años una declaraciones de Pedro Almodóvar sobre los curas del Conferencia Episcopal y su predilección por el negro. El cineasta venía a decir que era el color de los que no amaban la vida ni sus alegrías. Las palabras de Almodóvar tenían mucho sentido, ya que él ha sido quien hizo de los colores vivos y chillones una huella indistinguible de su cine. De un cine libre y posfranquista.
Yuval Noah Harari es un profesor de historia de la Universidad Hebrea de Jerusalén, y el lector no sabría de quién hablo si no hubiese vendido 1,2 millones de copias de su libro Sapiens.
Enric González, de natural prudente, nunca habló tan alto como cuando en sus memorias lo hizo de Juan Luis Cebrián: «Vale, el poder miente. Siempre. Pero lo de Cebrián es de traca. En comparación con él, Mariano Rajoy cumple sus promesas con la precisión de un reloj suizo.
No conozco un solo periodista de plantilla (entiéndanme, de los considerados rasos) que gane más de 1.500 euros brutos, la mitad de lo que El País considera, con arreglo al caso Goytisolo, un salario digno. (Del artículo «Goytisolo en su amargo final», en que Franciscco Peregil contaba cómo las penalidades habían acabado por sumir en el desaliento al escritor barcelonés, me llamó la atención que el propio diario, en su estimable labor de auxilio, fijara en 3.000 euros brutos el sueldo mínimo para no vivir en precario).
“Cada generación que ha despuntado a lo largo de la historia ha tenido un objetivo político y social o, simplemente, la intención de ocupar el poder”. Así comenzaba el controvertido artículo que Antonio Navalón publicó en El País hace tres semanas contra los llamados millennials, etiqueta más o menos asumida, dicho sea de paso, en medios de comunicación y en el debate público en general.
No se podrá pedir limosna en hospitales, colegios o centros comerciales, ni ofrecer clinex a los ocupantes de vehículos, beber alcohol, escupir o tirar chicle u otros desperdicios al suelo