La Unión Europea tiene sus fases cíclicas, desde sus orígenes con la Comunidad del Carbón y del Acero. Pasa por fiebres parturientas aunque al mismo tiempo se diga que el futuro será perfecto. Raras veces todos los países-miembro marcan el paso, como ocurrió con la larga transacción del tratado de Maastricht y luego, de modo más accidentado, con el fracaso del tratado constitucional. La ventaja relativa es que esos ciclos, de una manera o de otra, ejercen una sedimentación propia. El año que comienza será equiparable a otros momentos de entreacto, con los actores revisando el maquillaje en sus camerinos, el público sin mucho entusiasmo en la platea y el autor de la obra, sometido a presiones, reescribiendo el segundo acto, como seguramente habrá de hacer finalmente con el tercero, de modo que los personajes no saben en qué intríngulis van a verse cuando suene el timbre y se alce el telón después de la pausa del primer acto.