eugenio fouz

Dejen salir antes de entrar

Dejen salir antes de entrar

Los últimos días de clase, justo antes de empezar las vacaciones de verano, lo normal era volver a casa soñando despierto. Uno escribía sus planes sin necesidad de bolígrafo sobre las páginas en blanco de los meses de julio y agosto. Estos dos meses eran los meses más largos del año. La mayoría de los chavales de mi edad sabía que vería a Tarzán en la pantalla, pasaría una temporada en la playa, se aburriría a ratos, jugaría a la Oca y al Parchís y lograría ser más o menos feliz.

Letra cursiva

Letra cursiva

“Puedo escribir los versos más tristes esta noche”. Puedo escribir como si fuera el poeta chileno y dejar caer una estrella fugaz a su lado. Puedo afirmar que sé lo que significa estar enamorado porque, por extraño que parezca, Neruda en este poema habla de amor y desamor (que en el fondo son una misma cosa). Podría, en fin, reproducir líneas enteras de firmas ajenas y hacer creer al lector no cultivado que la disposición maestra de las palabras era mía. Mi memoria me mima.

Suerte torera

Suerte torera

Antes de que empiece a leer este artículo le advierto que escribo con engaño, es decir, que de algún modo me presento aquí hoy un poco torero y voy a darle uno o dos pases, si se deja, claro. Lo primero que debe saber es que el titular que culmina esta fotografía de libros antiguos no está exento de ambigüedad. Un hombre moderno se extraña al descubrir una noticia en la devolución de un préstamo de biblioteca fuera de plazo. La infractora, una mujer de ochenta años llamada Phoebe Webb, elegía el libro “Forty Minutes Late” de Francis Hopkinson Smith para leer en su casa. Le sorprendería descubrir lo que es capaz de hacer la gente con un libro prestado. Hay lectores que leen y se paran a pensar en lo que leen, lectores que subrayan palabras o líneas, lectores que no leen y lectores que hacen que leen. Hay lectores que doblan las esquinas de las páginas para marcar su lectura, hay lectores maltratadores de libros y hay gente que los roba, se olvida de ellos o los pierde.

Ángel caído

Ángel caído

Trate de hablar con alguien sobre la Torre de Babel, la curiosidad de la mujer de Lot o la historia de Caín y Abel. Convenza hoy a un adolescente de la importancia de la lectura, la memoria y la poesía. Explíquele al mismo chaval que la soberbia de Lucifer ya fue cantada en los versos de «El Paraíso perdido» por John Milton.

Falsa epifanía

En nuestro país los hombres no matan a las mujeres porque las aman de una forma sobrehumana, porque las quieren lo suficiente o porque, aún siendo incapaces de imaginar la vida sin ellas, aceptan un destino solitario y miserable para sí mismos frente a un nuevo romance de las mujeres a las que aman de verdad.

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