Me angustian los dos segundos y medio que transcurren entre la ingravidez a 30 metros de altura y el impacto. El tiempo que lleva abrir la puerta de una habitación, el de un sorbo a una taza de café o la lectura del título de un libro. El tiempo de un último abrazo, el de un apretón de manos, el de una mirada.
Cantan los Pet Shop Boys: “El amor es una construcción burguesa, así que dejo la burguesía”. Algo parecido les ha sucedido a los asistentes del festival Burning Man, que de repente han descubierto con decepción que su gran evento de solidaridad, amor y música no era un encuentro popular y humilde, sino una enorme convención burguesa y capitalista que dura siete días al año.
Pop music coexists with work and leisure almost everywhere in the Global World. It’s abundantly available through the radio, the Internet and new technologies and an almost inevitable presence in many taxicabs, stores, bars, hotels and restaurants. If one tries to avoid hearing pop music in any of today’s modern cities, it’s practically impossible without wearing earplugs. Lyrics are learned by heart somewhat effortlessly and favorite songs can be sung repeatedly for years –even decades–, so it seems reasonable to consider the subliminal influence of pop music on its listeners, many of whom might inadvertently shape their mentality and social interactions according to lyrics written by someone as unconventional as, say, Prince or Amy Winehouse.
Aunque se extrañen nuestros hijos y ya, en algunos casos, ¡ay!, nuestros nietos-, los que tenemos gustos musicales blueseros y rockeros pero una edad ya bastante provecta no pertenecemos a la cultura de los llamados festivales o conciertos masivos al aire libre.
Aquellos jóvenes de hace dos décadas no nacieron pa semilla pero fueron fertilizante y principio, regado con el valor de los dignos que resistieron, de los que sí nacieron para serlo. Medellín se llena de flores. Las semillas han germinado.