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Geórgicas

  • Los que duermen el sueño hibernal

    Contaba con seis o siete años cuando, viéndome enseñoreado en el catre entre libros y cómics, me sentí invencible, inexpugnable, plenipotenciario. Desde entonces lo he sabido: leer en la cama nos convierte en dioses.

  • Los que duermen el sueño hibernal

    Contaba con seis o siete años cuando, viéndome enseñoreado en el catre entre libros y cómics, me sentí invencible, inexpugnable, plenipotenciario. Desde entonces lo he sabido: leer en la cama nos convierte en dioses.

  • Ética para después de una guerra

    «Reconciliación nacional» era el eslogan que enarbolaba el PCE cuando, en un informe interno, hizo constar lo que sigue: aunque la República representara los intereses del pueblo, no podía negarse que los campesinos castellanos, navarros o andaluces que se habían sumado al bando de Franco también eran pueblo. Una verdad de Pero Grullo que escondía una advertencia ineludible. Corría el año 1956 y era bien sabido (¡a la fuerza ahorcan!) lo que sucede cuando se levanta un proyecto común excluyendo a la mitad de la población.

  • Ética para después de una guerra

    «Reconciliación nacional» era el eslogan que enarbolaba el PCE cuando, en un informe interno, hizo constar lo que sigue: aunque la República representara los intereses del pueblo, no podía negarse que los campesinos castellanos, navarros o andaluces que se habían sumado al bando de Franco también eran pueblo. Una verdad de Pero Grullo que escondía una advertencia ineludible. Corría el año 1956 y era bien sabido (¡a la fuerza ahorcan!) lo que sucede cuando se levanta un proyecto común excluyendo a la mitad de la población.

  • Diálogos en el limbo

    Si queda algún krausista en España no es debido al mediocrón de Krause, filósofo de medio pelo, ni a sus tristes y cejijuntos discípulos españoles, sino al periodista austríaco Karl Kraus, verso suelto de la imperial y decadente Kakania. Siempre a contracorriente, ajeno a escuelas y cuadrillas, cuesta resistirse al encanto del autor de Die Fackel. Tal y como lo retrata Miguel Ángel Aguilar en el prólogo a Contra los periodistas, sagaz libro de aforismos reeditado por Taurus, «es amigo de Schonberg, sin defender el dodecafonismo; admira a Brecht, pero no comparte su credo socialista; se entiende bien con Freud, aunque haga escarnio de las secuelas consumistas del psicoanálisis».

  • Diálogos en el limbo

    Si queda algún krausista en España no es debido al mediocrón de Krause, filósofo de medio pelo, ni a sus tristes y cejijuntos discípulos españoles, sino al periodista austríaco Karl Kraus, verso suelto de la imperial y decadente Kakania. Siempre a contracorriente, ajeno a escuelas y cuadrillas, cuesta resistirse al encanto del autor de Die Fackel. Tal y como lo retrata Miguel Ángel Aguilar en el prólogo a Contra los periodistas, sagaz libro de aforismos reeditado por Taurus, «es amigo de Schonberg, sin defender el dodecafonismo; admira a Brecht, pero no comparte su credo socialista; se entiende bien con Freud, aunque haga escarnio de las secuelas consumistas del psicoanálisis».

  • Escoria del primer mundo: Houellebecq y la catástrofe divertida

    Occidente se va al traste de maneras crueles e inverosímiles en las novelas de Michel Houellebecq (La Reunión, 1956) y, justo es reconocerlo, fascina observar cómo se diluye por el escotillón de la historia. Con la debida persuasión y unos cuantos barriletes retóricos, Europa deja de ser un submarino lleno de hombres viriles sudando la gota gorda y se convierte en un kindergarten de flojos y pusilánimes; la democracia liberal, convertida en flor de un día, se marchita en un suspiro; el campo de batalla se nos come de un bocado y el mundo no termina con una explosión, sino con un no menos sonoro regüeldo. Así es la épica de lo fatal: de derrota en derrota, por fabulosas que resulten, hasta el ansiado cataclismo final.

  • Escoria del primer mundo: Houellebecq y la catástrofe divertida

    Occidente se va al traste de maneras crueles e inverosímiles en las novelas de Michel Houellebecq (La Reunión, 1956) y, justo es reconocerlo, fascina observar cómo se diluye por el escotillón de la historia. Con la debida persuasión y unos cuantos barriletes retóricos, Europa deja de ser un submarino lleno de hombres viriles sudando la gota gorda y se convierte en un kindergarten de flojos y pusilánimes; la democracia liberal, convertida en flor de un día, se marchita en un suspiro; el campo de batalla se nos come de un bocado y el mundo no termina con una explosión, sino con un no menos sonoro regüeldo. Así es la épica de lo fatal: de derrota en derrota, por fabulosas que resulten, hasta el ansiado cataclismo final.

  • Nuestro hombre en Ottawa

    El poeta simbolista Mallarmé escribió -o así, al menos, lo cita Pla- que el invierno es lúcido. Un tópico que parecemos contravenir quienes vemos en las vacaciones de Navidad una larga maratón concupiscente, jalonada de comilonas opíparas y compunciones dispépticas, o quienes confunden el recogimiento con un ofuscado aborregamiento. Sirva de recomendación, cuando no de revulsivo y contraveneno, un libro invernal en el sentido mallarmeano: Canadiana (Debate).

  • Nuestro hombre en Ottawa

    El poeta simbolista Mallarmé escribió -o así, al menos, lo cita Pla- que el invierno es lúcido. Un tópico que parecemos contravenir quienes vemos en las vacaciones de Navidad una larga maratón concupiscente, jalonada de comilonas opíparas y compunciones dispépticas, o quienes confunden el recogimiento con un ofuscado aborregamiento. Sirva de recomendación, cuando no de revulsivo y contraveneno, un libro invernal en el sentido mallarmeano: Canadiana (Debate).