Tengo una amiga guionista que usa muchos dichos pegadizos, castizos, que a veces sobrepasan lo políticamente correcto. Yo creo que se los ha pegado su marido
Periodista es una palabra que me representa. Es de género femenino y mi sexo es masculino, pero me siento incluido en ella. Que alguien se dirigiera a mí como periodisto me supondría una aberrante forma de clasificación extemporánea, por no decir un insulto. Una parte (esto es importante) del movimiento feminista ha tomado el lenguaje inclusivo como símbolo de lucha, como seña de identificación, una bandera que enarbolar para demostrar en qué equipo juegas.
Ya empiezan a regresar los reporteros con sus resacas. Amigos, familiares, clientes — todos vuelven con las mismas buenas nuevas. Entre atragantos de agua fría cuentan su historia como el que recuerda entre bribones los desmanes de una noche anterior.
Mario Vargas Llosa dedicó recientemente un artículo a alertar del peligro de una nueva censura ligada al feminismo. El Nobel exageraba cuando decía que es “el más resuelto enemigo de la literatura”.
Puede parecer un poco raro, pero he decidido dedicar mi columna del Día de la Mujer a los hombres. La persona que más me quiere en el mundo es un hombre. Es imposible cuidar tanto ni tan bien como él cuidó a mamá y a la abuela, y cómo después siguió cuidándonos a mis hermanos y a mí. Es imposible hacer la tortilla de patata tan buena como él. Es mi padre.
Es domingo, todavía, mientras escribo esto. Esta mañana bajé a la calle en pijama y abrigo -ejecutando el sueño ese de parecer cívica aun sin ropa interior-, me pedí un café para llevar, compré tabaco y me senté en un banco con la boca abierta al sol, como las abuelas disfrutonas.
Si no fuera mujer me habría perdido llevar minifalda y que un montón de chicos guapos me invitaran a sus fiestas. Me habría perdido escuchar piropos que me han hecho mucha gracia y piropos (fallidos) que me han dado mucho asco.
Un artículo de Larra al que regreso con cierta frecuencia es ‘El mundo todo es máscaras’. Lo escribió en marzo de 1833, después del carnaval. “¡Vamos a las máscaras, Bachiller!”, le dijeron. Y en las máscaras Larra descubrió que todo el año es carnaval. —¡Necio!, ven conmigo; do quieras hallarás máscaras, do quiera carnaval, sin […]
Algunos filósofos e historiadores rodean de prodigios la cuna de la soberanía. Presentan a fundadores como Moisés, Licurgo, Numa, Mahoma o Carlomagno investidos de un poder extraordinario y bajo un ascendiente divino; todos ellos son genios inspirados y hombres portentosos; tal es la condición, nos dicen, para reconocer al verdadero conductor de pueblos, lo cual explica la dificultad en la que nos hallamos a la hora de reputar como tal a un Mas, a un Puigdemont o a un Junqueras.