Lápices
«Hay algo casi vergonzante en el hecho de volver a un libro anotado quién sabe si en la adolescencia o en nuestra primera juventud, al comprobar que ya no somos aquel que fuimos»
«Hay algo casi vergonzante en el hecho de volver a un libro anotado quién sabe si en la adolescencia o en nuestra primera juventud, al comprobar que ya no somos aquel que fuimos»
Es complicado hablar de inmadurez en una sociedad como ésta, tan infantilizada, y en la que resultan cada vez más habituales las conductas que se pretenden espontáneas e irreflexivas, fruto inmediato del capricho, esas reacciones propias de niño malcriado que se rebela contra el mundo entero, se pone de morros, da unas cuantas pataletas y responde airado con una pedorreta. Cualquier reivindicación de la inmadurez, ay, resulta improcedente en ese contexto. ¿Cómo? ¿Estar enamorado de la inmadurez? ¿Celebrar a esa muchachada desvergonzada y banal, a esos que no se liberan del móvil, que se expresan con monosílabos, que parece que van dando tumbos por la vida, pisando fuerte con sus zapatillas de marca y entre risotadas provocadoras?
Termina el verano y empieza el nuevo curso político. Es una manera de hablar, porque desde mediados de agosto ya comenzaron en Cataluña a moverse los hilos que pretenden llevar a término el referéndum sobre la independencia previsto para el 1 de octubre. Luego vinieron los terribles atentados islamistas y, más adelante, la manifestación del sábado 26, que pretendía ser una cita de condena de la violencia fanática y de apoyo a las víctimas y se convirtió en un grotesco espectáculo donde los sectores secesionistas exhibieron ante todo el mundo que sólo les importa su proyecto y que no van a perder ninguna oportunidad para fortalecerlo, ni siquiera por respeto a la sangre de los inocentes.
La tragedia griega está instalada en el corazón de Europa. Las obras de Esquilo, Sófocles y Eurípides llevaron a los escenarios una manera muy concreta de entender la vida. Nietzsche supo explicarla muy bien recurriendo a las figuras de Dioniso y Apolo. El primero, el dios de la embriaguez, representa cuanto de caótico existe en las remotas profundidades del hombre: lo más salvaje, lo más irracional, el puro desorden. El segundo, el dios de la belleza y el equilibrio y la razón, es quien permite dar forma a todo ese anárquico barullo que nos constituye. Lo trágico es eso: el momento en que lo más oscuro se hace carne.
Para guiarnos con tino entre las novedades literarias en Further hemos recurrido al testimonio de cuatro reconocidos periodistas de cultura y de opinión.
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