«A Zapatero ya no le exijo sentido de Estado, ni siquiera sentido común: me bastaría con que tuviera un mínimo sentido del ridículo»
Nicolás Maduro, en su penúltima farsa, ha dado un nuevo paso para perpetuarse en el poder con la investidura más patética, dando por inaugurado su segundo mandato como presidente de la República de Venezuela, en una soledad absoluta, solo acompañado de los dictadores de Bolivia, Evo Morales, Nicaragua, Daniel Ortega y, evidentemente, Cuba, con Miguel Díaz-Candel.
Del zapaterismo sabíamos que era una nube, una voluntad de nada, un paso lo que salga del Parlamento y después de los mercados con las ‘Zejas’ entre las piernas.
En cuanto ha muerto Carme Chacón, tan pronto, se ha hecho evidente la imagen por la que será recordada: la de ella como ministra de Defensa embarazada pasando revista a las tropas. Una imagen ya de época y que perdurará. Por mucha fuerza que tenga, un icono solo cuaja a posteriori. Ahora es diáfano.
En el espacio exterior una máquina y una persona se comunican, manejan el mismo código, se entienden, casi empatizan. Aquí llevamos unos años ensayando con éxito de público -les apoyan en las urnas- experimentos de incomunicación permanente