No he podido evitar escribir sobre este asunto del diamante de Sierra Leona. Al ver la foto, esa mano negra, la piedra preciosa, el agua sucia… Se me han revuelto los recuerdos de la primera vez que pisé Freetown, el viaje hasta Madina, la selva, la frontera con Conakry, los jóvenes que fueron niños soldados en contra de su voluntad, sus miradas, sus palabras, esa cuneta maldita en la que asesinaron a Miguel Gil. Sierra Leona, donde se libró una de las guerras más repugnantes que conoce la historia. Por los diamantes, los putos diamantes, y todo lo que rodeaba el control de esas piedras, que llevó el país al desastre ante una comunidad internacional que, como casi siempre, llegó tarde.
El País de la Libertad anda meditando no ponerse tan estricto y permitir a los desviados donar sangre (sí, bueno, vale, si os ponéis así…) pero eso sí: exigiendoles mantener una escrupulosa abstinencia sexual durante un año antes de donar.
No, se puede tener un día negro porque una engorda o porque ha llovido demasiado, estás triste y nada más. Pero los días rojos son terribles, de repente se tiene miedo y no se sabe porqué.
Soy de un rojo violento. Llamo a la furia, al ataque, a justificar la venganza
Los hipijos del autodenominado primer mundo se preocupan en exceso por la trazabilidad de su comida pero aún no han descubierto que la camisa que visten rezuma sangre