«Las palabras gruesas se han adueñado del Congreso y del Senado»»»
Alfredo Pérez Rubalcaba ha muerto, y con él se va el ser humano y entra el personaje histórico. Aunque lo cierto es que este político socialista y profesor de Química Orgánica de la Universidad Complutense de Madrid, nacido en un pueblo de Cantabria en 1951, tenía ya algo de leyenda en vida, especialmente durante los últimos años de su carrera política.
Quedan 50 días de campaña para descifrar el enigma: la conquista del poder ejecutivo en España
Los republicanos han afianzado su mayoría en el Senado, y con eso Donald Trump y todos sus partidarios dentro y fuera de Estados Unidos están proclamando una gran victoria. Y puede que lo sea, y que la confianza generada por ella sea la que ha movido al presidente a echar a la calle a su ministro de Justicia -fiscal general, en la terminología local- Jeff Sessions y a declarar prácticamente la guerra a la Cámara de Representantes. Pero puede que no lo sea tanto, y que la tendencia general del voto hacia los demócratas y la pérdida de esa Cámara baja hayan sacudido al trumpismo y empiecen a atemorizarlo.
El 3 de diciembre de 1869, contestando en el Parlamento a Castelar, Sagasta reconoció que “sería completamente imposible, no habría medio, no de gobernar, sino de vivir en sociedad, si se comprendieran los derechos individuales de manera absoluta, pues lo absoluto en el ejercicio de los derechos individuales conduce irremisiblemente al estado de barbarie”. Por “absoluto” quiere decir “sin relación a los derechos de los demás” –lo que Oakeshott llama “supuesto incondicional”-, por eso añadió que “la limitación en el ejercicio de los derechos de cada uno por la garantía del ejercicio de los derechos de los demás, es la libertad, es el progreso, es la civilización, es la sociedad”.
Benito Pérez Galdós, “El Garbancero” para sus enemigos debido a su prosa descuidada, recuerda el incidente del “sombrerazo” que protagonizó Cánovas del Castillo en una de las primeras Cortes de la Restauración. En diciembre de 1879, el político malagueño decidió abandonar el hemiciclo ante los rumores de cesarismo y las quejas por preferir el Senado a las Cortes.
Qué tendrá la muerte, qué habrá al final del camino, que todo es blanco y prescribe. La muerte de Barberá, así de mañana, en frío, nos ha sido un jarro de realidad que ha dejado en mera travesura y anécdota las trapisonadas presuntas y cantadas de toda una época y de todo un consistorio y toda una genealogía. Porque Barberá siempre ha estado ahí, con sus ‘jefadas’ y con sus cosas. Siempre en el televisor y en la portada, como un elemento de eso que llaman rutina periodística.
Ahora, Francisco Nicolás, demuestra haber aprendido la lección. Él también se ha hecho mayor. En su regreso ha anunciado que se presentará a las próximas elecciones como candidato al Senado de España.
Donde antes las promesas o juramentos a la Constitución se regían de acuerdo a la aburrida formalidad de las reglas y normas preestablecidas, han venido estos buenos chicos (y no tan nuevos, pues siempre han estado en el fragor de la antipolítica) a despertarnos de nuestro letargo y recordarnos que lo constituido ha de ser cuidado, sino reforzado, precisamente de ellos mismos.