«Al escuchar a Donald Trump anunciando la muerte de Abu Bakr al-Baghdadi, yo pensé en Nadir y en la actitud chulesca que durante tres horas mantuvo ante aquel tribunal»
Cada vez imagino más al país vecino como una gran alfombra que no asume sus colores. Un tapiz bajo el cual el Estado cree poder guardar sus vergüenzas.
Cuando la violación de los derechos humanos por el régimen ‘x’ se justifica por simpatía ideológica, ¿sirve de algo recordar los datos? Las cifras y estadísticas de la Venezuela de Nicolás Maduro son tan incontestables y demoledoras que resulta inexplicable, por no decir obsceno, que aún haya alguien que alabe las conquistas de ese régimen e ignore el padecimiento de su población. El PIB del país se ha reducido a la mitad desde que Maduro accedió a la presidencia hace cinco años, una caída comparable a la de la Gran Depresión, su déficit público alcanza el 30% del PIB, se ha declarado insolvente para pagar su deuda exterior y los precios se multiplican por un millón al año, (una hiperinflación similar a la registrada en la Alemania de Weimar que precedió a la II Guerra Mundial).
En un capítulo titulado “Que El Reino De Louis XVI Fue El Más Próspero De La Antigua Monarquía, Y Cómo Esa Mismísima Prosperidad Apresuró La Revolución” el genio de Alexis de Tocqueville, padre de la sociología y la politología moderna, descubridor de las ironías universales de la humanidad, expone una de sus teorías más profundas sobre las revoluciones sociales. Y es, sencillamente, la misma que uno asume como cierta — pero al revés. Las revoluciones son producto no de la tiranía, la miseria y la represión, sino precisamente de la reforma, la prosperidad y las buenas intenciones. Ni más ni menos. Analicemos la osadía.
Siria es desde hace años el centro de la nueva guerra fría, un conflicto local pero en el que están bregados dos grandes bloques del terreno internacional. Por un lado están los Estados Unidos, con sus aliados, y por el otro Rusia e Irán.
La confirmación por parte del Laboratorio Sirio de los Derechos Humanos de la muerte del califa Ibrahim (Abu Bakr Al Baghdadi), anunciado hace unas semanas por Rusia –parece que Ibrahim halló la muerte durante un bombardeo de la aviación rusa-, y precisamente en fechas en que Mosul…
En el último disco de Mount Eerie, A crow looked at me, Phil Elverum narra la muerte de su esposa con crudeza. No hay apenas metáforas. Es un disco deprimente y desnudo, da miedo. El sonido es amateur y sucio, como suelen ser los discos de Mount Eerie, aunque este es quizá su álbum más radical. Están solo él y su guitarra, quizá algún sonido ocasional, una base sencilla. Es espontáneo y a la vez meditado. Dice “tu ausencia es un grito que no dice nada”, aunque está lleno de escenas costumbristas y de frases sencillas como “te echo de menos” o “te quiero”. La última estrofa en “Death is real”, la canción que abre el disco, termina con “No quiero aprender de esto. Te quiero.” Es la idea de darle sentido y utilidad al sufrimiento, de que, incluso la peor de las tragedias te hace ganar experiencia y sabiduría. Elverum parece decir: a la mierda la experiencia: “Rechazo la naturaleza. Estoy en desacuerdo”, dice en otra canción.
Quizás lo hayan visto ya. Si no lo han hecho, no lo hagan. Ya se lo explico yo. Es un vídeo que corre de hace unos días por twitter y que muestra como una mendicante y su hijo son vejados por un presunto refugiado sirio. Ella sostiene un cartel que reza Familia siria. SOS. Pero, como descubre en seguida este justiciero, eso es publicidad engañosa. La madre y su hijo son rumanos y están abusando de la simpatía que despiertan los refugiados para arañar algo de nuestra caridad. Lo entiende muy bien ella y lo entiende muy bien el justiciero que se cree con el derecho, incluso con la obligación!, de despojarla del único documento que los acredita como dignos de nuestra solidaridad; no es lo mismo un refugiado que un inmigrante. O, dicho de otro modo, tenemos inmigrantes de primera y de segunda.
Cuando la realidad es fluvial, en lugar de parecerse a una avalancha, el periodismo se vale de los números para contarla. El de los números es un código elocuente, aprehensible y eficaz, aunque generalmente promete una precisión que se escapa como la misma agua del río. El Centro Europeo contra el Terrorismo de la agencia Europol ha reunido lo que sabe de los europeos que tienen estrechos vínculos con el terrorismo islamista. Hydra, que es el nombre del fichero conjunto de terroristas, ha vomitado el número 65.000.