«Chulo, putero, ladrón, borracho, cocainómano, heroinómano, matón… Jarabo, criminal de leyenda, gustaba de condensar semejante acervo en una sola palabra: español»
«Trump ha condenado el supremacismo blanco. Pero no resulta creíble porque él ha asumido ese lenguaje racista»
Alfredo Pérez Rubalcaba ha muerto, y con él se va el ser humano y entra el personaje histórico. Aunque lo cierto es que este político socialista y profesor de Química Orgánica de la Universidad Complutense de Madrid, nacido en un pueblo de Cantabria en 1951, tenía ya algo de leyenda en vida, especialmente durante los últimos años de su carrera política.
Un caso paradigmático de los asesinos en serie es el de Ted Bundy: sonriente, solícito, amable y atractivo, encarnaba la quintaesencia del norteamericano respetable
“¿Por quién doblan las campanas?”, se preguntaban los parisinos el lunes 15 a media tarde. Doblaban por Notre-Dame de París, símbolo del catolicismo francés, el monumento histórico más frecuentado de Europa (14 millones de visitantes al año, 30.000 al día), que empezó a arder alrededor de las 18.50 horas tiñendo de rojo y negro el cielo de la Île de la Cité.
Si hay algo horrible en este mundo, si hay algo que derrota cualquier ilusión de sentido, es el sufrimiento de un niño. El tormento ante la contemplación de un cuerpo infantil que sufre es tan doloroso, tan insoportable la conciencia del absurdo que entraña, que hasta el más incrédulo de los corazones cede al dulce deseo de juntar las manos y rezar.
La palabra se despega del niño de dos años que se cayó en el pozo. El niño sigue allí –seguirá allí aunque saquen el cuerpo– pero la palabra se mueve en otro mundo, un mundo casi autónomo: de asociaciones, ecos, pensamientos, mitos. Un mundo frío para el niño, que no lo protege; pero nos puede servir para conjurar el miedo, para acompañar la pena, a los que estamos arriba, hasta que dejemos de estarlo.
Visto desde la superficie, el populismo parece una cosa tonta, caricaturesca, mal pensada. Entre los tweets de Trump y las niñerías de los brexiteros es difícil no pensarlo. A los populistas los caracterizan las tramas sencillas, los problemas con soluciones drásticas pero simples, la habladera de pistoladas disfrazada de sentido común, las utopías que se parecen más al final de los melodramas que al paraíso terrenal. Los populistas, con contadas excepciones, suelen ser fenómenos televisivos.
En su viaje para epatar a la floreciente Norteamérica, Oscar Wilde pudo comprobar que él, jactancioso en el servicio de aduanas al especificar “no tengo nada que declarar salvo mi talento”, se iba a enfrentar a un mundo feroz, agreste y despiadadamente competitivo.