María Jesús Espinosa de los Monteros
«Según Rovelli, el mundo no es un conjunto de cosas, sino un conjunto de eventos. Pero, ¿qué mundo es este sin apenas eventos?»
«Imagino que necesitamos los finales para que haya un principio, para partir el tiempo, para creer que con ese nuevo inicio podemos cambiar algo»
«Si no leemos más, si no escribimos algo, si no pintamos o no componemos, no es porque las costumbres de nuestra época no acompañen»
María Jesús Espinosa de los Monteros
Lo lento —es decir, aquello que se demora concienzudamente sin más objetivo que el goce propio— no está de moda. No hay tiempo para lo lento.
Me preguntaba, siendo adolescente, si con el paso del tiempo mi afición al otoño se disiparía. Ignoro el motivo, pero el otoño es mi estación preferida. Las gotas de lluvia en las ventanas, la hojarasca tapizando las calles, menos abarrotadas, el humo del café o el cigarrillo entre las manos frías, y esas mismas ventanas donde se estrella la lluvia encendidas en mitad de la noche igual que lámparas chinas, tan ambarinas, como en los cuentos de Dickens. Los árboles transformados en antorchas y las primeras nieves sobre Granada. Las nubes, las preciosas nubes. Atravesar una calle sin gente aspirando la humedad o mirar embobado una lluvia o fumar mientras se lee con una estufa cerca de las piernas son actos que me devuelven al paraíso.
Nos desespera perder el tiempo. Y es que nos repiten machaconamente que este siempre es oro. Ni sabemos esperar, ni sabemos qué esperar. No hemos sido educados en la espera. Deseamos vivir la inmediatez. Todo lo queremos aquí y ahora, instantáneamente. Nos repetimos: siempre, todo, en cualquier momento y en cualquier lugar. Los retrasos nos angustian e incomodan. El ejercicio es sencillo. ¿Qué nos sucede cuando nos enfrentamos a una conexión de internet más lenta de la que usamos habitualmente? Para la mayoría, por muy banal que sea la búsqueda, se trata de una experiencia desquiciante e inquietante. Lo mismo sucede con nuestra participación en el debate público en las redes. Fallamos demasiadas veces, pero no aprendemos del error.
Por la noche me autodiagnostiqué estrés electrónico. Apagué el iphone y lo arrojé al cajón de la mesilla. Me había llevado un libro a la cama, El hilo de la verdad de Eugenio Trías, pero no leí nada: me enredé una vez más en internet, en Twitter; hasta que, estragado, corté. Tomé la decisión de desintoxicarme. No fue racional, sino por puro asco.
Hace algunos años leí Mi Enemigo Mortal, la tremenda novelita de Willa Cather, esa gran desconocida de la literatura norteamericana, quizás demasiado injustamente eclipsada por Faulkner. Las apenas ochenta páginas del relato, narrado a través de los ojos de una joven del mismo pueblo que los protagonistas, describen la historia de amor entre Myra Driscoll y Oswald Henshawe.
Toda religión hace referencia a algo que sucedió antes del tiempo y que puso en marcha el tiempo.