Nos agradecen el sacrificio. Se lo he escuchado decir por la radio del coche, en este día sin coches que es un día con más atascos, dedicado a potenciar el transporte público, que significa colapsarlo. Y aunque, como no podía ser de otra manera, la jornada ha sido un éxito, la verdad es que no merecíamos tanto agradecimiento. En realidad, el tal sacrificio no era más que el enésimo stress test al que nos someten regularmente para poner a prueba los límites de nuestra paciencia y la fortaleza de nuestra fe en los dioses de moda, como el ecologismo y el populismo. Que para eso sirven los sacrificios desde que el hombre es hombre.
Queríamos un mundo nuevo, regenerar el país y bajar los cielos a la tierra. Asambleas para todos y un Estado limpio y aseado. Esputos, fuera. La ola era imparable, se iba a llevar por delante todas las miserias y pelusas amontonadas bajo los muebles de caoba. Y cuando la casta ya estaba sometida y amedrentada, cuando la mayoría estaba garantizada y los primeros comandos se habían colado en instituciones públicas para defenderlas, fortalecerlas y devolverles la soberanía, cuando la operación redecoración había conquistado el objetivo y las nuevas órdenes ya estaban listas para cambiar el color de la sociedad desafecta, cuando todo ya. Nada.