La defensa europea, en el centro del debate estratégico
Europa ya no puede permitirse la ilusión de que siempre habrá alguien más dispuesto a protegerla

Julio Guinea
Europa se encuentra ante la gran encrucijada estratégica de su tiempo. Las amenazas externas se multiplican, el paraguas de seguridad estadounidense se debilita, y el orden internacional se desliza hacia una era de bloques y confrontaciones. La guerra ha regresado al continente, y con ella la conciencia de una verdad silenciada durante décadas: sin soberanía en defensa, no hay soberanía política. La Unión Europea, si quiere sobrevivir como actor global, necesita completar su proyecto histórico con una auténtica Unión de la Defensa.
El momento es ahora. La arquitectura de seguridad surgida tras la Segunda Guerra Mundial —centrada en la OTAN y garantizada por Estados Unidos— se resquebraja. Europa ya no puede permitirse la ilusión de que siempre habrá alguien más dispuesto a protegerla. Trump lo dijo sin ambages: si no pagáis, os defendéis solos. Y aunque su estilo es grosero, el fondo es innegable. La seguridad europea no puede seguir siendo una externalidad.
Pero esta crisis es también una oportunidad. Como en otras fases críticas de su historia, Europa puede dar un salto cualitativo. Como lo hizo con la Comunidad del Carbón y del Acero tras el trauma bélico. Como lo hizo con el euro tras la caída del Muro. Hoy, la defensa puede y debe ser el nuevo motor del proyecto europeo. No como una respuesta improvisada al miedo, sino como una decisión estructural, fruto de una visión de largo alcance.
El Libro Blanco de la Defensa Europea es un primer paso. Reconoce, por fin, que la seguridad no es solo una competencia nacional, sino un bien común. Propone medidas concretas: un aumento sostenido del gasto militar, un fondo europeo de defensa ágil y robusto, el fortalecimiento de la industria militar europea, y la eliminación de trabas burocráticas que lastran la cooperación. Pero el verdadero desafío no es financiero ni técnico. Es político. Se trata de decidir si queremos construir una Europa capaz de defenderse por sí misma.
La respuesta solo puede ser afirmativa. Pero para que la Europa de la defensa sea viable, debe ser también una Europa federal. No bastan acuerdos intergubernamentales puntuales ni alianzas a la carta. Hace falta una estructura común, permanente, vinculante. Un mando operativo europeo. Una política industrial de defensa compartida. Un presupuesto propio, transparente y controlado democráticamente. Y sobre todo, una doctrina estratégica unificada, que responda a los intereses de Europa, no a la suma fragmentaria de sus Estados.
Esto no significa abolir las soberanías nacionales. Significa integrarlas, como se integró la política monetaria, la competencia o el mercado único. Significa aplicar al terreno de la defensa la lógica que ya ha hecho de Europa una potencia económica. Los padres fundadores de la UE lo entendieron bien. Jean Monnet lo expresó con lucidez: “No se hacen coaliciones de Estados, se unen a los hombres”. Hoy, la defensa europea no debe construirse desde el miedo a Rusia ni desde la desconfianza hacia Estados Unidos. Debe construirse desde la ambición de ser adultos geopolíticamente.
Una Europa federal en defensa no es solo deseable: es necesaria. En primer lugar, por eficiencia. Los Estados europeos gastan cada año más de 200.000 millones de euros en defensa, pero sin lograr una fuerza coherente. Duplican capacidades, compiten en compras, y no logran escala ni interoperabilidad. Una estructura federal permitiría optimizar recursos, coordinar inversiones y generar verdaderas capacidades estratégicas. En segundo lugar, por legitimidad. La ciudadanía europea, cada vez más consciente de los riesgos que enfrenta el continente, debe poder confiar en instituciones que respondan a su mandato democrático. La defensa no puede seguir siendo opaca ni fragmentada.
Por último, una defensa federal permitiría a Europa actuar en el mundo con voz propia. Defender Ucrania, proteger el Mediterráneo, garantizar el ciberespacio, vigilar el Ártico, estabilizar África, disuadir a los agresores, proyectar su influencia. Todo eso exige voluntad, medios y unidad. Y esa unidad solo puede ser política.
Algunos dirán que el federalismo es una utopía. Pero lo cierto es que lo utópico hoy es creer que podremos seguir como hasta ahora. La pasividad es una fantasía que el mundo actual no permite. Ucrania ha sido un aldabonazo, pero puede no ser el último. Las crisis geopolíticas se acumulan: el mar Rojo, el Sahel, el Indo-Pacífico. La disuasión ya no es solo cuestión de cabezas nucleares, sino de resiliencia, cohesión y capacidad de respuesta.
Una Europa federal en defensa no se construirá de la noche a la mañana. Pero el camino debe empezar ya: con misiones conjuntas, con academias compartidas, con fuerzas permanentes bajo mando europeo, con un Alto Representante que ejerza verdaderamente como ministro de Defensa del continente. Los Tratados actuales permiten avanzar más de lo que se ha hecho. Falta voluntad. Falta liderazgo. Falta visión.
La defensa europea será federal o no será. Porque un continente sin capacidad de defenderse no puede aspirar a influir en el mundo, ni a proteger su modelo, ni a garantizar la libertad de sus ciudadanos. Y porque, como ya aprendimos en el pasado, la unidad no nace de la comodidad, sino de la necesidad. Esta es nuestra hora. Europa debe estar a la altura de su historia —o resignarse a que otros la escriban por ella.