Los tres mandamientos para incluir el impacto en la estrategia empresarial
No estamos hablando de caridad, ni de reputación. Estamos hablando de competitividad y supervivencia

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Hace no tanto, hablar de impacto en una reunión con un posible aliado era como mencionar poesía en el departamento financiero: generaba sonrisas, pero poca acción. Hoy, sin embargo, el impacto ha dejado de ser un accesorio para convertirse en una necesidad estratégica. Lo que antes era marginal, hoy es central.
El informe Impact Economies: Traction & Trends, publicado en 2025 por el Global Steering Group for Impact Investment (GSG) —una red que impulsa economías de impacto en más de 30 países— ofrece una radiografía de esta transformación. Analizando los avances de 34 economías, documenta cómo países como Japón, Brasil o Turquía están movilizando capital público y privado a gran escala para financiar proyectos que combinan retorno financiero con beneficios sociales y ambientales.
Pero más allá de los avances institucionales, la pregunta es: ¿cómo se traslada todo esto a la estrategia real de una empresa? ¿Cómo se lleva el impacto desde el discurso hasta el centro de la toma de decisiones? Propongo tres mandamientos —urgentes, viables y necesarios— para lograrlo.
1. El impacto no es un anexo, es parte de la estrategia
Muchas compañías siguen tratando el impacto como un departamento desconectado del negocio principal. Es un error. El impacto no se añade al final del proceso, debe estar presente desde el inicio. Como brújula, como criterio de decisión y como oportunidad.
Más de 20 países ya han incluido el impacto en sus planes de desarrollo nacional. Brasil ha lanzado una estrategia nacional con horizonte a diez años. Japón gestiona un fondo mayorista financiado con cuentas bancarias inactivas, que canaliza inversión hacia empresas sociales mediante fondos especializados.
Integrar el impacto en el modelo de negocio implica reformular la propuesta de valor y rediseñar productos, servicios y relaciones desde una lógica de propósito. Exige plantearse preguntas fundamentales: ¿para qué existe esta empresa? ¿Qué problema resuelve? ¿Podemos generar beneficios sin dejar huellas negativas?
2. Medir lo que transforma, no lo que maquilla
El impacto sin evidencia está perdiendo legitimidad. Y eso es una buena noticia.
Una de las grandes tendencias que destaca el informe del GSG es el avance global hacia estándares de medición rigurosos. El 100% de los países analizados están adoptando marcos como los del International Sustainability Standards Board (ISSB). En Brasil o Turquía, ya es obligatorio que las empresas cotizadas reporten bajo los estándares S1 y S2 del IFRS, que integran criterios de sostenibilidad en los estados financieros.
La consecuencia es clara: ya no basta con decir que se tiene impacto. Hay que demostrarlo. ¿Cuál es el retorno social de tu actividad? ¿Qué emisiones se reducen, qué comunidad mejora, qué desigualdad se combate? Las empresas que no puedan responder con datos verificados corren el riesgo de perder credibilidad ante inversores, empleados y clientes.
Medir el impacto no es solo una cuestión de transparencia, sino una herramienta de gestión. Lo que se mide, se entiende. Y lo que se entiende, se mejora.
3. Colaborar con quien no piensa como tú
El impacto no se construye en solitario. Requiere alianzas improbables: entre corporaciones, gobiernos, startups, fondos de inversión y sociedad civil. Requiere mezclar lenguajes, ritmos e intereses.
En Reino Unido, Big Society Capital ha canalizado más de 1.200 millones de libras hacia proyectos sociales, reutilizando fondos de cuentas bancarias inactivas. En Australia, fondos públicos y vehículos privados colaboran para escalar soluciones innovadoras. Y en España, aunque la inversión de impacto alcanzó los 2.400 millones de euros en 2021, aún falta una infraestructura sólida que lo sostenga.
Hay señales esperanzadoras: el fondo de COFIDES para impacto social, dotado con 400 millones de euros, o la figura jurídica de las Sociedades de Beneficio e Interés Común (SBIC), aprobada en la Ley Crea y Crece. Pero seguimos sin un fondo nacional inclusivo que apoye las fases más tempranas de los proyectos, donde hay más riesgo y también más potencial transformador.
Desde la Fundación Unlimited llevamos más de una década trabajando con empresas que nacen para resolver problemas reales. Y hemos comprobado una y otra vez que cuando una gran empresa colabora con una startup de impacto, se generan alianzas poderosas. No porque uno tenga músculo financiero y el otro agilidad, sino porque ambos se permiten cuestionar lo establecido.
El impacto no es una opción. Es la única estrategia sostenible
Las empresas que quieran seguir siendo relevantes no pueden actuar como si el contexto no hubiera cambiado. Porque ha cambiado. El planeta no da más de sí, y la sociedad ya no tolera discursos vacíos. El mercado empieza a premiar a las empresas que colocan el impacto en el centro de su estrategia.
No estamos hablando de caridad, ni de reputación. Estamos hablando de negocio, de competitividad y de supervivencia.
Así que la pregunta ya no es si podríamos incorporar el impacto en la estrategia. La verdadera pregunta es: ¿cuánto tiempo más puedes permitirte no hacerlo?