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Pensamiento sistémico: una respuesta a la complejidad de nuestro tiempo

La sostenibilidad de hoy ya no es solo ecológica o social, es cultural, económica y relacional

Pensamiento sistémico: una respuesta a la complejidad de nuestro tiempo

Pexels.

Si hay una competencia clave que atraviesa todos los desafíos actuales, es el pensamiento sistémico. En un mundo donde los problemas ya no se presentan de forma aislada, sino como fenómenos interrelacionados que afectan simultáneamente a la ecología, la economía, la tecnología, la cultura o la salud colectiva, como así demuestran lo cada vez más complejos e interrelacionados retos globales, el pensamiento sistémico se vuelve imprescindible para entender y transformar.

Junto al pensamiento crítico y el pensamiento a largo plazo, forma una tríada esencial que permite ampliar la mirada, identificar conexiones, abrir escenarios, cuestionarnos opciones, anticipar consecuencias y actuar estratégicamente en la complejidad. Desde el análisis de tendencias y la prospectiva, estos tres marcos han demostrado ser claves para diseñar desde modelos de negocio a políticas y/o soluciones urbanas con impacto real.

Pero hoy su aplicación va mucho más allá de analistas de tendencias, especialistas en futuro o diseñadores de estrategia. Son herramientas cognitivas y culturales fundamentales para cualquier líder, educador, emprendedor o ciudadano que quiera comprender los cambios, y no solo adaptarse a ellos, sino ser parte activa de su redirección.

Lo sistémico es la única salida porque los retos que hoy enfrentamos ya no están fragmentados. La transformación digital redefine el empleo, la educación, la salud y las relaciones. La inteligencia artificial cuestiona nuestras nociones de conocimiento, responsabilidad y agencia y la crisis climática transciendo lo ecológico y atraviesa lo social, lo tecnológico, la ética y economía. 

Por eso, los viejos marcos lineales o reduccionistas fallan o producen soluciones parciales que muchas veces generan nuevos problemas. Incluso por eso los conceptos ya no nos definen, no nos sirven, ni representan los retos, los cambios o las transformaciones que tenemos que acometer.

Y algo así es lo que pasa con sostenibilidad. Ya no puede abordarse de forma aislada, porque sus desafíos, ambientales, sociales, económicos y culturales, están profundamente interconectados. La pérdida de biodiversidad, el cambio climático, la desigualdad o la precariedad laboral no son crisis separadas, no son ni tan siquiera “problemas ambientales” o “problemas sociales” separados, son expresiones de un mismo sistema global desequilibrado que ha desencadenado en retos entrelazados.

La sostenibilidad de hoy ya no es solo ecológica o social, es cultural, económica y relacional y no permite abordarla desde un solo ángulo convirtiendo al pensamiento sistémico en indispensable, por ser el que permite comprender causas profundas, anticipar consecuencias y diseñar soluciones que no generen nuevos problemas.

Transformación sistémica: el cambio profundo para un futuro mejorado

Y todo esto nos lleva un paso más allá. Si ya contamos con la herramienta, el pensamiento sistémico, quizás ha llegado el momento de afrontar la realidad y dejar de reducir el problema a un solo nombre, según convenga. Llamarlo “crisis climática”, “desigualdad” o “transformación digital” nos puede resultar más cómodo, más gestionable política y estratégicamente o más fácil de encajar en el discurso. Pero esa fragmentación es parte del problema.

Es hora de romper con la fragmentación conveniente y dejar de hablar de sostenibilidad como si fuera uno de esos contenedores opcional, al que se entra o se sale según intereses. Dejar de hablar de transformación sostenible como si fuera lo único a transformar e ir más allá, pensar en conjunto y llamarlo por su verdadero nombre: transformación sistémica.

Un cambio profundo que necesitan la sociedad civil y pública, las empresas y la educación para alcanzar un futuro mejorado y justo. Porque en un mundo interconectado con crisis concatenadas, no basta con mejorar lo que ya existe: necesitamos reinventar nuestros sistemas desde la raíz, con visión, propósito y acción colectiva.

La transformación sistémica no es una tendencia ni una herramienta. Es un enfoque integral para afrontar los retos complejos que enfrentamos como sociedad. Implica repensar de manera conectada nuestras estructuras sociales, económicas, educativas, tecnológicas, ecológicas y culturales.

Es una invitación a mirar el todo, y abandonar las partes, entendiendo que ningún cambio será duradero si no se alinea con los límites del planeta. Que ninguna innovación es suficiente si no promueve la equidad o que ninguna educación es transformadora si no forma personas conscientes, colaborativas y críticas.

Empresas y educación, los dos nodos clave en esta transformación

Y en todo esto, las empresas y las instituciones educativas tienen un rol crucial, porque son los espacios donde se produce valor, conocimiento, identidad, narrativas y futuro. Pero también donde se perpetúan, y/o se cuestionan, las lógicas del sistema dominante.

Por un lado, las empresas, más allá del beneficio económico, están llamadas a liderar desde el propósito, integrando sostenibilidad, inclusión y regeneración en su núcleo estratégico.

Y por otro, la educación, debe dejar de formar solo para el empleo y empezar a formar para el cambio, la ética, la colaboración y el pensamiento complejo.

Así que ambas deben dejar atrás la mirada fragmentada y lógica de la eficiencia aislada y adoptar una mirada crítica, sistémica, conectiva y regenerativa, capaz de trascender lo fragmentado y el corto plazo.

No estamos solo ante una época de cambios, sino ante un cambio de época. La transformación sistémica es una respuesta realista y urgente a los retos y límites que enfrentamos como humanidad. Frente a un mundo fragmentado, lo que necesitamos son liderazgos integradores. Frente al agotamiento del modelo extractivo, necesitamos regeneración. Frente a la incertidumbre, una nueva educación y frente a la parálisis por la incapacidad parcial, una visión compartida.

Las empresas y los sistemas educativos tienen hoy la posibilidad, y la responsabilidad, de ser agentes activos del cambio que el mundo necesita. Desde la triada de pensamientos y la visión compartida para co-crear un futuro más justo, habitable y humano.

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