¿Y si el cambio cultural empieza por el intraemprendimiento?
Ha llegado el momento de dejar de ver la cultura como algo que se comunica y empezar a entenderla

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Durante años, las empresas han intentado transformar su cultura desde arriba: redefiniendo valores, escribiendo manifiestos o lanzando campañas internas. Sin embargo, según el estudio Organizing for the Future: Nine Keys to Becoming a Future-Ready Company de McKinsey, que se repite hasta la saciedad en la literatura especializada, alrededor del 70% de estos procesos fracasan.
Es un dato demoledor, sin duda. Pero eso no significa que transformar la cultura esté condenado al fracaso. Ya que no es por falta de voluntad, sino de una intencionalidad real: acciones concretas y coherentes de alinear lo que se dice con lo que se hace. Y es que la cultura no cambia por decreto; cambia cuando el talento participa activamente, cuando se transforman las dinámicas cotidianas, se construyen relaciones reales, se toman decisiones de manera diferente y se asume un compromiso compartido.
Por eso, los procesos de intraemprendimiento, es decir, aquellos que impulsan la innovación desde dentro de la propia organización, bien diseñados y bien acompañados, son una de las herramientas más poderosas (y menos explotadas) para impulsar un cambio cultural auténtico y profundo. Porque no parten del discurso, sino de la práctica; y porque involucran directamente a las personas que sostienen la cultura día a día: los equipos.
Lo transformador del intraemprendimiento no es solo el resultado final: un nuevo producto, servicio o iniciativa, sino el proceso que lo hace posible. Para alcanzar ese resultado los equipos que se crean van más allá de los organigramas, muchas veces son personas que trabajan juntas por primera vez, difuminando jerarquías, tomando decisiones y creando de forma colaborativa. Una persona de ventas empieza a colaborar con alguien de sostenibilidad; alguien de IT diseña con alguien de comunicación. De repente, aparecen conversaciones que nunca antes habían tenido lugar. Aparece escucha y aparece propósito compartido.
Este tipo de procesos generan espacios donde el aprendizaje es colectivo, y donde cada perfil aporta desde lo que sabe, pero también desde lo que quiere cambiar. El intraemprendimiento no exige ser un perfil disruptivo de entrada: permite que emerjan nuevas voces y nuevas formas de liderazgo y que a partir de ahí, se genere un efecto contagio.
Y cuando ese propósito no solo apunta a mejorar procesos internos o abrir nuevas líneas de negocio, sino a resolver retos sociales o medioambientales concretos, la transformación se multiplica. Hablamos entonces de intraemprendimiento con impacto: iniciativas que, además de generar valor para la empresa, buscan mejorar de forma tangible el entorno en el que operan. No se trata solo de innovar, sino de innovar con sentido.
Esto tiene implicaciones profundas: cuando las personas sienten que su trabajo diario puede contribuir no solo a los objetivos corporativos, sino a solucionar un problema real, desde la eficiencia energética, la accesibilidad o hasta la inclusión social, se activa un tipo de motivación que no nace de los incentivos tradicionales, sino del sentido. Y una cultura basada en el sentido siempre es más resistente, más adaptable y más humana.
Todo esto tiene un impacto directo en el compromiso. Según el informe State of the Global Workplace de Gallup, el 85% de los empleados en el mundo no están comprometidos con su trabajo y en España, sólo 1 de cada 10 empleados está a gusto con su vida laboral. No porque no tengan talento, sino porque no encuentran espacio para desplegarlo. El intraemprendimiento ofrece justo eso: un terreno fértil donde proponer, experimentar, equivocarse y crecer. No como algo extra a su trabajo, sino como parte de su contribución al futuro de la empresa.
No es casualidad que muchas de las organizaciones que hoy lideran en sostenibilidad, innovación o atracción de talento estén integrando programas de intraemprendimiento. Cuando hablamos de intraemprendimiento con impacto, no hablamos de una simple innovación interna, sino de un puente entre los planes ESG y los objetivos de negocio, que en muchas organizaciones aún siguen desconectados. Debemos canalizar los esfuerzos hacia iniciativas que generen valor económico y social al mismo tiempo, a la vez que se cultiva una cultura en la que se premia la iniciativa, la colaboración y el compromiso.
Además, el intraemprendimiento con impacto tensiona los límites del «es que esto siempre se ha hecho así». Obliga a revisar procesos, cuestionar inercias y desafiar normas no escritas. Y al hacerlo, activa algo fundamental para cualquier transformación cultural: la posibilidad de imaginar y probar otra forma de ser empresa.
No es un camino sencillo. Cambiar la cultura implica tocar fibras profundas y exige que la alta dirección reconozca el tiempo dedicado como una inversión estratégica, no como un coste por pérdida de productividad. Ese tiempo impulsa innovaciones, con impacto real y medible, que mejoran procesos y generan nuevas oportunidades, que ninguna tarea rutinaria puede igualar. Es un camino más honesto y efectivo que muchas estrategias top-down. Aquí no se trata de escribir valores, sino de vivirlos; de ponerlos a prueba en contextos reales, con personas reales, enfrentando retos que realmente importan
Ha llegado el momento de dejar de ver la cultura como algo que se comunica y empezar a entenderla como algo que se permite. Algo que se activa desde dentro. Y en ese sentido, el intraemprendimiento no es solo una forma de innovar: es una forma de transformar.