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Cuando la música vuelve a tener sentido

Tanto Radiohead como Rosalía responden a una misma necesidad: reconectar el arte con su dimensión ética y humana

Cuando la música vuelve a tener sentido

De Radiohead a Rosalía: el arte como conciencia cultural y reflejo de un nuevo humanismo.

Durante años, la música —como muchas otras manifestaciones artísticas— pareció diluirse en el ruido del consumo inmediato. Las plataformas de streaming, los algoritmos y la cultura del «todo ahora» la convirtieron, en gran medida, en un producto de fondo: una banda sonora constante para el ocio, pero no necesariamente para el pensamiento. Sin embargo, algo está cambiando. En medio de una sociedad saturada de estímulos y carente de certezas, algunos artistas están recuperando la esencia del arte como espacio de conciencia, reflexión y humanidad.

Dos gestos recientes lo simbolizan con fuerza. Por un lado, los británicos Radiohead, en su regreso a los escenarios, han decidido cerrar sus conciertos proyectando íntegramente la Declaración Universal de los Derechos Humanos. No hay bis, no hay hit final. Solo las palabras que, hace más de setenta años, definieron los principios de libertad, igualdad y justicia sobre los que debería sostenerse cualquier sociedad democrática. El público, acostumbrado al estallido final, se encuentra en cambio con un silencio lleno de significado. Una pausa que incomoda, pero también ilumina.

Por otro lado, Rosalía lanza LUX —del latín, luz, iluminar—, un proyecto que va más allá de lo musical. La artista catalana, referente global y fenómeno multigeneracional, vuelve a desbordar los códigos del pop para proponer algo distinto: una exploración sobre el liderazgo femenino, la espiritualidad y la creación como acto de conocimiento. En una entrevista con Rolling Stone En Español, cita a la poetisa sufí Rabia al-Adawiyya y a la filósofa Simone Weil como sus inspiraciones, y recuerda que «cuando quieres escribir, necesitas haber leído». Una frase sencilla, pero reveladora: la cultura, antes que expresión, es alimento.

Tanto Radiohead como Rosalía parecen responder, cada uno a su manera, a una misma necesidad colectiva: reconectar el arte con su dimensión ética y humana. En una era donde la sobreoferta cultural amenaza con vaciar de sentido la experiencia, estos artistas devuelven profundidad a la música. Recuperan su capacidad de generar debate, de incomodar, de hacernos pensar y sentir más allá del estribillo.

La música, como cualquier forma de arte, siempre ha tenido esa doble función: entretener y trascender. Pero hoy, cuando la inmediatez parece dominarlo todo, su función simbólica se vuelve urgente. No se trata solo de crear canciones o espectáculos, sino de ofrecer espacios de pensamiento y emoción compartida, de construir puentes entre lo íntimo y lo universal. Y en un mundo que a menudo premia el ruido, todavía hay espacio para el silencio, para la luz, para la palabra.

El gesto de Radiohead —proyectar los 30 artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos al final de un concierto— no es solo político: es profundamente humano. Es una invitación a recordar que la libertad de expresión, la igualdad o la seguridad no son conceptos abstractos, sino compromisos que debemos renovar constantemente. En un contexto global marcado por la polarización, la desinformación y el cansancio social, esa lectura pública se convierte en un acto de resistencia.

De igual forma, LUX no es solo el título de un nuevo álbum, sino una declaración de intenciones. Rosalía reivindica una mística femenina que no es complaciente ni decorativa: es intelectual, espiritual y creadora. La suya es una propuesta estética que dialoga con el pensamiento y con una genealogía de mujeres que han desafiado los límites de su tiempo. Frente a la lógica del éxito rápido, ella propone una forma de arte que se pregunta, que busca, que se interroga sobre lo esencial. Quizá esa sea la verdadera revolución cultural de nuestro tiempo: devolverle sentido a lo que consumimos. Recordar que la música no solo nos acompaña, sino que nos define, nos educa emocionalmente, nos conecta con otros. Los músicos nos recuerdan —desde un escenario o un disco— que seguimos teniendo la capacidad de pensar, sentir y actuar con conciencia. Y por fin la música deja de ser solo entretenimiento  y vuelve a hablarnos de quiénes somos.

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