Tenemos la imagen de África como un todo –un continente sin matices–. Perdemos la perspectiva en el norte. Hay razones para ver una África de vanguardia, emocionalmente conectada con la música y con el arte. Un ejemplo de este ánimo es el Zeitz MOCAA –acrónimo de Museo de Arte Contemporáneo Africano Zeitz–. Tras los gruesos muros de cemento y los tubos cilíndricos que alcanzan el techo existe un catálogo monumental de arte moderno, una suerte de ARCO permanente, que pretende situar en el mapa del arte internacional al continente más olvidado de todos.
El espacio, que abrió sus puertas el pasado 22 de septiembre, es tan amplio e imponente que no sorprende descubrir que fue el edificio más alto del África Subsahariana durante medio siglo, desde que fue construido en 1921 en la zona portuaria de Ciudad del Cabo, una de las capitales de Sudáfrica. Se trata de una apuesta arriesgada para situar al país entre los epicentros culturales del mundo. Un arquitecto británico llamado Thomas Heatherwick ha sido el responsable del rediseño de aquella vieja planta industrial que ahora da cabida a cerca de 100 galerías, un jardín en la azotea, centros educativos de arte e incluso de fotografía.
“Si el Zeitz MOCAA tiene éxito, podría poner a Sudáfrica en una posición de considerable poder cultural, al buscar convertirse en el representante global de las experiencias visuales africanas contemporáneas”, escribe el crítico Antwuan Sargent en la revista especializada Artsy.
Tras el proyecto se encuentra la fundación de Jochen Zeitz, antiguo director general de la marca deportiva Puma, que es un gran coleccionista de arte africano. Tanto es así que expone toda su colección en este museo. En total, los asistentes pueden disfrutar de cerca de 300 obras de arte, algunas de ellas con un alto valor político y con artistas como Gabrielle Goliath, Nandipha Mntambo , Mouna Karray o Samson Kambalu. Hay representantes de la mayoría negra, y también con la minoría blanca.
De hecho, el aspecto racial no ha estado exento de polémica. El Zeitz MOCAA ha recibido críticas de algunos sectores, como recoge Artsy, que denuncian que la institución, dada su naturaleza africana, reciba un nombre alemán. Como si esta fuera una huella del pasado colonizado del continente. Más si cabe en un país donde el racismo se impuso con tanta fuerza, donde el apartheid se aplicó oficialmente hasta 1992, y en un lugar –el edificio– que está separado de la prisión en la que estuvo encerrado Nelson Mandela por apenas unos kilómetros.