No formaron un grupo ni fueron parte de una vanguardia que apoyase un estilo artístico determinado. Se conocían entre sí, claro, interactuaban las unas con las otras dependiendo del momento pero cada una de ellas mantuvo un perfil individual, un estilo propio. Eran los primeros años del siglo XX y en el Imperio Ruso se vivió un estallido cultural en el que las mujeres jugaron un papel protagonista. Este es el contexto en el que se enmarca Pioneras, mujeres artistas de la vanguardia rusa, una pequeña exposición de doce obras de siete creadoras realizada con los fondos del Museo Thyssen-Bornemisza.
Estamos ante una sociedad un tanto paradójica. Antes de la revolución del 17 “las mujeres se forman en una sociedad con valores preindustriales, casi feudales, en la que tenían unas libertades políticas muy restringidas”, apunta Marta Ruiz del Árbol, comisaria de la muestra. Por entonces, administrativamente, amplía, “dependían de los varones, ya fuera su padre o su marido, pero en otros aspectos llegan a tener una libertad grandísima”. Uno de esos terrenos fecundos en los que tuvieron un rol activo y fundamental fue en el arte y “una de las explicaciones puede ser que las rusas llegaron a la educación mucho antes que las europeas”. Fue en 1871 cuando la Academia de Bellas Artes de San Petersburgo aceptó a la primera mujer en sus aulas, “casi un cuarto de siglo antes que en otros lugares”. En una sociedad tan convulsa como la de entonces “los zares empezaron a conceder reformas y son las mujeres, entre otros grupos, quienes se ven beneficiadas”.
Es aquí cuando Natalia Goncharova, Alexandra Exter, Olga Rózanova, Nadeshda Udaltsova, Liubov Popova, Varvara Stepanova y Sonia Delaunay se convirtieron en pioneras de la creación de nuevos lenguajes que “influyeron en el desarrollo del arte del siglo XX”, cuenta la comisaria. Aunque, como decíamos al principio, no fundaron un movimiento conjunto, sí se perciben algunas características comunes en las obras que se pueden ver en el Museo Thyssen hasta el 16 de junio. Por un lado la importancia del color. Estas artistas estaban muy interesadas en ello, “algunas viajan a París, donde entran en contacto con el cubismo, con Braque y Picasso, pero nunca renunciaron al color”, sostiene. Y, todo parece apuntar a esto tiene su origen en el interés de los rusos por el folclore y las artes populares de su país.
La segunda característica común que se les puede atribuir es “el interés por ir avanzando hacia la abstracción”. De sus estilos se desprende ese camino que va girando hacia obras no objetivas y llenas de color. Y, el tercero, es una tendencia clara porque “el arte no se quede en el lienzo”. Este grupo activo e imprescindible en el devenir de la cultura llevó la vida al arte y el arte a la vida, colaboró con escenografías teatrales y diseñó moda, objetos y tejidos. Fue un estallido cultural total y “cuando llega la revolución algunas de ellas se ponen a su servicio, se involucran con la corriente constructivista y empiezan a producir arte para el pueblo”, explica Marta Ruiz del Árbol.
Esta exposición se une al interés de Guillermo Solana, director artístico de la pinacoteca, en dedicar una atención especial a las mujeres artistas. Anteriormente lo han hecho con exposiciones de creadoras de la talla de Berthe Morisot y Sonia Delaunay y en la vanguardia rusa han encontrado todo un grupo de obras que en su día coleccionó el Barón Thyssen. Estas siete artistas que ahora salen del recorrido cronológico para ser expuestas de manera independiente “estuvieron involucradas directamente en el desarrollo de la vanguardia rusa que luego llegó de diversas maneras a otras corrientes, como la Bauhaus, en el continente”. Ellas fueron parte de ese camino que arranca en el siglo XX y en el que el anarquismo estético, porque no había una tendencia dominante si no una libertad creadora total, cada una floreció a su gusto.