Lewis Hyde: «El estado de inspiración es un estado erótico»
El clásico estudio de Lewis Hyde sobre el intercambio de dones y su relación con el arte, ‘El don: el espíritu creativo frente al mercantilismo’, publicado originalmente en inglés en 1983, se presenta por fin en español en la edición de Sexto Piso y con traducción de Julio Hermoso
Comencemos por David Foster Wallace y su discurso para la ceremonia de graduación de los egresados del Kenyon College, el 21 de mayo de 2005: Esto es agua (Random House, 2014), donde venía a decir que en la vida futura los alumnos de humanidades que estaban a punto de licenciarse habrían de aprender a balancearse para encontrar su lugar en el mundo; habrían de decidir qué y qué no tiene sentido en sus vidas. Y lo más importante: «decidir conscientemente qué es lo que vale la pena venerar». Aquí está el quid de la cuestión y el vínculo que une a David Foster Wallace y a nuestro protagonista: Lewis Hyde. Quien, de hecho, fue también profesor de creación literaria en el Kenyon College (ahora ya emérito).
Según ha demostrado D.T. Max y otros académicos estadounidenses, en la edición personal de la biblioteca de Wallace del libro de Lewis Hyde hay múltiples notas que atestiguan la influencia que este libro tuvo sobre el escritor norteamericano y sobre su propia práctica artística, que acabó viendo como una suerte de ofrecimiento hacia el lector. Y es que en esto se basa el libro de Lewis Hyde, en la idea de que la inspiración artística es una suerte de don que el artista recibe (pero debe estar preparado y predispuesto para ello) y está obligado, a su vez, a retornarlo al mundo (en la forma de la obra), puesto que es en su propio movimiento donde el don no solo se materializa como tal (en tanto que ofrecimiento que va pasando de mano en mano; de autor a lector y, así, de manera indefinida), sino que sigue viviendo. Pues, como escribe el propio Hyde, «el don es un tipo de propiedad cuyo valor reside en su uso».
Las ideas de Hyde sobre la creación artística han tenido en el mundo anglosajón una repercusión enorme, y así autores como Zadie Smith o Geoff Dyer, pero también el videoartista Bill Viola, Michael Chabon o Jonathan Lethem lo recomiendan encarecidamente. La misma Margaret Atwood, quien firma el prólogo de esta edición, dice sobre él -advirtiendo al lector- que «después de leerlo ya no serás la misma persona» (opinión compartida con Foster Wallace) y que «los dones son capaces de transformar el alma de un modo que no está al alcance de los simples bienes de consumo».
Puede que Lewis Hyde no sea una figura demasiado conocida en el mundo literario más mainstream (aunque sí goza de un importante reconocimiento entre los literati; recibió la beca «de los genios», la de la McArthur Foundation, en 1991), pero sus ideas están por doquier. La extenda noción contemporánea de que el arte es un regalo que el artista dona generosamente a la comunidad viene de aquí. El discurso de Seth Godin, el gurú del marketing, está impregnado de esta idea. Otro caso, cuando el escritor de género fantástico Neil Gaiman, en su discurso de 2012 en la University of the Arts de Philadelphia dijo: «Aprendí a escribir escribiendo. Procuraba hacer cualquier cosa que percibiese como una aventura y la dejaba cuando la percibía como un trabajo», en realidad, tal vez inconscientemente, está parafraseando a Lewis Hyde. Algo similar podríamos decir de la siguiente afirmación de David Byrne: «Lo que paradójicamente permanece accesible por más tiempo es lo más inmaterial». Lo recoge el músico escocés en Arboretum (Sexto Piso), un libro que sale a la venta el próximo 29 de marzo y que es, en palabras del propio autor, «Un intento serio de encontrar conexiones donde no se creía que las hubiera». Byrne expresa aquí sus intuiciones creativas en forma de dibujos y dejándose guiar por la lógica irracional.
El verdadero comercio del arte es el intercambio de dones
En virtud, El don, un concienzudo ensayo de casi quinientas páginas, se compone de dos grandes partes. En la primera, Una teoría de los dones (la que aquí más nos interesa), Hyde explora la naturaleza del don y sus diferentes formas de intercambio y alcance. Hyde recurre a los cuentos de hadas, la antropología y la etnografía, los cuentos tradicionales, los ritos, las prácticas religiosas, algunas anécdotas personales o la historia de la usura para desarrollar su tesis. Para Hyde es importante en el comercio del don porque sirve para establecer vínculos sociales, psicológicos y espirituales. Y se diferencia del puro intercambio de obsequios en el hecho de que no es recíproco, no exige nada de vuelta. Así, cuando hemos recibido algo, lo debemos volver a donar, no quedárnoslo. La diferencia de la esfera del don con la del capital es que en ésta última el instinto es el de retirar las propiedades de la circulación para custodiarlas, y lo mismo con el propio dinero. Un don que no circula, dice Hyde, pierde sus propiedades. Y añade: «El don es como el fluir incesante de un río».
Se ha de precisar que el intercambio del don no es una forma de trueque, sino que más bien es un acto de fe social. «El don se desplaza en un círculo, su movimiento escapa del control del ego personal», escribe Lewis. De ahí también la idea de que la circulación de los dones transformadores sea un tanto misteriosa. El don es una emanación de Eros, en el sentido de que la libido no se pierde cuando se dona (la idea de creación artística vincula al erotismo, en tanto que «posesión» es también muy fértil). Y la satisfacción (o goce), dice Lewis, «no procede únicamente de la sociedad, sino de saciarse con una corriente que no cesa». Lewis también lo expresa en estos términos, así: «el estado de inspiración es un estado erótico: en él somos conscientes de la unidad subyacente de las cosas y participamos de ella».
En la segunda parte del libro, Dos experimentos sobre la estética del don, se ciñe Hyde a las obras de Ezra Pound y Walt Whitman y matiza mucho la naturaleza del don en términos artísticos. Se refiere a la invocación, a la recepción involuntaria del don, y entiende que la verdadera creación viene después, como efecto de la evaluación, aclaración y revisión de los materiales recibidos. Habla también del don como veneno, aquel que se queda en el interior y no sale hacia afuera. Para Whitman los dones eran una concesión de su alma, mientras que para Pound tenían que ver con la tradición (al mismo tiempo origen y repositorio de los mismos).
Hacer las paces con el mercado
Son las diez de la mañana en Cambridge (Massachusetts) y nos atiende Lewis Hyde via Zoom. Lewis se siente sorprendido (y agradecido) no solo por el interés en su libro, sino por su largo recorrido. Comenzamos hablando de los dones y nos dice que «el fruto del espíritu creativo es la propia obra de arte», que ahí es donde se materializa y desde donde fluye hacia afuera. Lo que aun no tiene claro es cómo se le presenta al artista ese don. A pesar de su concienzudo estudio, donde analiza la naturaleza y la economía del don, casi cuarenta años después de su escritura, sigue sin poder asegurar cuándo y cómo se produce la magia. «Pero ese es el misterio», matiza.
Le pregunto si es más optimista en la actualidad, respecto al hecho de cómo los artistas han sabido vérselas con el mercado, y no lo tiene demasiado claro, a pesar de que ahora es menos reticente a aceptar que el intercambio de dones y el mercado no son elementos irreconciliables. El matiz se halla en el hecho de que primero se contribuye con el don, asegura, y luego se permite su comercio. Se trata, dice, «de hacer las paces con el mercado». Y propone tres soluciones para el artista contemporáneo: conseguir un segundo trabajo, recurrir al mecenazgo o lanzarse directamente al mercado (a través de un agente). Esto, sin embargo, no da solución a uno de los enigmas que su libro no resuelve: el talento. Para Hyde ni todo el mundo puede ser artista, ni el arte tiene que ver con la voluntad, ni tampoco toda obra creativa es necesariamente artística. ¿Y cómo solucionamos todo este enredo?, le pregunto. A lo que Hyde responde que una de las formas para dar carta de naturaleza artística a las producciones contemporáneas es, por supuesto, la sanción de la crítica literaria (no en vano, el propio Hyde ha tenido una larga carrera como crítico cultural).
A pesar de que El don se focaliza particularmente en la creación poética, Hyde me llama la atención sobre otras formas actuales de dar salida al conocimiento que se articula a través del don: el conocimiento científico, por ejemplo, pero también empresas humanas que le resultan inspiradoras como el trabajo colectivo de la Wikipedia o, en el sentido del mecenazgo, la organización de la que forma parte, la Creative Capital Foundation, que apoya a artistas individuales desde 1999. De cualquier forma, y siendo que los dones no son universales, sino que tiene que ver con las costumbres y creencias de cada época, Hyde, igual que Margaret Atwood, opina que hay que educar a los jóvenes nativos digitales en las tradiciones del don. Que ese es el reto que tenemos frente a nosotros. Lo mismo que señalaba, pues, David Foster Wallace en el discurso que citamos al comienzo: decidir qué se venera.
Cartas a un joven poeta
Uno de los libros clásicos de formación espiritual y creativa del joven artista, donde también se habla del don (aunque sin denominarlo así explícitamente) son las Cartas a un joven poeta, que Rainer Maria Rilke intercambiase con el joven aspirante a poeta Franz Xaver Kappus, a comienzos del s. XX. La editorial Nórdica Libros acaba de publicar una nueva traducción de Isabel Hernández, con ilustraciones de Ignasi Blanch.
En su carta del 16 de julio de 1903, desde Worpswede (Bremen), Rilke le explica a su pupilo muy bien la circulación del don, así: «La idea de ser creador, de engendrar, de construir no es nada sin su confirmación, grandiosa y constante, y su realización en el mundo […] En el pensamiento de un creador reviven miles de noches de amor olvidadas y lo llenan de sublimación y grandeza. Y los que se juntan por la noche y se entrelazan en agitada voluptuosidad, hacen un serio trabajo y atesoran dulzuras, hondura y fuerza para la canción de algún futuro poeta que se alzará para expresar placeres innombrables. Y conjuran el futuro […] Y los que viven el misterio de manera falsa y nefasta (y de esos hay muchos) lo pierden solo para sí mismos y luego lo vuelven a pasar, sin saberlo, como una carta cerrada». Y en la misma misiva, como adelantándose a los desvelos de Lewis Hyde, ya le advertía Rilke al joven poeta: «Es bueno que dé usted primero con una profesión que lo haga independiente y para que dependa por completo de sí mismo en todos los sentidos».