Ganda, el rinoceronte que Durero jamás llegó a ver
El escritor Jesús Marchamalo recupera la historia real de Ganda en ‘El rinoceronte del rey’ junto a las ilustraciones de Antonio Santos
¿Habéis oído hablar del famoso grabado de un rinoceronte de Durero? La historia de Ganda, que la vamos a intentar resumir en unas pocas líneas, es fascinante.
El 20 de mayo de 1515 Ganda llegó al puerto de Lisboa después de cuatro meses de travesía desde la India a bordo del Nossa Senhora de Ajuda. El animal de tonelada y media de peso tan solo vio la luz solar en tres ocasiones, las mismas que desataron sus patas para desentumecerlas. Pero, ¿por qué hizo semejante viaje? Pues bien, fue un regalo del sultán de Ahmedabad, Muzaffar Shah, a Manuel I, rey de Portugal. Es la aventura que ha rescatado el escritor Jesús Marchamalo en El rinoceronte del rey (Nórdica Libros) junto a las ilustraciones de Antonio Santos.
«Cuando leí esta historia me dejó fascinado, parece sacada de Las mil y una noches. Tiene un toque de exotismo y sus protagonistas son un artista, un rey, un papa y un pintor», comenta el escritor. Lo cierto es que en ocasiones la realidad supera la ficción y esta es una de ellas. Es importante ubicarnos en esa Europa medieval del siglo XVI en la que «nunca se había visto un rinoceronte ni muchas otras cosas», comenta Marchamalo. Es entonces cuando «nacen las grandes exploraciones marítimas de mano de Manuel I de Portugal que, por primera vez, decide expandir el imperio colonial. Sus barcos descubren rutas para llegar a la India, lugar al que no se había accedido antes», ahonda.
Los exploradores portugueses llegan a otro mundo repleto de plantas, olores, sabores, colores y animales desconocidos que consideran deben «ser dignos de admiración». En este contexto «se anuncia la llegada de Ganda, un rinoceronte indio que cruza el océano, y despierta una enorme curiosidad en toda en Europa», comenta Marchamalo. De hecho, no solo no se había visto un individuo de esta especie desde la época de los romanos sino que «se pensaba que no existía, que era un animal mitológico como las sirenas o los unicornios».
El rey Manuel I, como la mayoría de monarcas, tenía su propia casa de fieras y cuando un animal nuevo llegaba, ya fuera un mono o un elefante, los mostraban al público. En esta ocasión, y dada la curiosidad que había despertado la llegada de Ganda, decide imitar algo que había descrito Plinio el Viejo en sus antiguas crónicas: un combate entre un elefante y un rinoceronte. El rey monta esta pelea y lejos de conseguir su objetivo (obviamente los animales no se pelearon entre sí) lo único que obtuvo fue que el elefante, asustado, rompiera el vallado y escapara por la ciudad a causa del griterío de los asistentes.
Una detallada descripción y un bosquejo
Las cortes europeas envían hasta Lisboa diplomáticos, artistas y espías para hacerse eco de la llegada de Ganda. Muchos pensarán: allí estuvo Durero. Pues no, el artista vivía en Núremberg y no debía de ser fácil llegar. Quien sí estuvo fue Valentin Ferdinand, un «comerciante moravo afincado en Lisboa que envía una descripción detallada de cómo era el rinoceronte junto con un bosquejo», comenta Marchamalo. La carta llega a manos de Durero y este, basándose en sus palabras, hizo su famoso grabado aunque con varias imprecisiones, como colocarle dos cuernos. «Imaginar que pudiera crear una figura tan potente y veraz sin haberlo visto da cuenta de la maestría de Durero», afirma el escritor. Su versión fue tan aclamada que durante siglos prevaleció en tratados, enciclopedias y en libros de zoología y ciencias naturales.
El valor de los secundarios
Con el ánimo de conseguir el beneplácito del Papa León X para sus misiones expansionistas por Oriente, el monarca portugués decide enviar a Ganda a Roma. Francisco l, rey de Francia, a su vez quiere ver al rinoceronte en persona y el navío hace una parada frente a Marsella para contentar al rey. Sin embargo, al partir de nuevo estalla una fuerte tormenta ocasionando su naufragio con Ganda a bordo. El pontífice, por supuesto, no llega a ver al animal con vida.
En este sentido, una de las cosas que más llamó la atención de Marchamalo fue el valor de los secundarios, nada menos que «Manuel I de Portugal, que abre un periodo de navegaciones y expansionismo, el rey Francisco I de Francia, el Papa León X, que en ese momento estaba construyendo la Basílica de San Pedro del Vaticano, y Durero».
Para Marchamalo una de las enseñanzas que podemos sacar con esta fábula es que nuestra visión del mundo, aún en un mundo tecnológico, «sigue siendo parecida a la del siglo XV. Hemos extendido las fronteras y a pesar de todos los aprendizajes y viajes el conocimiento de gran parte del mundo nos llega -concluye- a través de las imágenes de otros, igual que a Durero».