El fotógrafo del pop: Jean-Marie Périer, un hombre que colorea la nostalgia
El fotógrafo francés rememora en el Centro Cultural La Malagueta el espíritu de una década de descubrimiento en la que retrató a toda una generación de artistas
La nostalgia ha evitado que las fotografías se pongan amarillas, acaso la nostalgia haya hecho de ellas un museo perpetuo en la que ver a los ídolos del pasado. Los Beatles, Miles Davis, James Brown o Ella Fitzgerald siguen vivos. No sabemos si volvieron a casa, pero el recuerdo es la llave que abre la puerta de su encuentro.
El retrato de la cultura popular de los años 60 tiene nombre francés. Jean-Marie Périer (Neuilly, 1940) estrena en España la exposición de su obra fotográfica en el Centro Cultural La Malagueta, en Málaga, y abarca desde las estrellas del pop/rock francés y anglosajón hasta los artífices de la alta costura de las décadas de los 80 y 90. Lo que une a Mick Jagger con Carla Bruni en la retina de sus admiradores son las fotografías de Périer.
Un francotirador del espectáculo, en definitiva. Périer dice que no distingue entre el amor hacia una mujer y el amor por sus amigos. Que siente el mismo dolor ante el abandono de unos u otra. A Frank Sinatra, a quien no pudo retratar para su desgracia personal, lo considera su «Dios absoluto». Aparcó la fotografía para dedicarse al cine, pasó diez años en Estados Unidos centrado en la publicidad, y en Barcelona le falta una casa que quiso comprarse cuando vivía allí en los 90. «He rodado anuncios que tú no sabes que son míos», cuenta. Tiene cinco vidas, acaba de inaugurar la quinta. Le encanta escribir, a pesar de no tener el bachillerato; y, al igual que con la fotografía, no aprendió de nada pero sabe de muchas cosas. Jean-Marie Périer es la sombra que hay tras los retratos de las estrellas del mundo pop.
El inicio de su vida pasaba por la música, al ser hijo del artista Henri Salvador, pero su mala relación con él le llevó a dejar el piano. «Cerré la tapa de aquel piano con 16 años. Desde entonces sabía que podía trabajar de cualquier cosa». Périer dice que en su vida siempre ha mediado la suerte. En su tono de voz juguetón hay tanto de extravagancia como de una humildad espinosista: «En 1956 me presentan a un periodista musical, e hice fotografías de músicos. Si me hubiesen presentado a un periodista de guerra habría ido a la guerra y —añade— si me llegan a presentar a un fontanero habría sido fontanero».
Esos músicos de jazz eran, entre otros, Miles Davis y Ella Fitzgerald, hasta que pasó de las estrellas del jazz a las del pop/rock gracias a la revista Salut les copains, una revista musical que llegó a tirar un millón de ejemplares al mes. Périer ahonda en el concepto de adolescencia escrutando el espíritu de una era. «Fue gracias a unos jóvenes que se hicieron más ricos que sus padres cuando la adolescencia dejó de estar mal vista», comenta. Él, por supuesto, al mismo tiempo que recuerda eso años, fue quien la guardó en negativos que hoy nos lega.
En la revista Salut les copains se cruzó por primera vez con los Beatles y con el color. Su agente, Brian Samuel Epstein, quería que el grupo saliese en alguna revista para adolescentes. «Desde entonces he sido un diletante. Hacía lo que se me pasaba por la cabeza». Por esa cabeza pasaron cientos de imágenes, pero, ¿qué es la fotografía para un hombre que se ha dedicado a sacar «guapa a la gente»? «¿Que qué es la fotografía? No lo sé. Nunca he aprendido fotografía. Si aprendí algo de ella fue haciendo» Se sorprende como si no tuviera mucho que ver con la pregunta.
Usó el color para buscar la belleza de las estrellas, para rehuir de «los aires de grandeza que se dan los que usan el blanco y negro»
Su voz se ilusiona, en cambio, cuando lucen ciertos nombres como Johnny Hallyday, Mick Jagger o Françoise Hardy: los representantes para este fotógrafo de la década de los 60. El éxito «no significa nada», aunque sí siente una huella de orgullo por lo vivido. Sobre todo, por haber enmarcado aquella década en una foto. Un joven Johnny Hallyday rodea con sus brazos a Françoise Hardy y Sylvie Vartan; junto con la mañana del fondo hay una generación irrepetible. Usó el color para buscar la belleza de las estrellas, para rehuir de «los aires de grandeza que se dan los que usan el blanco y negro».
Tiene muy claro que sus fotografías no representan la realidad, «sino el sueño de los adolescentes de los años 60», porque su función era el espectáculo, la rêverie, el ensueño de la rebeldía. «Quería que los jóvenes colocasen mis fotografías de sus artistas favoritos en las paredes de sus cuartos. Yo mentía para decir la realidad. Sólo tenía una imposición: mis fotografías tenían que molestar a los padres de nuestros lectores». Esa falsa realidad era glamour, diversión y belleza. Monsieur Périer saca galones cuando recuerda su irreverencia juvenil.
Tanto éxito tuvo que, entre risas, afirma que aún hoy hay gente que se viste como si viviéramos en 1963. Señala que la gente es lo único que queda después de tanto tiempo. Explica que «quienes valoran esas fotografías son los mismos que las colgaban en sus paredes cuando tenían entre 12 y 20 años. Hoy tienen entre 60 y 80».
Con 81 años no tiene inconvenientes a que el tiempo pase, y con él la tecnología. La ambivalencia que siente por el mundo digital se debe a lo «magnífico» y lo estúpido. Desprecia un tipo de censura que sabe identificar con claridad. Pondera la «agresividad inherente» y la rapidez de la red, así como «una búsqueda desesperanzada por un lugar seguro». Por ello prefiere a la gente que duda en lugar de quienes poseen demasiadas certezas. Aborrece a esos que se creen más médicos que el médico. «Hoy cualquiera se siente más presidente de la República que el propio presidente». «Todo el mundo puede ser famoso durante un cuarto de hora, como decía Andy Warhol», bromea.
Su espíritu diletante del que presume lo lleva a recordar su encuentro con Salvador Dalí, por lo que tiene de esa ensoñación que tanto le gusta. Empezó con cierta irritación, porque parecía no aceptar la relación que el fotógrafo tenía con Françoise Hardy, que acompañó a Dalí en el posado. «Quería pasar un rato a solas con Hardy y parecía algo irritado por mi culpa, pero Salvador Dalí era un espectáculo en sí mismo». Périer se deleita con la pose de los artistas. De eso, en realidad, ha vivido. De nuevo, sin embargo, le resta importancia. Nada importa, porque «todo es suerte», explica risueño.
«Yo he triunfado en mi fracaso, que es mucho mejor que fracasar en el triunfo»
Cree que su vida acabó cuando dejó el piano, que el resto ha sido un ir y venir en la vida desde el fracaso, pero como «la suerte es un talento» ése ha sido el suyo. «Yo he triunfado en mi fracaso, que es mucho mejor que fracasar en el triunfo; me encanta porque he tenido una vida formidable, lo que demuestra que el triunfo no significa nada», apunta.
Périer, con levedad, piensa que toda su vida ha sido puro azar; que, gracias a él, ha podido coleccionar cinco vidas: la de músico, fotógrafo, publicista, cineasta (trabajó en varias películas con Jacques Dutronc) y ahora escritor, porque las letras le suenan a «música». Queda en él un nervio de nostalgia. La juventud perdida es una añoranza y la diversión de hoy no tiene nada que ver con la de ayer. «La vejez no tiene nada de interesante». Pues bien, ¿quién es Jean-Marie Périer? No lo sabe. «Un tío que ha tenido mucha suerte, muchísima. Un tío que ha hecho muchas cosas y que esperar morir a gusto. Hay que parar en algún momento, ¿no?».