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Ciencia

¿Existe la mala suerte en el cáncer?

La controversia por el estudio de la Universidad Johns Hopkins que adjudicó al azar el riesgo de sufrir la enfermedad, en realidad desnuda el hecho de que la ciencia aún busca las verdaderas causas que activan las células malignas

¿Existe la mala suerte en el cáncer?

Si dos coches parten de un mismo punto pero uno recorre una distancia mayor y va mucho más rápido, su riesgo de tener un accidente será mayor que el de otro automóvil que vaya mucho más cerca y se desplace más lentamente. Eso, aunque la analogía luzca extraña, es lo que parece ocurrir con los tejidos del cuerpo y las posibilidades de desarrollar un tumor: el riesgo se incrementa a medida que pasa más tiempo, especialmente en sitios donde la división celular es más acelerada.

Si se bautiza esto como «mala suerte» y se añade la afirmación de que la herencia y los factores tóxicos (como el cigarrillo o la contaminación) solamente son responsables de un tercio del riesgo de sufrir cáncer, la controversia está servida, tal como lo comprobaron los científicos Cristian Tomasetti y Bert Vogelstein, de la Universidad Jonhs Hopkins, cuando publicaron, a principios de año, un estudio en Science que puso sobre la mesa la idea de que, en la mayoría de los casos, el riesgo de ser víctima de un cáncer se debe al azar.

La investigación en realidad intenta ser una contribución para entender por qué «algunos tipos de tejidos dan lugar a cáncer en humanos millones de veces más a menudo que otros», algo que se sabe desde hace mucho tiempo pero que todavía no tiene explicación. Los autores indicaron que, en realidad, muchas veces esto ocurre por «mutaciones aleatorias que surgen durante la replicación del ADN».

Reducir la probabilidad de sufrir cáncer a una especie de macabra lotería no fue precisamente bien recibido, especialmente por las instituciones de salud que dedican enormes recursos y esfuerzos a campañas de prevención dirigidas a modificar hábitos dañinos, como el sedentarismo y el tabaquismo.

El eco global que obtuvo la investigación, que se ganó titulares destacados en los medios de comunicación de los cinco continentes, obligó a reaccionar a la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer, que pertenece a la Organización Mundial de la Salud. «Si es mal interpretada, esta posición podría tener graves consecuencias negativas, tanto en la investigación sobre el cáncer como en las perspectivas de salud pública», advirtió el director de la agencia, Christopher Wild.

No es poca responsabilidad, pues se está hablando de una enfermedad que se diagnosticó, en 2012, en 14 millones de personas y causó la muerte de 8,2 millones en todo el planeta, según cifras de la OMS. Se estima que los casos de cáncer detectados anualmente aumentarán a 22 millones en las próximas dos décadas.

Tomasetti y Vogelstein se vieron obligados a aclarar el significado de los resultados. «Algunos factores de riesgo pueden estar fuera de nuestro control, pero otros no. El hecho de que gran parte del peligro de viajar en coche se deba simplemente a la distancia de viaje, no significa que los accidentes no se puedan prevenir», señalaron, en una entrevista difundida luego por la Universidad Johns Hopkins.  Allí enfatizaron la importancia de la prevención primaria (eliminación de estilos de vida dañinos) y la prevención secundaria (detección temprana de los tumores).

«Hay muchos tipos de cáncer y la verdad es que no conocemos su verdadero origen», indica en entrevista Cono Gumina, médico especialista en gastroenterología y con amplia experiencia en prevención oncológica. «Sabemos que entre 10% a 15% de los tipos de cáncer tienen un componente hereditario. Al final, es poco. El otro 85% estaría causado por lo que Tomasetti y Volgestein denominan como ‘mala suerte’, pero que en realidad podríamos llamar epigenética, la ciencia que estudia las modificaciones que sufre el ADN desde el momento de la concepción y en el transcurso de la vida», agrega.

Todas las células del organismo, añade Gumina, tienen una vida media, no importa si se trata de la piel o de las neuronas. «Sin embargo, los cambios ocurren a ritmos distintos. Por ejemplo, tenemos el caso del colon, en el que puede haber una renovación celular total en un período que va entre 5 a 7 días».

La investigación de Tomasetti y Vogelstein trazó una correlación entre el número de divisiones de células madre -las que tienen el potencial de generar nuevas células- en 31 tejidos del cuerpo y comparó ese resultado con el riesgo de padecer cáncer, en determinados órganos, entre los estadounidenses.

«Nuestro estudio muestra, en general, que la cantidad de divisiones de células madre en un tipo de tejido está altamente correlacionada con un cambio en la incidencia de cáncer en ese mismo tejido,» señaló Vogelstein.

En 22 tipos de cáncer hallaron esa relación entre un número mayor de divisiones celulares -que da mayores probabilidades de «mala suerte»- y la aparición de nuevos casos. En otros nueve tipos de cáncer, el riesgo se incrementó por otros condicionantes ya conocidos: predisposición hereditaria o toxicidad ambiental. «Los que tenían mayor riesgo eran los esperados, incluyendo el cáncer de pulmón, vinculado de manera directa al consumo de cigarrillos; el cáncer de piel, causado por la exposición al sol, y otras formas de cáncer asociadas con síndromes genéticos», añadió el científico.

Pese al escándalo, no se trata de la primera vez que la palabra suerte aparece relacionada con la probabilidad de sufrir cáncer. Hace poco más de una década, Richard Doll, científico británico a quien se recuerda por su descubrimiento de la relación entre la nicotina y el cáncer de pulmón, también usó el mismo término al reflexionar acerca de las razones por las que 20% de quienes están expuestos a terribles agentes carcinógenos, no llegaban a desarrollar la enfermedad y no se trataba, enfatizo, de que hubiera algún tipo de inmunidad genética.

“Si un sujeto expuesto desarrolla o no un cáncer es en gran medida una cuestión de suerte: mala suerte si se producen todos los cambios necesarios para provocarlo en la misma célula madre, cuando hay varias miles de esas células en situación de riesgo, y buena suerte si eso no ocurre», escribió Doll.

David Spiegelhalter, uno de los voceros del Programa Winton para la Comprensión Pública del Riesgo de la Universidad de Cambridge, aunque critica el procedimiento y los resultados de la investigación de Tomasetti y Vogelstein, y la cobertura que los medios de comunicación le dieron a su estudio, no deja de dar la razón a algunas de sus conclusiones. “Ya está suficientemente reconocido que la mayor parte de los casos de cáncer no pueden prevenirse con cambios en el estilo de vida: análisis de las cifras oncológicas de Inglaterra señalan que 40% de los casos podrían prevenirse, lo que significa que eso no es posible en 60% de los casos”, señaló.

Todo esto quiere decir que detrás del término “mala suerte” podría ocultarse simple desconocimiento, sugirieron, en una nota aclaratoria, Josep Ramon Germà, Esteve Fernández y Xavier Bosch, del Instituto Catalán de Oncología. Lo que se puede concluir es que «todavía existe un gran número de tumores en los que las causas aún no han sido completamente aclaradas. Quién hubiera dicho hace veinte años que todos los cánceres de cuello de útero y el 20% de los de orofaringe tenían un virus inductor?».

Ante el riesgo de que alguien interprete los polémicos resultados como una invitación a abandonar todo esfuerzo por mejorar los hábitos de vida y la esperanza de estar a salvo del cáncer, Gumina propone exactamente lo contrario: deben reforzarse aún más las medidas para evitar factores de riesgo que ya se sabe que inciden directamente en la aparición de células malignas.

“Si eliminamos el cigarrillo del mundo, los casos de cáncer de pulmón disminuirían drásticamente. Lo mismo ocurriría con el cáncer de cuello uterino si vacunamos a todas las mujeres contra el virus del papiloma humano, o con el cáncer de hígado si logramos la verdadera masificación de la vacuna contra la hepatitis B”, señala.

Añade que se deben hacer esfuerzos mayores por la prevención que se conoce como secundaria y que implica la pesquisa que permitan detectar tempranamente células malignas. Esto parece ser cada vez más importante en un mundo con más adultos que sobrepasan la sexta década de vida, donde la metáfora del largo viaje en coche adquiere cada vez mayor validez. En España, por ejemplo, se estima que se diagnosticarán, en 2015, 227.076 casos de cáncer, 11.542 casos más que lo previsto en 2012, según cifras de la Sociedad Española de Oncología Médica. “El crecimiento de la población y su envejecimiento explicarían fundamentalmente este incremento”, señala un informe de la Sociedad Española de Oncología Médica.

El hecho de que a pesar de ese aumento en el número de diagnósticos, se pueda predecir también un descenso en las tasas de mortalidad para este año, da la razón a quienes defienden los beneficios de los programas de detección temprana. De hecho, aproximadamente 325.000 muertes por cáncer podrán evitarse en 2015 en la Unión Europea, según difundió recientemente Annals of Oncology.

Pese a las críticas, Tomasetti y Vogelstein encontraron algo alentador en las reacciones a sus conclusiones. «El cáncer tiene una larga historia de estigmatización. Los pacientes y sus familiares con frecuencia se culpan a sí mismos, creyendo que había algo que podría haber hecho para prevenir la enfermedad en su caso o en el de algún miembro de su familia. Nos complace que nuestro análisis podría llevar consuelo e incluso aliviar el peso de la culpa en aquellos que han sufrido las consecuencias físicas y emocionales del cáncer».

Marielba Núñez

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