El joven Igor Mordatch trabaja para que una máquina pueda mantener conversaciones. No es una idea extraña en Silicon Valley, donde esto es tendencia. Sin embargo, Igor Mordatch, que nació en Ucrania pero creció en Toronto, Canadá, no trabaja para que los robots interactúen únicamente con los hombres, sino para que puedan hacerlo también entre sí.
El ingenioso Mordatch no es tanto un lingüista como un experto en robótica y sus primeros pasos los dio en la animación digital trabajando en la producción de Toy Story 3, de Pixar, y en las universidades de Washington y Stanford. Pero ahora, a sus 31 años, desarrolla un proyecto en OpenAI —un laboratorio lanzado por seis emprendedores de la categoría de Elon Musk (cofundador de PayPal y creador de Tesla y SpaceX) o Sam Altman (inversor de riesgo de empresas como AirBnB) para impulsar investigaciones sobre inteligencia artificial— que construye un mundo virtual donde los robots aprenden a crear sus propios códigos, su propia lengua, para comprenderse, conversar y colaborar entre sí en labores particulares o colectivas.
En este lugar, como explican en su último informe, los desarrolladores ensayan con pequeños juegos para que los robots aprendan a cumplir con determinados cometidos y que lo hagan participando en conjunto. Y si determinada tarea la realizan con éxito, son capaces de recordar el proceso que lo permitió. Pero si, por el contrario, fracasan en el esfuerzo, reconocen el error y no vuelven a repetirlo, una ventaja respecto al ser humano.
Por ejemplo, uno de los experimentos consiste en introducir a unos robots —representados por bolitas verdes, rojas y azules— en un cuadrado bidimensional y forzarlos a entenderse para trasladarse conjuntamente de un punto a otro del cuadrado. De este modo, un robot puede ordenarle a otro que se mueva de un punto A a un punto B sin que los investigadores intervengan, fomentando la comunicación directa entre ellos.
Con este proyecto, el objetivo ambicionado es que los robots comiencen con una comunicación muy sencilla, que se limite a explicarse dónde ir o a qué prestar atención, para poco a poco construir un idioma más sofisticado. Esta sofisticación, de hecho, requerirá de un diccionario para traducir la nueva lengua a un idioma humano, como el inglés o el castellano. Este escenario aparentemente imposible es una realidad, y muestra de ello es que un equipo de OpenAI ya trabaja en la elaboración de este diccionario que descifrará el vocabulario robot.
Las máquinas, con proyectos como éste, vivirán un cambio exponencial: llegados a este punto, pasarán a comprender, a interiorizar. Se trata de un paso previo al razonamiento de la información. La idea de Mordatch es innovadora y no sigue la línea de otras investigaciones que imitan el lenguaje humano. Porque aun sin ser lingüista, Mordatch sabe bien que el ser humano aprendió a comunicarse por necesidad, por supervivencia, y que con el paso de los siglos desarrolló por sí mismo lenguajes más o menos complejos. Es el camino que OpenAI persigue para los robots: que aprendan gestos y palabras con las que ayudarse y facilitar el trabajo a los humanos.