En el campamento de refugiados, a Tateh Lehbib Breica lo conocen como «el loco de las botellas». Este ingeniero saharaui de 27 años ocupa sus días recopilando y almacenando miles de botellas de plástico de litro y medio. Arriba y abajo con su furgoneta, se dirige desde el campamento de Tinduf (Argelia) en el que vive hasta puntos de recogida de envases en Smara, una ciudad marroquí situada en el corazón del Sahara. Ya de vuelta a ese hogar provisional que se ha convertido en eterno, las va llenando de arena. Granito a granito, envuelve el desierto en las botellas. Después, las apila y coloca como si fueran ladrillos, entre ellas pone cemento, tierra y paja. El resultado final es una curiosa casa circular, perfecta para luchar contra las inclemencias del desierto.
La mayoría de las viviendas de estos campamentos de refugiados están hechas de adobe, de ladrillos de barro sin cocer que se derrumban con las grandes lluvias y que mantienen el calor, en una zona que puede alcanzar los 50 grados en verano. La otra opción eran las tiendas tradicionales saharauis, que tenían unos problemas similares. Así, las frecuentes tormentas de arena cubrían las casas y las tiendas. El asfixiante polvo obligaba a evacuaciones temporales. En 2015, las inundaciones destruyeron 9.000 casas y el 60% de la infraestructuras de los cinco campamentos de refugiados, según datos de ACNUR. Pero no había otra solución.
Hasta ahora.
Las construcciones creadas por Tateh son más sólidas, con paredes más gruesas, para soportar las tormentas. Son más bajitas, para aguantar mejor el viento. Son redondas para evitar que se formen dunas a su alrededor que puedan tirarlas. Están pintadas de blanco para reducir el impacto de los rayos solares. Tienen doble techo, con un espacio para la ventilación, y dos ventanas a diferente altura para favorecer las corriente. Todas estas pequeñas características consiguen que la temperatura sea de cinco grados centígrados menos que en las viviendas tradicionales.
¿Cómo surgió la idea?
Tateh nació y se crió en el mismo campo de refugiados de Awserd, muy cerca del que ahora vive. Nunca olvidó el calor que pasaba en su vivienda de tejado de zinc. Con un beca DAFI, destinadas a refugiados, pudo estudiar Energías Renovables en la Universidad de Argel. Después, cursó un máster en eficiencia energética en las Palmas de Gran Canaria, gracias a una beca de Erasmus Mundus. A su vuelta, después de las grandes inundaciones, se le ocurrió la idea.
“Recordé un documental que había visto durante la universidad, sobre construcción con botellas de plástico y pensé: ¿Por qué no intentarlo?”, contó a ACNUR en una entrevista. Dicho y hecho.
La primera casa fue para su abuela, a quien quería darle una vivienda más digna, para la que necesitó 6.000 botellas. Cuando la terminó presentaron el proyecto a ACNUR, quien le premió con 55.000 euros para que construyera 25 de sus casas con botellas en los cinco campamentos: Awserd, Boujdour, Dakhla, Smara y Laayoune, en los que viven un total de 90.000 refugiados. Todas han ido destinadas a personas vulnerables a enfermos o familias en situación vulnerable.
Tateh confiesa que, al principio, la gente del campamento le miraba extrañada, pero que ahora la mayoría le felicita por su trabajo. Este ingeniero no quiere quedarse allí, sino que le gustaría poder construir este tipo de casas para todas las familias que viven desde hace dos décadas en estos campamentos. Una estancia preparada para ser temporal que se ha convertido en crónica. Allí han nacido y crecido ya varias generaciones de saharuis que huyeron después de la Guerra que enfrentó a Marruecos con el saharui Frente Polisario. Tateh confía en poder volver un día a su tierra, pero hasta entonces, seguirá arriba y abajo, recopilando y almacenando sus miles de botellas de plástico.