Feminismo planetario: Las astrónomas de Harvard que nos inspiran a romper el “techo de cristal”
Hablamos con Dava Sobel, autora de El universo de cristal, la historia de las mujeres de Harvard que desde finales del siglo XIX estudiaron las estrellas.
Periodista y divulgadora científica heredera de Carl Sagan, Dava Sobel es una “rock star” para los amantes de la historia de la ciencia. Tras clásicos como La hija de Galileo o Longitud, la investigadora nos invita a mirar al cielo, que en el fondo es como mirar al pasado, para conocer a las apasionantes mujeres de Harvard que hicieron increíbles contribuciones a la astronomía en su libro El Universo de cristal (ed. Capitan Swing). Las llamaban “el harén de Pickering” -sí, un nombre que, desde luego, no les hace justicia-.
El mítico divulgador científico y astrónomo Carl Sagan dijo una vez: “La ausencia de evidencia no es una evidencia de ausencia”. Y aunque él se refería a la prueba de vida extraterrestre, bien se podría extrapolar a las mujeres que han hecho ciencia a lo largo de la historia, quienes tuvieron que abrirse camino en en un territorio que era feudo del hombre y sus nombres empiezan a sonar desde hace unos años en las facultades de ciencias. Astrónomas como Henrietta Levaitt, cuyas investigaciones ayudaron no solo a medir la vía láctea sino el universo en general, o Cecilia Payne, que descubrió que las estrellas estaban compuestas de hidrógeno y tan insólito fue que se le pidió que dijera que había sido “un error”.
La periodista Dava Sobel lleva más de cincuenta años dedicada a la divulgación científica. Tiene un asteroide a su nombre y una carta de recomendación escrita por el mismísimo Carl Sagan en los años en que era una jovencísima redactora que trabajaba en la universidad de un pueblecito de Nueva York con el simbólico nombre de Ithaca, donde también impartía clases el astrónomo -“fue una grandísima influencia para mí, asistí a una de sus conferencias y me pareció que era lo más interesante que había escuchado en mi vida y quise formar parte de eso. Me ofrecieron cinco dólares de aquel tiempo por entrevistarle y dije ¡Claro!, y a partir de ahí pude hablar con él muchísimas veces; era una persona realmente fascinante”-. Dava es algo así como una rockstar para astrónomos y físicos, sus obras se han convertido en verdaderos clásicos de la historia de la ciencia y la cosmología, y tiene esa clase de inteligencia, encanto y humildad natural que ella misma reconoce en Sagan, ambos conscientes de que la ciencia no puede hacerse de espaldas a la gente.
“Muchos lo criticaron diciendo que buscaba solo la fama, pero hizo accesible la astronomía a todo el mundo. Defendía que las investigaciones se pagan con los impuestos de los ciudadanos y que los científicos debían dedicar un 10% del tiempo a explicar a la gente su trabajo; la lástima es que no todos saben cómo hablar al gran público. Él era capaz de hacer entender a un niño cómo funciona el universo y Neil deGrasse Tyson también es muy bueno en esto. Tyson, por cierto, ha sido acusado recientemente de acoso sexual, pero no me lo creo. Nadie es perfecto, pero él es demasiado listo para hacer eso…”, cuenta.
Su último libro, El universo de cristal, recoge la historia de las mujeres astrónomas que trabajaron desde finales del siglo XIX en el Observatorio de Harvard como “computadoras humanas”, procesando los datos de la observación de las estrellas que aparecían en unas placas de vidrio como un minúsculo e infinito punteo, una tarea increíblemente difícil, minuciosa y paciente. Las llamaron de forma bastante insultante “el harén de Pickering”. “Nadie sabe quién les puso ese nombre, probablemente a alguien de otro observatorio le pareció gracioso que Edward Pickering, el director, contratase a tantas mujeres para desempeñar este trabajo.
En aquel tiempo existían las primeras universidades para mujeres y Harvard tenía un anexo donde estas inteligentísimas estudiantes recibían clases de astronomía, pero era una institución esencialmente masculina. De hecho, había mucha controversia respecto a si las mujeres debían o no tener una educación superior porque era incompatible con tener hijos, lo cual es absurdo. Cuando Pickering se convirtió en director del Observatorio de Harvard -él era físico-, ya había unas seis mujeres trabajando allí; creía que una mujer estaba igual de capacitada que un hombre para realizar esta tarea y como era bastante práctico y el observatorio apenas tenía fondos, decidió que, ya que una mujer cobraba mucho menos que un hombre, podía tener más personal si las contrataba a ellas. Fue una suma de muchas cosas -apunta Dava-, pero todas ellas eran personas sumamente inteligentes, con educación superior, y fueron muy respetadas. Pickering jamás les dijo cómo tenían que hacer su trabajo y firmaban sus descubrimientos”.
Los personajes de El Universo de cristal son mujeres y científicas, cuyas personalidades son tan arrolladoras y magnéticas que una las acaba conociendo a todas e imaginando el tipo de relación que tenían entre ellas y con el mundo. Como Mina Fleming, una de las primeras mujeres en unirse a este mal llamado “harén”, que había sido profesora de secundaria, pero al quedarse embarazada sin estar casada tuvo que asumir un puesto de criada y quiso la suerte que acabase en casa de los Pickering, donde el físico no tardó en darse cuenta de su talento e inmediatamente le ofreció un puesto en el Observatorio.
Mina era terca, brillante, le gustaba controlar que todo el mundo realizase su tarea e hizo la primera clasificación de unas 10.000 estrellas utilizando las placas espectrográficas que otros astrónomos recogían de sus observaciones del cosmos. “Miss Fleming era una persona luchadora, se quejaba de lo injusto que era ganar menos que un hombre por realizar este trabajo y fue la primera mujer en tener un título universitario en Harvard. Pero también era una persona muy cálida, escribía cartas a su hijo Edward y era muy amiga de Annie Jump Cannon, otra grandísima astrónoma, con la que llegó a vivir un tiempo -dice la periodista, y añade-: La gente cree que los científicos son fríos, extraños y no se relacionan con otra gente, pero son personas corrientes. En 1900 la Universidad de Harvard creó una cápsula del tiempo y tanto Miss Fleming como Miss Cannon pusieron parte de sus vidas allí, y hablaban de su amistad. Decían cosas del tipo: ‘Miss Cannon vino a cenar la otra noche y como el cielo estaba despejado salimos a hacer algunas observaciones…”.
Mujeres y científicas
Durante los seis años que Dava Sobel se dedicó a investigar la vida y el trabajo de estas pioneras de Harvard tuvo acceso a miles de placas de vidrio con las que se estudiaban las estrellas en el inicio de la fotografía -de ahí el título del libro-, pero también a los diarios y la correspondencia de esas mujeres cuya lectura le ayudó a dibujar sus vínculos y su personalidad. De repente quedó tan fascinada que ya no quiere hacer otra cosa que escribir sobre mujeres científicas: “Hace más de veinte años que tenía esta historia en la cabeza, desde que entrevisté a la astrónoma Wendy Freedman, conocida por la medida de la constante de Hubble, y ella me habló de Henrietta Leavitt, una de las mujeres de Harvard que da nombre hoy a la Ley de Leavitt. Yo no sabía nada de este tema y, honestamente, aunque conocía a brillantes científicas como Freedman, primeros nombres en su campo, pensaba que había pocas mujeres que hicieran ciencia.
Obviamente, tenía un prejuicio enorme y tuve que enfrentarme a él en cuanto empecé a indagar; pero además, ellas en sí mismas son apasionantes y llenas de humanidad -explica entusiasmada Dava-. Annie Cannon, por ejemplo, que fue la primera mujer que hizo sus propias observaciones astronómicas y su sistema de clasificación estelar sigue en uso un siglo después, era una gran amante de la ópera, a pesar de ser sorda, y guardaba todos los programas, y era tan amable que todo el mundo la quería”, resume.
Suele decirse que alguien no es una celebridad hasta que no aparece en los Simpson, pero estas aguerridas astrónomas de Harvard muy respetadas en su tiempo y cuyas vidas y descubrimientos recoge Sobel están empezando a hacerse un sitio en la cultura popular. Lego ya tiene sus propios muñecos de personalidades como Henrietta Leviatt, Cecilia Payne o Annie Cannon, y esta última, incluso, ha inspirado libros de cuentos y un personaje de dibujos animados. Dava cree que necesitamos referentes, que, de hecho, los tenemos pero debemos seguir arrojando luz sobre ellos. “La historia de las mujeres científicas es interesantísima e inabarcable”, señala.
En su empeño por seguir la vida de estas pioneras, está trabajando en otra obra sobre la primera mujer en conseguir un doctorado en Ciencias: “Voy a estar una temporada en el Observatorio de París estudiado el tiempo que pasó allí. Era una científica brillante, coetánea de las mujeres de Harvard, que viajó a Europa porque quería estudiar astronomía, se casó con un astrónomo amateur que le doblaba la edad y que murió muy joven, y a pesar de las estrecheces económicas siguió investigando. También me parece muy curioso que tuviera cuatro hermanas y todas ellas fueran personas muy exitosas en su época: médicos, artistas, concertistas de fama mundial. ¡Y por supuesto, la figura de su madre! Ella las animó a todas a convertirse en lo que eran…”.
– Dava, el segundo director del Observatorio de Harvard, Shapley, estudiaba el cosmos y las hormigas al mismo tiempo y pensaba que los humanos nos creemos demasiado importantes cuando somos realmente insignificantes a escala cósmica. ¿Tú estás de acuerdo?
– Por supuesto, mira a Trump. Y no es la única persona narcisista en el mundo. Pensamos que somos la parte más importante de la Tierra y matamos insectos, talamos árboles y nos asesinamos entre nosotros. Hablo de hombres y mujeres, porque las mujeres podemos ser violentas también, ¿eh? Hay muchas mujeres que apoyan a Trump. Somos muy inteligentes y muy estúpidos a la vez.
Romper el «techo de cristal»
En España solo un 27% de mujeres se dedica a la astronomía y la astrofísica, según datos de la Asociación Española de Astronomía (SEA). Asimismo, estudios recientes revelan que siguen recibiendo menos ayudas para sus investigaciones que sus colegas varones, por no hablar de que el número de directoras de observatorios astronómicos en nuestro país es igual a cero. Científicas como la profesora y astrónoma del Instituto de Ciencias del Cosmos de Barcelona y presidenta de SEA, Francesca Figueras, trabajan para romper este techo de cristal. Al otro lado del mismo, más vivo que nunca, luciendo como las estrellas en una noche especialmente clara, las tenemos a ellas, las protagonistas de El Universo de cristal.
– Parece que retrocedamos en lugar de avanzar… -le comento a Dava.
– No, desde luego que no. Pero la realidad es que todavía hoy cuando una mujer envía un artículo a una revista científica tiene menos probabilidades de publicarse que si lo hubiese escrito un hombre. Aunque, ¿sabes una cosa? Una vez Cecilia Payne publicó un artículo y Shapley le preguntó: “¿Por qué firmas con tus iniciales? ¿Es que te avergüenzas de ser una mujer?”.
Más tarde, ese mismo día, visitaríamos el histórico Observatorio Fabra de Barcelona, subiríamos hasta la cúpula, miraríamos a través del telescopio y sabríamos que en la época en que el astrónomo y divulgador Josep Comas i Solà fue su director trabajaba una mujer astrónoma que siempre firmaba sus descubrimientos con el apellido de su marido y cuyo nombre pocos recuerdan. Nombrar(se) es importante. Recordar la historia sin eludir a nadie, como lo hace Dava Sobel, también.
Agradecimiento especial al Observatorio Fabra por permitirnos visitar el cuarto observatorio más antiguo del mundo, que sigue en activo.