Tres lecciones científicas que nos deja el coronavirus
La divulgación científica es ahora una gran aliada. Hay que invertir mucho más en cultura y en investigación científicas
El coronavirus[contexto id=»460724″] SARS-CoV-2 y la enfermedad COVID-19 son una experiencia dolorosa, pero también nos proporciona excelentes lecciones de ciencia. Entre ellas destacaríamos tres:
La salud del planeta es también nuestra salud
El contagio por COVID-19 en humanos pudo iniciarse a partir del consumo de un mamífero salvaje protegido, en vías de extinción y vendido ilegalmente, llamado pangolín. Este se consume en algunos mercados asiáticos como un alimento nada sostenible y se utiliza en remedios médicos sin evidencia científica.
Otras hipótesis apuntan a los murciélagos u otros animales como vectores del coronavirus. Los expertos vaticinan que mientras continúen estas prácticas con animales salvajes, habrá nuevas epidemias como la que estamos viviendo.
Según otros investigadores, es muy probable que en el futuro nuevos virus puedan proceder de animales de granja como cerdos y pollos, tal y como ya sucedió con la llamada “gripe porcina” en 2009. Las condiciones de hacinamiento que se dan en ciertas granjas industriales pueden facilitar la propagación de virus y otros patógenos.
Estos hechos ilustran cómo durante los últimos siglos la humanidad ha jugado tanto con la salud de los ecosistemas como con la suya propia. El uso insostenible de la naturaleza continúa. El cambio climático facilita la expansión de animales fuera de sus hábitats naturales, desequilibra los ecosistemas y disemina nuevas enfermedades.
La salud del medioambiente no está al margen de la de las personas: son dos caras de la misma moneda. La degradación del medio natural afecta todo el planeta, nosotros incluidos. Es urgente adoptar una visión integrada y una gestión global de la salud del medioambiente y de la humanidad.
“El coronavirus es lo que pasa cuando ignoras la ciencia”
La frase anterior, propuesta por un columnista del diario The New York Times, es de vital importancia para entender la magnitud de la tragedia.
Hace más de 10 años, un trabajo de investigación de la Universidad de Hong Kong realizado en China ya alertó de la posibilidad que algún coronavirus pudiera emerger (y acertó en su predicción).
A pesar de los grandes avances científicos del último siglo, algunos políticos no creen que el cambio climático sea un problema y quieren disminuir las normativas de protección ambiental o tienen miedo de establecer nuevas. Y convencen a mucha gente.
Para luchar contra estas ideas debemos acercar más la ciencia a los ciudadanos y formar espíritus críticos y libres. La divulgación científica es ahora una gran aliada. Hay que invertir mucho más en cultura y en investigación científicas: tras la crisis económica de 2008, se produjeron recortes importantes en los presupuestos de universidades y centros de investigación públicos, y también en la sanidad pública. La precariedad laboral de los jóvenes científicos es ya crónica y cuando llega el enemigo común (hoy el coronavirus, mañana será otro), nos damos cuenta repentinamente de que no estamos preparados para afrontarlo.
La prevención es igual o más importante que la terapia
El dinero destinado a la ciencia no se reparte equilibradamente entre disciplinas. Se tiende a financiar una investigación que rinda resultados a corto plazo, se prima el tratamiento de la enfermedad y la emergencia, frente a la prevención que va de la mano de la investigación fundamental y de rendimiento a largo plazo.
Un experto en virología del CNRS de Francia se quejaba de que la investigación fundamental sobre los coronavirus estaba mal financiada. Podemos decir algo similar acerca de la investigación sobre nuestros océanos, bosques, ríos y medio natural en general.
Las emisiones de CO₂, los plásticos, el cambio climático, la contaminación y la sobreexplotación de los recursos naturales son ejemplos que no solo suponen un peligro para la salud de los ecosistemas sino también para la salud de las personas. Ponen en riesgo los beneficios que un medio natural bien conservado nos aporta en forma de alimentos saludables, nuevas medicinas o la posibilidad de practicar actividades recreativas beneficiosas para la salud física y mental. Se debe dar un mayor apoyo a la conservación de la salud de nuestro planeta, que está intrínsecamente unida a la salud humana.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.