Diez ideas para mejorar la comunicación entre ciencia y política
Acercar el método científico a los políticos es clave para que conozcan las limitaciones de la ciencia, evalúen las evidencias cuando tomen decisiones
La pandemia del coronavirus [contexto id=»460724″] está mostrando fricciones en la relación entre ciencia y política. Ante este tipo de crisis, el asesoramiento científico al gobierno es crucial, pero se desarrolla en un entorno de elevada incertidumbre. Este diálogo también ha de imbuir al parlamento y ofrecer a los diputados información contrastada para aportar soluciones a esta crisis y a cualquier otra política pública.
En España, el asesoramiento científico legislativo permanente es una tarea aún pendiente. En consecuencia, planteamos aquí diez ideas para mejorar la comunicación entre ciencia y política, especialmente en el centro de la soberanía popular: el Congreso de los Diputados.
1. Entender las dinámicas del asesoramiento científico
Asesorar al gobierno es diferente de hacerlo al parlamento o al sistema judicial. El asesoramiento científico al ejecutivo se produce en entornos ministeriales con variedad de perfiles técnicos y científicos, con una jerarquía vertical definida y ante desafíos concretos e inmediatos.
En cambio, el asesoramiento al legislativo se da en un entorno político plural, donde todos los grupos tienen acceso al mismo conocimiento y se buscan soluciones a retos a medio o largo plazo. Se ofrece así a los diputados herramientas para un debate más informado y un mejor escrutinio al gobierno.
2. Promover interacciones entre científicos y políticos
Científicos y políticos trabajan en entornos muy distintos, por lo que pasar más tiempo juntos favorece el reconocimiento y la empatía mutua, la comprensión de sus limitaciones y una mejor comunicación.
Como ejemplos, Australia organiza desde 1999 en su congreso el encuentro Science meets Parliament. El Parlamento Europeo tiene una iniciativa similar desde 2005 y, junto con Francia y Reino Unido, desarrollan también programas de intercambio donde los parlamentarios visitan centros de investigación y los científicos viven la dinámica parlamentaria.
En España, la iniciativa ciudadana #CienciaenelParlamento organizó en 2018 las primeras jornadas entre científicos y políticos en el Congreso de los Diputados para debatir sobre temas de relevancia social. Fomentar la conexión ciencia-política no puede ser patrimonio de un único actor. Cuanto más plurales sean los organizadores y los formatos, mayor riqueza y fortalecimiento del ecosistema se alcanzará.
3. Sintetizar las evidencias con un lenguaje apropiado
El asesoramiento científico requiere sintetizar y presentar las evidencias en un lenguaje cercano para un público no experto. La Oficina Parlamentaria de Ciencia y Tecnología del Reino Unido (POST) tiene un equipo de profesionales que, tras consultar con expertos, elaboran informes de cuatro páginas que contestan a las preguntas de los diputados con un lenguaje comprensible.
Suele ser un ejercicio prospectivo para sentar las bases de futuros debates parlamentarios en temas que necesitarán legislación a medio y largo plazo. Un ejemplo es el informe sobre prevención de enfermedades mitocondriales mediante una técnica de reproducción asistida que utiliza ADN de tres personas distintas, que convirtió al Reino Unido en el primer país en regular dicha técnica.
4. Explicar el método científico y las incertidumbres
Acercar el método científico a los políticos es clave para que conozcan las limitaciones de la ciencia, evalúen la credibilidad de las evidencias cuando tomen decisiones y no esperen respuestas a preguntas que la ciencia todavía no puede contestar.
Recientemente, algunos medios han dado credibilidad a prepublicaciones que no han pasado por una revisión por pares exhaustiva propia de las publicaciones científicas. Por ejemplo, un estudio muy cuestionado sobre la hidroxicloroquina como tratamiento contra el coronavirus causó expectativa mundial con presidentes como Trump y Bolsonaro recomendando su uso, aunque sus asesores científicos señalasen que no había suficientes evidencias.
Es necesario comunicar el grado de incertidumbre, explicar conceptos (probable/posible o “crecimiento geométrico”) y señalar los consensos científicos, pero también los elementos donde la ciencia esté dividida. Todo esto sin obviar que en crisis como la actual la comunicación resulta más difícil.
5. Ciencia para la política, no política científica
La sociedad suele quejarse de que los políticos solo piensan en las próximas elecciones. Del mismo modo, los científicos suelen centrar sus demandas en la gestión y financiación -—siempre insuficiente-— de la investigación.
Sin embargo, el asesoramiento científico debe centrarse en cómo la ciencia puede ayudar a la gestión política delegando la política científica -—siempre importante-— para otros actores, gestores y políticos directamente implicados en ella.
Conviene distinguir cuándo el científico asesora y cuándo aboga, ya que va en ello su credibilidad ante su oyente político.
6. Trabajar con y para la sociedad
El asesoramiento científico no puede ser un diálogo exclusivo de élites políticas y científicas. Todo lo contrario, debe servir de enlace de la ciudadanía con el conocimiento científico y, especialmente, con el funcionamiento de las instituciones democráticas.
Por ello, es preciso concebir formatos abiertos y diversos que involucren a los ciudadanos y también a científicos y políticos que no salen en las portadas pero que tanto trabajo hacen en la sombra. Asimismo, los informes científicos deben ser accesibles para todo el mundo para que cualquier persona o institución, académica o no, pueda consultarlos, revisarlos y complementarlos.
Este ejercicio de transparencia democratiza el acceso al conocimiento científico, enriquece el debate público y fortalece la democracia ya que, entre otras cosas, ofrece esta información a grupos parlamentarios pequeños que pueden no contar con una asesoría tan especializada. De hacerlo, se estaría cumpliendo con el objetivo 16 de la Agenda 2030 que promueve instituciones sólidas, eficaces y transparentes, y el Art. 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, por el cual toda persona tiene derecho a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten.
7. Contar con una oficina de asesoramiento científico
Para asesorarse, los diputados emplean sus propias fuentes y también recurren a canales institucionales. El parlamento español tiene las subcomisiones y ponencias de estudio y los servicios de documentación, pero carece de asesores adscritos a comisiones y de una Oficina Parlamentaria de Asesoramiento Científico y Tecnológico.
Estas oficinas ofrecen un espacio único y continuo de debate entre ciencia y política donde los parlamentarios se documentan de las últimas disrupciones tecnológicas e hitos científicos que requerirán preparar legislativamente al país. Estas oficinas, englobadas en la red EPTA, existen ya en 22 parlamentos en el mundo. España asume un coste de oportunidad elevado por no contar con esta herramienta en su parlamento.
8. Consultar expertos independientes y de distintas áreas
Los problemas de la sociedad son complejos y ninguna disciplina científica por sí sola tiene la solución definitiva. Ya sea para preparar informes científicos al parlamento o constituir un comité científico asesor al ejecutivo, conviene contar con expertos que trabajen en un tema desde distintas disciplinas o enfoques científicos. Para un problema de salud pública es esencial acudir a médicos, epidemiólogos, microbiólogos y farmacólogos, como también a sociólogos, psicólogos o economistas.
9. Especialistas en la comunicación entre ciencia y política
Para facilitar la comunicación se recomienda una figura existente en otros parlamentos: los técnicos de asesoramiento científico.
Estos son los encargados de realizar los informes científicos. No son especialistas en el tema en cuestión, evitando así sesgos personales, pero sí lo son en entender cómo funciona el método científico, en tratar con los expertos, en comunicar este conocimiento a los políticos y en mediar encuentros entre ambos mundos.
Su profesionalidad, independencia y neutralidad ha de estar garantizada para blindar la conexión ciencia-política.
10. Saber dónde termina la ciencia y comienza la decisión política
Conviene definir los roles de cada actor para delimitar dónde terminan las evidencias científicas y cuándo se toma una decisión política. La labor del asesor científico termina cuando ha ofrecido la información y contestado todas las preguntas. La decisión es terreno único del político.
Así como el asesor tiene que respetar -—que no necesariamente compartir—- la decisión tomada, el político hará bien en no parapetarse en “lo que dice la ciencia” o “lo que dicen los expertos” para legitimar todas sus decisiones políticas.
Comparemos el asesoramiento científico con el VAR en el fútbol: ambos procesos ofrecen información adicional que árbitros y políticos usan para tomar la decisión final.
Esta pandemia ha dado ya varias lecciones, una de ellas es la necesidad de la comunicación real y permanente entre ciencia y política. Es imperativo generar mecanismos de asesoramiento científico adecuados para que esto suceda y poder así estar preparados para un futuro siempre cambiante.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.