Una mirilla documental al patio de juegos de Fellini
Filmin programa el documental Fellinopolis, que cuenta con los testimonios de sus oscarizados colaboradores Lina Wertmüller, Dante Ferretti y Nicola Piovani
Contadas personas en el mundo pueden asegurar que encontraron regocijo en la pandemia. Una de ellas es la directora italiana Silvia Giulietti, a la que el confinamiento le procuró el tiempo, la calma y el aplomo necesarios para sacar adelante un documental sobre Federico Fellini (Rímini, 1920-Roma, 1993).
La realizadora había esperado largo tiempo a que Martin Scorsese le respondiera a una propuesta para comandar una película a partir de los making of de los rodajes de La ciudad de las mujeres (1980), Y la nave va (1983) y Ginger y Fred (1986), obra de Ferruccio Castronuovo, pero la respuesta no llegaba y decidió sacarlo adelante ella misma.
Entre 1976 y 1986, el colaborador de Fellini había tenido acceso ilimitado al Estudio número 5 de Cinecittà, espacio donde el genio de Rímini conjuraba sus fantasías desbocadas para encauzarlas en el cine. Los documentos, de 55 minutos cada uno, se emplearon para promocionar las tres películas mencionadas y también Casanova (1976), pero los fotogramas que documentaban el proceso de creación de la adaptación de la autobiografía del escritor y aventurero del siglo XVIII se destruyeron en un incendio.
Los tres mediometrajes supervivientes se difundieron una sola vez en televisión y desde entonces, dormían el sueño de los justos en la Cineteca Italiana.
El material agrupa secuencias donde conviven la belleza y lo grotesco, los payasos con las mujeres orondas, la Italia pintoresca y la poesía cotidiana, un mar hecho de plástico, un juguetón y entusiasta Fellini y su alter ego, Marcello Mastroianni.
Cuadrilla oscarizada
Con motivo del centenario del nacimiento del autor de Amarcord (1973), Giulietti quiso impulsar un proyecto a partir de estas grabaciones. Para dar empaque al conjunto se puso en contacto con los más estrechos colaboradores del maestro italiano. Entrevistó a la script Norma Giacchero, que trabajó a su vera durante dos décadas; al diseñador de vestuario Maurizio Millenotti; a la primera mujer nominada al Óscar a la mejor dirección, Lina Wertmüller , que se ejerció de asistente de dirección en 8½ (1963); al director artístico Dante Ferretti, reconocido con tres Óscar por El aviador (Martin Scorsese, 2004), Sweeney Todd (Tim Burton, 2007) y La invención de Hugo (Martin Scorsese, 2011); y al compositor Nicola Piovani, ganador del Premio de la Academia por la banda sonora de La vida es bella (Roberto Benigni, 1997) y responsable de las partituras de tres películas de Fellini, Entrevista (1987), Ginger y Fred y La voz de la Luna (1990).
La última entrevista fue el 3 de marzo del año pasado, Scorsese, entregado desde 1990 a la preservación del cine clásico a través de The Film Foundation, no respiraba, el coronavirus puso en pausa el mundo y la productora y directora se decidió a sacar adelante Fellinopolis. La película, programada en el festival Atlàntida Mallorca Film Fest, estará disponible en Filmin hasta el 26 de agosto.
Compañero de sueños y juegos
A lo largo del metraje se revela la espontaneidad siempre presente en los procesos de creación del legendario cineasta. Los guiones nunca estaban finalizados durante el rodaje. Fellini dejaba margen a la improvisación porque afirmaba que no quería ahogar a los personajes.
Todos los entrevistados destacan su capacidad para facilitar relaciones de amistad, confianza y solidaridad con todo el equipo.
«Necesito tener mucha armonía a mi alrededor, crear en la troupe un sentimiento de viaje, de excursión, de aventura excepcional», describe el director en uno de los extractos de las entrevistas que Castronuovo le realizó durante los rodajes.
«Con su fuerza, su carisma y su enorme poder de sugestión influyó en todos los colaboradores que tenía a su alrededor», añade Castronuovo a cámara.
Fellini era un gran compañero de juegos con una potente visión contemporánea. Los entrevistados describen la expectación que le rodeó en vida, con visitas a Cinecittà de la familia real sueca, grupos de intelectuales italianos, directores estadounidenses… Las colas eran constantes a la entrada del plató.
«De los artistas, el director de cine es el que está más expuesto al conflicto continuo. Es una profesión que requiere la identificación con una figura de mando. Estar allí y ver que 100, 200, 300, 1.000 personas están para hacer precisamente lo que tú quieres puede crear una cierta inflación de autoridad. Naturalmente, no es fácil obligar a las personas a convertirse en puro material expresivo», reconoce Fellini.
El realizador fue reconocido como uno de los más grandes artistas en vida con cinco Óscar, cuatro a la mejor película extranjera por La Strada (1957), Las noches de Cabiria (1958), 8½ y Amarcord, y uno honorífico en 1995 a toda su carrera.
«Vengo a trabajar con un genio, con un faro, y me encuentro en la moviola y en la sala de montaje con una atmósfera muy infantil. A mi opinión, Fellini contestó: ¡No me ofendas, ¿infantil? Si acaso de instituto’. Esa era su precisión en el uso de las palabras. Es verdad que sus rodajes eran como un centro de secundaria, donde se hacían los deberes y se bromeaba al mismo tiempo», distingue Piovani, quien sustituyó a Nino Rota a la muerte del compositor de cabecera del crucial cineasta.
Wertmüller lo secunda. Junto a su mentor partía en busca de rostros. A lo largo de la película cuenta cómo un día yendo en coche, al director le llamó la atención una cara y le instó a que la siguiera. La directora se subió a un taxi para poder conseguir el contacto de aquellos rasgos singulares.
«Fellini no era un maestro veterano que se repetía a sí mismo, sino que continuaba la búsqueda», asegura Piovani,
Estrellas en la barra de un bar
Silvia Giulietti siempre vio a Fellini de lejos. La madre de la directora fue la administradora jefa de Gaumont Italia. En aquella época, de adolescente, la documentalista estaba como voluntaria en la oficina, en un puesto de asistente de administración y producción. «La primera vez que puse el pie en un set fue en La ciudad de las mujeres. Nunca colaboré con él, pero como crecí en Cinecittà, siempre lo vi trabajar. Allí había un bar y todo el mundo iba a tomar café. Todos los días me cruzaba con Sergio Leone, Mastroianni, Fellini… Esa era la normalidad», rememora la autora de Fellinopolis, a quien uno de los grandes nombres de la commedia all’italiana Alberto Sordi, para el que trabajó como directora de fotografía, le confío las ensoñaciones que el actor, guionista y director compartía de adolescente con el de Rímini.
«Ambos fueron muy pobres. Cuando eran jóvenes, no tenían dinero ni para comer. Caminaban por la noche por la ciudad y Federico le decía: “Alberto, voy a convertirme en el director de cine más famoso del mundo”, a lo que Sordi contestaba: “Sí , y yo también”. Los dos lo fueron. Todo emanó de la voluntad y de la fantasía. No hay que olvidar que Fellini empezó haciendo dibujos animados. La imaginación es un talento con el que se nace, no se hace. Nació genio y tuvimos la suerte de que pudo desarrollar su universo interior».