Psicosis en San Sebastián: viene Hitchcock
San Sebastián, 21 de julio de 1958. Una oronda figura emerge del interior de un Rolls-Royce frente al Hotel María Cristina. La expectación es enorme. Refulgen los flashes de las cámaras. Es Alfred Hitchcock.
San Sebastián, 21 de julio de 1958. Una oronda figura emerge del interior de un Rolls-Royce frente al Hotel María Cristina. La expectación es enorme. Refulgen los flashes de las cámaras. Es Alfred Hitchcock.
El gran maestro del suspense llegaba a la capital vasca junto a su mujer, la guionista Alma Reville, para el estreno mundial de la película Vértigo. La cita elegida, el Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Era la sexta edición del certamen y el escenario perfecto para asombrar al mundo con sus fascinantes dotes para el séptimo arte. Y no defraudó, aunque eso sería adelantarnos demasiado en el tiempo. Porque la visita de Hitchcock a la ciudad fueron cuatro días intensos, repletos de anécdotas.
El viaje en avión ya empezó movidito. El director británico salía de Los Angeles destino París cuando una fuga en el depósito de combustible obligó al piloto a realizar un aterrizaje de emergencia en Seattle. El accidente no pasó a mayores y en unas horas el vuelo prosiguió su trayecto. La llegada de Hitchcock se hacía esperar. Aterrizó el día 20 a las 17 horas y al día siguiente voló hasta Biarritz.
“Si digo quiénes considero que son las mejores actrices, corro el peligro de morir a manos de las que no mencione”
Allí es donde el flamante Rolls-Royce le aguardaba para llegar a San Sebastián. Los más veteranos del lujoso Hotel María Cristina aún recuerdan cómo Hitchcock jugueteaba con las camareras, haciendo gala de su refinada ironía británica. Ocupó la suite 405. Mientras Alma descansaba en la habitación, Hitchcock se dio un baño de masas firmando autógrafos y visitó el Museo San Telmo, donde quedó absolutamente maravillado con los frescos de José María Sert y el pórtico del museo. “¡Es un excelente escenario natural para una de mis películas!”, exclamó. Después fue con su esposa a cenar al histórico restaurante Casa Nicolasa.
El paladar de nuestro protagonista era exigente, y así lo demostró en su menú: melón con jamón, chipirones en su tinta, lenguado a la belle étoile y pudin de melocotón. Y es que su relación con la comida era casi enfermiza. “Desaparecido el primer impulso sexual en una pareja, comer juntos es una variable de hacer el amor”, llegó a decir. Era un amante de la gastronomía francesa. Su pasión le llevó a pesar más de 130 kilos.
El día 22 amaneció lluvioso, pero la meteorología no frenó sus ganas de hacer turismo por la zona. En San Sebastián visitó la casa donde vivió Victor Hugo, paseó junto a Alma por los laberínticos callejones de la ciudad y disfrutó las vistas del mar desde el paseo de La Concha. Además rindió homenaje a su fervor católico al visitar numerosas iglesias, claustros y santuarios. Tampoco le faltó tiempo para cruzar al País Vasco francés y conocer Bayona.
De vuelta al hotel, en el ascensor fue abordado por una periodista española:
– ¿Cuál es su estrella femenina favorita? -le preguntó.
Hitchcock, tirando de su peculiar sarcasmo, contestó:
– No hay respuesta para eso. Si yo le digo las que más me gustan o las que considero mejores actrices, corro el peligro de morir asesinado a manos de las que no mencione.
Estallaron las risas. Tocaba descansar, que el día 23 era la puesta de largo de su película.
“El suspense logra mantener latente el interés del público sin necesidad de gritos ni excesos”
Antes del certamen, que se celebraría por la noche, aún tenía huecos en la agenda que rellenó sin titubeos. Visitó el cementerio de Polloe, en el que realizó una sesión fotográfica que publicaría la revista francesa más popular del momento, Paris Match. El titular elegido, sugerente: ‘El rey del suspense, sorprendido en el lugar de su inspiración’.
Precisamente más tarde, en una rueda de prensa, Hitchcock explicó lo que para él era el cine de suspense: “Mis películas han demostrado que no había necesidad de recurrir a lo terrorífico ni a lo truculento para mantener latente el interés del público, logrando que el espectador esté pendiente de lo que sucede ante sus ojos sin necesidad de gritos ni excesos”. Una visión que durante toda su trayectoria explotó con maestría, estableciendo ciertas diferencias con respecto al concepto de sorpresa frente a la pantalla.
De riguroso esmoquin negro, Alfred Hitchcock salió a escena en el Teatro Victoria Eugenia una vez el festival dio comienzo. Entre el público estaban dos artistas de talla mundial que por entonces todavía eran jóvenes promesas: Carlos Saura y Roman Polanski. “Perdonen, pero estoy un poco impaciente por ver la película. ¡Tiene un suspense…!”, bromeaba antes de empezar la proyección de Vértigo. Sin embargo, la cinta no tuvo la acogida que esperaba y el respetable tardó en aplaudir tras los créditos.
La fría reacción del público llegó incluso a quitarle el apetito, algo que podría considerarse casi quimérico. En el cóctel posterior a la gala apenas probó bocado. Tuvo que conformarse con una Concha de Plata compartida con la película italiana Rufufú. La plana mayor de Paramount, la distribuidora de Vértigo, sugirió a Hitchcock que modificara el final para ‘suavizar’ el desenlace de su historia. Él aceptó a regañadientes.
Pero el corolario de su viaje a San Sebastián ya estaba escrito. Coincidiendo con la 64 edición del Festival de Cine, que arranca el 16 de septiembre, la exposición ‘Welcome Mr. Hitchcock’ reconstruye esta aventura a través de 125 maravillosas fotografías. Un sinfín de anécdotas y experiencias que cautivaron al celebérrimo director británico, que de cara a la galería parecía imperturbable. Tanto le enamoró la ciudad que volvió al año siguiente para presentar Con la muerte en los talones.
Una segunda visita que forma parte de otra película.