Ai Weiwei, activismo y arte como una Catedral
Cuando el arte toma la palabra, el ansia de libertad consigue transformar la censura en denuncia y el cautiverio en activismo. La mentira de “lo que no te mata te hace más fuerte”, puede convertirse en verdad; quien ha sido amordazado gritará luego más fuerte, y quien estuvo encadenado podrá hacer de la expresión artística pura agitación.
Cuando el arte toma la palabra, el ansia de libertad consigue transformar la censura en denuncia y el cautiverio en activismo. La mentira que afirma “lo que no te mata te hace más fuerte” puede convertirse en verdad si se deposita en arte; quien ha sido amordazado gritará luego más fuerte, y quien estuvo encadenado podrá hacer de la expresión artística pura agitación.
Durante más de cuatro décadas, el artista chino Ai Weiwei (Pekín, 1957) ha dedicado su vida y su obra a la materiaización del pensamiento crítico, a la lucha por los derechos humanos y a la denuncia de la corrupción y las injusticias impuestas desde la economía y la política. Si bien éstas son causas legítimas por las que merece la pena luchar en cualquier parte del mundo, es en su China natal donde voces como la suya, resultan imprescindibles.
Un sistema político alejado de parámetros democráticos, falta de libertad de prensa, la persecución de quienes alzan la voz a favor del cambio, y en definitiva, la constante violación de los Derechos Humanos, hacen de China una potencia mundial que se mueve en arenas movedizas, consiguiendo atrapar en su organizado régimen a la población más numerosa del planeta. En el país asiático, situado en la cúspide del orden económico, no hay libertad, y son personas como Ai Weiwei, capaces de trasmitir su malestar al mundo entero, las que proporcionan un necesario altavoz para hacer llegar la realidad, ya no sólo a la comunidad internacional, sino a cualquier persona a pie de calle que a título individual se detenga a escuchar, a observar y a reflexionar.
«La estupidez puede ganar momentáneamente, pero nunca prevalecerá, porque está en la naturaleza humana buscar la libertad. Los gobernantes pueden demorar la libertad, pero no pueden detenerla», Ai Weiwei
La obra de Ai Weiwei es una representación fehaciente de la falta de derechos en el país asiático, y mediante la pintura, escultura, instalaciones, vídeos, internet e incluso mediante su propia vida, arte y activismo se entrelazan creando una sólida y constante estructura artística de denuncia.
Investigó el caso del derrumbe de escuelas en Sichuan tras el terremoto de 2008, poniendo nombre a los 5.196 estudiantes fallecidos por culpa de la corrupción que llevó a la deficiente construcción de los edificios, documentó desapariciones y junto con la firma de arquitectos Herzog & de Meuron construyó un simbólico «Nido de Pájaro»para la celebración de los Juegos Olímpicos.
Su obra señala con el dedo, sin perder un ápice de valor estético, ofrece información y aproximaciones críticas, invita a la reflexión y la lucha por el cambio. Es por eso que Ai Weiwei es peligroso, y el gobierno Chino lo sabe.
Por este motivo, el 3 de abril de 2011 Ai Weiwei, uno de los artistas más representativos del arte contemporáneo a nivel internacional, fue detenido en el aeropuerto de la capital china. Como excusa, las autoridades dijeron que sus motivos para viajar eran confusos, lo que permitió al régimen encarcelarlo durante 81 días sin cargos oficiales.
«En una sociedad que restringe las libertades individuales y viola los Derechos Humanos, cualquier cosa que se llame a sí misma creativa o independiente es una mentira. Es imposible que una sociedad totalitaria cree algo con pasión e imaginación», Ai Weiwei
La obra S.A.C.R.E.D rememora y denuncia esa experiencia. Se trata de la pieza central de La Poética de la Libertad, una exposición contenida en el inusual espacio de la Catedral de Cuenca. Insertada en la programación del cuarto centenario del Quijote, la exposición es parte de un itinerario que llena de contemporaneidad los luminosos interiores de esta obra arquitectónica de estilo gótico.
Dividida en tres exposiciones, el recorrido incluye obras del informalismo español, una pieza de Florencio Galindo en homenaje a Cervantes y su libertad, y tras pasar por los pasillos cubiertos de frases y vídeos del artista chino, desemboca en el claustro, donde nos asomamos a su instalación.
En las páginas del Quijote leemos: «…siendo la libertad la cosa más amada, no sólo de la gente de la razón, más aún de los animales que carecen de ella. (…) Por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida«. El recorrido sugiere un paralelismo entre la obra de Ai Weiwei y la de Miguel de Cervantes, dos hombres que, aunque separados en el tiempo, vivieron el cautiverio por luchar por la libertad no sólo de sus ideas, sino también para denunciar la falta de ella en el mundo, y tanto el aperitivo de Galindo como el postre de los informalistas complementan (aunque «con pinzas») la gran obra central del artista chino.
Al llegar al claustro, cajas oscuras engañan al ojo. No, no se trata de una exposición minimalista. Basta acercarse y espiar el interior a través de algunos de los pequeños huecos para ver que están llenas de vida, de desazón, de claustrofobia e intimidad interrumpida.
Dentro, encontramos al propio Ai Weiwei en la celda, acompañado de forma perenne por dos guardias mientras le interrogan, mientras come, defeca, se ducha… Los dos guardianes vestidos de uniforme, firmes y estáticos, acompañan al artista en su cautiverio, ejerciendo una presencia que por continua, hace aún más acuciante la falta de libertad impuesta por la propia celda, reproducida una y otra vez en todas las escenas con las ligeras variaciones que supone la actividad del artista en cada una de ellas.
Las escenas se titulan Cena, Acusadores, Limpieza, Ritual, Entropía y Duda que, en idioma inglés, construyen el acrónimo que le da título. Una libertad sagrada, aunque pausada por los puntos impuestos de la censura que en su conjunto en forma de acrónimo encapsula escenas, recupera, al fin, el significado de la palabra ligada a la expresión al ser compatida.
Más allá de su valor como pieza de arte político, biográfico y conceptual, son muchas las razones por las que observar esta obra en el contexto de la Catedral de Cuenca ofrece al espectador una experiencia cercana a la perplejidad, siendo la más obvia quizá, la extrañeza visual de ver mezclados los espectaculares dorados, las vidrieras y la majestuosidad de la arquitectura gótica en contraposición con los materiales contemporáneos de la instalación, con el hoy y ahora de aquí y allí.
Sin embargo, es justamente esa aparente contraposición la que queda en la mente al salir a la luz del día. Quizá lo sagrado no está ya en la divinidad cristiana por la que se erigió la Catedral. Quizá lo sagrado, que tantas veces colocamos en otro lugar, en realidad no exista. Quizá lo sagrado sea, a fin de cuentas, la libertad humana.
Digno de veneración y respeto; irrenunciable; un lugar que, por privilegio, podía servir de refugio a los perseguidos por la justicia. Tras las acepciones relativas al culto divino, estas tres definiciones aparecen en la RAE bajo la palabra «sagrado». Un término tan bello como manido que, como la libertad, quizá deberíamos volver a comprender en toda su magnitud para recuperar su sentido, escogiendo para la contemporaneidad la acepción adecuada.