Los perdedores habituales de la filantropía de Alfred Nobel
El Nobel es el reconocimiento de una vida para la mayoría, pero cuando la nominación se convierte en una llamada repetida de octubre, el frenesí es opacado por la rutina del resignado
Este año Bob Dylan, quien aunque se siente “muy honrado” ante el reconocimiento luego de un largo silencio ha declarado que compromisos personales no le permitirán asistir a la ceremonia en el mes de diciembre, le ganó a otros literatos en un “moderno” y controvertido movimiento de la Academia por haber “creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción”, el año pasado fue la escritora bielorrusa Svetlana Aleksiévich “por sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo”, en el 2014 el francés Patrick Mondiano fue honrado “por el arte de la memoria con la que ha evocado los más inasibles destinos humanos y descubierto el mundo de la ocupación”… y así la lista fluye en retroceso hasta 1901, año inaugural de la ceremonia.
El Premio Nobel de Literatura, conjurado en el testamento del filántropo sueco Alfred Nobel para la obra “más destacada en el área” es el reconocimiento de una vida para la mayoría de los escritores, pero cuando la nominación se convierte en una llamada repetida de octubre, el frenesí es opacado por la rutina del resignado.
«Aparentemente el francés André Malraux era demasiado rojo para los jurados, y la visita que hizo Jorge Luis Borges en 1976 al general Augusto Pinochet, al que elogió en plena dictadura chilena, le costó la medalla de oro.»
Es complejo eso de pertenecer a un comité que decide si una obra tiene o no la suficiente trascendencia como para ser tomada en cuenta, sean cuales sean los cánones de deliberación -que nadie termina de aceptar por completo- los análisis y las interpretaciones de la Academia para tomar su resolución han sido tildadas de eurocéntricas, tradicionalistas y hasta “hipsters” por resistirse a aquellos con demasiado éxito comercial. Las marcas políticas, ideológicas y extra-literarias se esconden en las esquinas cuando el quórum académico choca con el del público: aparentemente el francés André Malraux era “demasiado rojo” para los jurados, y la visita que hizo Jorge Luis Borges en 1976 al general Augusto Pinochet, al que elogió en plena dictadura chilena, le costó la medalla de oro.
El hecho es que están los laureados y los que se quedan esperando con el traje estirado. Así como Leonardo DiCaprio en los Óscar -antes de The Revenant (2015)- la Academia Sueca tiene sus perdedores habituales, eternos nominados que reciben la noticia con el vicio familiar del café mañanero. Entre los últimos contemporáneos que siguen extraviándose en las quinielas se encuentran el japonés Haruki Murakami, el americano Phillip Roth o la escritora Joyce Carol Oates; antes de su muerte Jorge Luis Borges ya había admitido adoptar aire de “perdedor experto” ante lo que parecía una tradición “escandinava” que lo relegó por casi veinte años, y el escritor francés Paul Valéry estuvo nominado doce veces antes de ser realmente considerado, precisamente el año de su muerte.
Murakami y la pandilla de los “perdedores”
La literatura es más que letras y manos que escriben pensamientos en una copia de papel, su trascendencia viene de la mano de una abstracción natural, política y social que se desarrolla en el contexto de una época y sus penumbras, una crítica que muchas veces tarda en notarse pero que ilumina cuando se examina con detenimiento. En la nómina de la pandilla de los perdedores listan figuras como Haruki Murakami, escritor japonés con cerca de una treintena de libros publicados y una empatía especial para contar las complejidades de la soledad a escala universal; ya es viralizado en las redes como el nuevo DiCaprio. Desde el 2010 ha figurado en el primer lugar de los seleccionados para el Nobel de la Literatura, pero novelas como “Kafka en la orilla”, “Baila Baila Baila” y “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo”, entre otras, han peregrinado por el jurado como los personajes de sus historias. El novelista nipón de 67 años tiene siete nominaciones y las manos “vacías”.
Otro relegado que continúa en la cola de finalistas sin diploma es Philip Roth, escritor estadounidense de origen judío y autor de libros como ‘El mal de Portnoy’ y ‘Pastoral americana’. Su obra ha sido reconocida como una constante y lúcida mirada a los problemas de identidad en la sociedad norteamericana, sus esplendores y sus miserias escritas con un humor vanidoso y rebelde. Luego está Joyce Carol Oates, otra intelectual estadounidense que ha sonado varias veces con su literatura gótica y violenta, incómoda pero ineludible. Con más de cien libros publicados, su obra sigue aleteando sobre el Nobel sin rencor.
Hay otras objeciones que se aferran a las minorías. Entre los idiomas comunes el francés y el inglés son los más condecorados mientras que las lenguas minoritarias están representadas con los únicos ganadores en yidis, en occitano o en el serbo-croata. Fue el caso este año de Ngugi Wa Thiog´o, escritor en lengua kikuyu que se quedó en la traducción de las ilusiones y las apuestas que lo ubicaban como posible vencedor.
Vivir con los ignorados
Aunque no los tomaron en cuenta por presiones y aristas que constituyen una diatriba frecuente en homenajes de tal envergadura, con sus historias se puede existir varias vidas simplemente leyendo; desde Marcel Proust (En busca del tiempo perdido) y James Joyce (Ulises) hasta Virginia Woolf (Las Horas), Dostoievski (Memorias del subsuelo), Mark Twain (Las aventuras de Huckleberry Finn), Leon Tolstoy (Guerra y paz) y Anton Chéjov (El jardín de los cerezos), hay mitos cuya esencia reside mejor en el “anonimato” de los perdedores que en el foco prometido del Nobel.